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'Love, Death + Robots': Fincher te da muñecos de los Red Hot Chili Peppers y tú te lo tragas

'Love, Death + Robots': Fincher te da muñecos de los Red Hot Chili Peppers y tú te lo tragas

Fue en 2019 cuando la industria audiovisual se postró a los pies de la —en muchas ocasiones desdeñada— plataforma Netflix, y todo gracias al lanzamiento de una serie que era un soplo de aire fresco: Love, Death + Robots (producida por Joshua Donen, David Fincher,​ Jennifer Miller y Tim Miller) componía una serie de relatos animados de ciencia ficción para adultos. La primera temporada (Volumen I, según sus creadores) tenía, efectivamente, algo de amor, muerte y robots, y sobre todo destacaba por la originalidad de la propuesta: 18 episodios autoconclusivos, de corta duración (los más cortos podían durar cinco minutos, los más largos en torno a veinte), cada uno con su propia idiosincrasia, estilo de dibujo (mezcla 2D y 3D) e historia.

En definitiva, cada capítulo introducía de lleno en un universo nuevo y muy cyberpunk que en parte seguía la narrativa comenzada por Charlie Brooker en Black Mirror: mundos, algunos postapocalípticos, donde la tecnología se nos ha ido como no podía ser de otra manera de las manos. Los episodios más ligeros y cómicos (Yogur al poder, Los tres robots) contrastaban con los que tenían una animación más bella (Buena caza, Noche de criaturas marinas), o con los de corte más filosófico y profundo (Zima blue, que es probablemente el mejor episodio de la serie hasta la fecha, en el que un renombrado y misterioso artista decide contar su pasado).

Después llegó la pandemia y en 2021 sorprendieron de nuevo a todo el mundo con el estreno del segundo volumen, que contaba con ocho nuevos capítulos los cuales seguían la estela de los primeros, aunque eran aún más oscuros y pesimistas (Respuesta evolutiva es quizá el más memorable de todos: en un mundo en el que la gente es inmortal, la respuesta para acabar con la superpoblación es erradicar la natalidad a toda costa). El tercer volumen llegó tan solo un año después, sumando otros ocho capítulos a la serie.

Y desde el pasado 15 de mayo, podemos disfrutar del cuarto volumen de la serie, en esta ocasión con diez episodios nuevos que aportan continuidad a la trama, aunque carecen (irremediablemente) de la frescura de la primera propuesta. Pero, ¿a qué serie de televisión no le sucede eso?

Como curiosidad: el hecho de que cada capítulo sea totalmente autoconclusivo y esté escrito y dirigido por una persona diferente no solo aporta riqueza a la trama, sino que demuestra la democratización de los estudios de animación actuales. Tres españoles (Blow Studio, localizado en Sevilla, Able & Baker y Pinkman TV., localizados ambos en Madrid) han participado en la creación de varios capítulos de la serie estadounidense, junto a otros países como Polonia, Francia o Dinamarca. De hecho, el español Alberto Mielgo (ganador del Oscar al mejor cortometraje de animación en 2022 por El limpiaparabrisas) se llevó un Emmy por su trabajo en Jíbaro, último capítulo del tercer volumen: una fábula preciosa sobre un caballero sordo y una sirena mitológica que trata de embaucarle.

En esta cuarta temporada y como viene siendo habitual, se ha primado la animación por ordenador frente al 2D, con la honrosa excepción del capítulo Gólgota, que es el primero de la serie grabado enteramente en imagen real (estilo serie B) y que es el que paradójicamente peor funciona. Hay un poco de todo en la nueva propuesta, a elegir: un concierto de los Red Hot Chili Peppers con marionetas (dirigido por David Fincher), donde entonan Can't stop, y que realmente no aporta nada a no ser que te gusten tanto los Red Hot Chili Peppers que no te importe verlos en versión muñeco. Da igual, a estas alturas, David Fincher no le tiene que pedir cuentas a nadie.

El director Alberto Mielgo se llevó su primer Emmy por el episodio 'Jíbaro', de la tercera temporada

Además, hay aparatos electrónicos que se quejan de sus dueños en Aparatos inteligentes, usuarios idiotas. Un gato que se enfrenta al diablo por el alma de un poeta en 1700 en Porque sabe arrastrarse, basado en un cuento de Siobhan Carroll. Un grupo de chicos que tienen que luchar en pleno Apocalipsis con bebés gigantes (que recuerdan remotamente a los titanes de Ataque a los titanes) en Los de la 400 o un hombre y su fe en plena Segunda Guerra Mundial, en Zeke y su encuentro con la fe, por poner otros cuantos ejemplos.

Aunque da sensación de familiaridad, porque muchos de los directores y estudios de las temporadas anteriores repiten para esta cuarta, la fórmula que sí funcionó en el pasado no lo hace tan bien en esta ocasión. Las bromas no resultan tan divertidas ni las reflexiones en clave de ciencia ficción son tan profundas. No obstante, una de las cualidades principales de Love, Death + Robots es su versatilidad y lo bien que se complementan las historias con tonos tan diferentes.

Las de ciencia ficción suelen ser más sobresalientes, las nihilistas dejan un poso amargo en el público, y las divertidas son un buen contrapunto a todo ello, aunque en esta temporada caen en el absurdo en más de una ocasión. Visualmente, sigue siendo excelente, aunque menos variada: solo dos estudios de animación que no son estadounidenses han participado en la producción (y España no está entre ellos). Narrativamente, un poco menos, lo que no quita que siga siendo una de las series más notables y entretenidas de la plataforma. Quizá es que, simplemente, nos hemos acostumbrado a que sea el Apocalipsis.

Fue en 2019 cuando la industria audiovisual se postró a los pies de la —en muchas ocasiones desdeñada— plataforma Netflix, y todo gracias al lanzamiento de una serie que era un soplo de aire fresco: Love, Death + Robots (producida por Joshua Donen, David Fincher,​ Jennifer Miller y Tim Miller) componía una serie de relatos animados de ciencia ficción para adultos. La primera temporada (Volumen I, según sus creadores) tenía, efectivamente, algo de amor, muerte y robots, y sobre todo destacaba por la originalidad de la propuesta: 18 episodios autoconclusivos, de corta duración (los más cortos podían durar cinco minutos, los más largos en torno a veinte), cada uno con su propia idiosincrasia, estilo de dibujo (mezcla 2D y 3D) e historia.

El Confidencial

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