Adriana Riva y ‘Ruth’: cómo una octogenaria cambió el panorama literario argentino

Ruth, la novela de Adriana Riva que irrumpió hace un año en el panorama literario con un inesperado boca a boca, es una exploración profundamente humana sobre el tiempo, la vejez y la identidad. Con una protagonista octogenaria que desafía los clichés de su edad, el relato fluye entre el humor, la introspección y una aguda observación de las dinámicas sociales. Ruth se convierte en un espejo en el que lectores de diversas edades se reconocen, mientras que la voz narrativa, cercana y auténtica, permite un retrato entrañable de una generación que encuentra en la cultura y la tecnología nuevos espacios de libertad y expresión.
Adriana Riva revela que el germen de la historia nació de la voz de su madre, figura que inspira a Ruth y que, a su vez, resuena en cualquier lector que haya conocido la fuerza y la sabiduría de una generación mayor. La novela se construye sobre una fina sensibilidad que combina lo íntimo y lo cotidiano, mientras cuestiona conceptos como el tiempo y la edad, abriendo interrogantes en lugar de cerrarlos. Entre autorretratos, WhatsApp y clubes de lectura, la obra captura una época y desafía la infantilización de la vejez, dotando a su protagonista de un empoderamiento y una vitalidad que desarman prejuicios y celebran la complejidad de existir.
–Voy a comenzar por el final: la novela se publicó hace un año, tuvo un gran boca a boca y reediciones, pero ¿quiénes están leyendo Ruth? ¿Cuál fue la recepción?
–Confieso que es una sorpresa el recibimiento. Tampoco sabía exactamente a qué público estaba dirigido, porque yo no es que pienso un lector mientras escribo. Mucho menos me hubiese imaginado que Ruth iba a ser un libro "con valor comercial": a mí me gustaba por supuesto, por eso lo escribí, pero pensé: si voy a una librería y veo a una señora mayor en la tapa, leo la contratapa... y, no sé si es si algo que te atrapa como una historia de amor, de género terror o gótico. Entonces, fue realmente sorpresivo porque esto del boca en boca empezó muy rápido, fue muy lindo, muy inesperado. La gente me decía, "Lo leí yo, se lo di a mi madre", o "Lo leyó mi madre y me la pasó". Lo que me impresiona es cómo la gente mayor se ríe y empatiza, se siente identificada, me dicen.
–¿Cómo hiciste como para comprender (y componer) a una mujer de ochenta años?
–Bueno, era una voz para mi muy cercana, que es mi madre –la mujer de la tapa–. Tengo una madre que comparte un montón de las características de Ruth, empezando por la edad, el mundo de sus amigas, que también conozco. Pero pronto me di cuenta que todo el mundo tenía alguien así cerca, porque cada vez hay más gente mayor que está bien. Por ejemplo, muchos de los clubes de lectura son de señoras grandes; es que hay un montón de gente grande que tiene tiempo: si uno va al teatro hay gente mayor, si uno va al cine hay gente mayor. Son realmente una pata importante de la cultura.
–Disponen de ese bien que puede pensarse como una moneda las dos caras, el tiempo, que es uno de los grandes temas que atraviesa la novela...
–Es un tema grande el tiempo, incluso más que la vejez, porque la vejez es parte de ese tiempo realmente, y qué hacemos con ese tiempo y cómo el tiempo se estira, se achica.
–Conocemos a Ruth a través de su vida cotidiana y sus pensares... ¿cómo definirías el tratamiento narrativo?
–Cuando tenía que presentar la novela, me acuerdo que le pregunté a mi compañera [de talleres literarios y en la revista El gran cuaderno] Ana Navajas, ¿qué dirías que es? Y ella me dijo, "Bueno, es como un fluir de conciencia, un monólogo interior", porque no es diario, es también una novela de personaje. Después, un compañero que es guionista me dijo que lo que estaba escribiendo era una novela de personajes. "Es como la serie La niñera: uno sigue al personaje, va con la niñera y eso es lo que le gusta a la gente".
