Chappell Roan: y el Primavera se reservó lo mejor para el final

Y así nacen las estrellas. En un escenario kitsch a más no poder, que simulaba la casa encantada gótica de un cuento de los hermanos Grimm, apareció Chappell Roan y la desvengüenza e inhibición se contagiaron a las 65.000 personas que debían estar viéndola en ese momento. Iba vestida de arlequín veneciano con maquillaje vamp, Roan enamoró a todo el mundo desde el minuto uno. Arrancó con 'Femininomenon', obligando a todos a cantar con ella. Con movimientos secos, firmes, dictatoriales, se convirtió en la reina de todos los caprichos, como María Antonieta, y a quien no hiciera caso: ¡que le corten la cabeza!
Con una banda de mujeres, reivindicó la necesidad de cumplir todas tus fantasías, sean cuales sean. Con 'After Midnight' comprimió en segundos el universo de Lady Gaga y Michael Jackson, la perfección de la cultura pop. La cantante no se detenía ante nada. La variedad de su propuesta todavía no es muy diversa, pero tampoco lo necesita. Para su público, Chappell es una completa novedad y ahora sólo quieren más y piden más y exprime más, aunque sea de lo mismo.
Está claro que siempre hay que dejar lo mejor para el final y el concierto de Chappell Roan fue sencillamente lo mejor del Primavera. La artista caminaba por la plataforma que la acercaba al público como si fuera la modela de la pasarela, la princesa del cuento, la estrella de la cabeza. A veces recordaba a Cindy Lauper, otras a Bette Midler, a veces a Divine, a veces a Cher, pero esta chica tiene una originalidad propia que te recuerda a todo el mundo, pero no se parece a nadie.
Presentó canciones nuevas, como 'Subway', que por momentos hasta retrotraía