Adriana Riva. Foto Juano Tesone
–Si se quiere, el punto de intersección del tiempo y la vejez es la edad, otra pregunta que atraviesa la novela: ¿qué es la edad?
–Sí, yo no sé qué es la edad, pero todo se va uniendo porque me pasó que gente de mi edad me decía: "Soy Ruth". O sea... "¡Pero tenés 40!". "Si es por mí me pongo el camisón, como Ruth". [Risas] Entonces de nuevo, es difícil definir la vejez: ¿cuándo empieza... al jubilarse?, ¿en el momento que te diste vuelta y te quedaste duro? De pronto es una etapa enorme la vejez, entonces, al final abarcó un montón de gente que empatizó. Ruth también dice, No me reconozco. Porque uno se olvida la edad que tiene o le parece tener. Es que es muy difícil entender el tiempo, el tiempo es algo que me vuelve loca, es muy difícil y es lo único que tenemos, es lo único que tenemos, es eso lo que somos, somos un tiempo. Entonces es un tema con el que me apasiona. Por otro lado, Ruth no para de salir, tiene un montón de tiempo: porque para mucha gente, el tiempo también es elástico, se estira.
–Ruth ofrece también un registro de época: detalles que atraviesan dos o tres generaciones, en las que nos reconocemos, como esa foto que está abajo del vidrio de la mesita de luz de Ruth: un tipo de mueble ya no se hace más, pero hemos visto en casas de nuestros padres y abuelos.
–Así es, yo observo, y en base a lo que observo después ficcionalizo, acomodo, exagero. A diferencia de otros escritores que pueden escribir de cualquier cosa, yo solo soy una hija de mi época y de mi tiempo, y del de mis padres también, por lo que yo no podría inventar otra mesa que no tenga un vidrio, porque esa es la que yo he visto toda mi vida entonces. En este caso, el disparador fue el tema que me obsesiona es la maternidad y las madres.
–¿Y cómo llegaste de esa idea a Ruth?
–En vez de escribir sobre mi madre, pensé, ¿por qué no me pongo en los pies de una señora de 80. Lo primero que apareció era la voz, era lo único que tenía. Cómo habla, cómo se expresa en el mundo una persona mayor. Empecé a juntar fragmentos sueltos y así los iba llevando al taller (de Federico Falco).
–Ruth va a la ópera y toma clases de arte por zoom. Sus anotaciones de la clase son casi un intertexto, una segunda capa de la novela. ¿Qué te interesó, qué te parece que aporta el arte a la historia, en relación con lo que podría, por ejemplo, aportar la literatura?
–Me parece que el arte visual, el arte contemporáneo, es espectacular. El curso podría haber sido de literatura, pero esto ya lo veo todo el tiempo en los libros que yo leo, que me encanta, pero yo, bueno, quise hacer otra cosa. Todos esos artistas que se mencionan en Ruth –y hay muchos más–.
–En particular, Ruth se detiene en los autorretratos: ¿ves ahí alguna conexión con la autoficción?
–Me parece que toda expresión artística supone la necesidad de expresarse y la necesidad de verse. A mí me encantan esos artistas que se pintan una y otra vez, el autorretrato, porque de nuevo es tan fácil mirar al otro y no a uno. Y en la escritura es lo mismo: en el fondo yo escribo y escribo, pero es tan engañoso y tan difícil. Eso es lo que tiene el arte, que es inagotable, en cuanto a representaciones y a reversiones y con cada cosa: algo nuevo que nunca es idéntico, pese a que hay pequeños cambios todo el tiempo.
–Otra cuestión que expone la novela es la –buena– relación de Ruth con la tecnología, algo que creo se potenció durante la pandemia. Una cierta conexión con el mundo cuando teníamos que quedarnos en casa...
–De hecho, los primeros fragmentos que empecé a escribir fueron durante la pandemia. Allí para mí arranca este relato, aunque está un poco disfrazado, ese cerramiento, a través del zoom, al principio un poco depre, pero después mejora. Es así: hay cosas que han sobrevivido, porque hoy en día no podríamos vivir sin esas tecnologías. Son la resaca de la pandemia. Y los viejos se llevan muy bien con la tecnología. En la novela, Ruth y su amiga Fanny usan el whatsapp de otra manera, como mi mamá que le digo: "che ma, ¿venís a almorzar hoy?" y ella me responde tres días después.
–Y además se vuelve un recurso literario en sí mismo, casi epistolar...
–Sí. Porque usan el WhatsApp no como algo que los vuelve locos: no lo padecen, esa cosa de la inmediatez, de me clavaste el visto, no tienen ese mambo, así como antes uno llamaba y te respondían la llamada, digamos. Hay otro uso de las mismas herramientas.
–¿Dirías que el personaje de Ruth tiene o le sucede cierto empoderamiento en la vejez, en el sentido de decir "Ahora hago lo que se me canta"?
–Sí. Creo que ese empoderamiento es hermoso: hay una suerte de libertad que me pareció que tiene Ruth a sus 82 años: ya no le debe nada a nadie, hizo todo lo que tenía que hacer, no voy a cuidar de tus nietos a menos que tenga ganas de ver a sus nietos, no va a salir con estas señoras a menos que tengan ganas de salir con ellas. Ese empoderamiento de la vejez va en contra de la infantilización, de tratarlos como si no pudiesen manejar WhatsApp, del "Venga par acá abuelito". Y eso que en un momento comenta Ruth: "Mi hijo dice una pavada y no pasa nada. En cambio, yo digo una pavada y soy una vieja gagá o malhumorada". Y es un peligro porque así se avanza sobre personas que son completamente competentes y están en todas sus facultades.
–El humor atraviesa, de un modo particular, la novela. ¿Vino con el personaje, te interesa esa literatura?
–A mí me encanta la literatura con humor, y es fundamental reírme con un libro, incluso con el libro más triste, quiero decir, como eso que pasa en los velorios, en los entierros, que uno se ríe no queda otra, porque es tan absurdo todo: el misterio de la vida nos llave a reírnos. Además, he querido tratar ciertos temas inevitables –porque no deja de ser la última etapa de la vida–, y quien llega a esa edad probablemente perdió a mucha gente en el camino, ha pasado por muchas situaciones y por mucho dolor y está la muerte que acecha. Eran temas ineludibles de la novela, los quería incluir y, bueno, me parecía que el humor ahí podía ser un salvoconducto.
–Ruth tiene una obsesión –graciosa en sí misma– por destacar o preguntar el carácter judío de artistas, pensadores, escritores, personas en general.
–Mirá, cuando tuve el primer encuentro con mis editoras, me preguntaron ¿por qué los judíos? Yo pienso que podría haber sido fanática de Atlanta, o de la Argentina... de nuevo, lo elegí porque me era autorreferencial y me causaba gracia, pero al final todas esas elecciones son arbitrarias y después funcionan juntas, como el hecho de que sea viuda, con dos hijos, con salud: todas esas características que definen a Ruth y después la arman.
–También su opinión sobre la cuestión palestina.
–Así es. Yo ya venía hablando de Netanyahu antes del 7 de octubre, y pensé, ¿cómo va a encajar esto? ¿Debería acomodarlo? Y me di cuenta que no, que al contrario, si total este dilema va a estar y va a seguir estando siempre, y habrá creo yo tantas opiniones del tema como judíos. Imposible simplificarlo. En general, trato de no caer en generalizaciones. Por eso lo que me interesa, justamente, de la vejez es que no cierra nada, sigue abriendo, sigue habiendo preguntas. O sea: la vejez no es un momento de conclusión, porque no hay nada para concluir, es un momento para seguir preguntándose, para seguir dudando.
- Nació en Buenos Aires en 1980.
- Publicó el libro de cuentos Angst (2017), la novela La sal (2019) y el poemario Ahora sabemos esto (2022).
- Cofundó la editorial infantil Diente de León, para la que escribió libros ilustrados.
- Es coeditora de la revista literaria El Gran Cuaderno. Tiene tres hijas.
Ruth, de Adriana Riva (Seix Barral).
Clarin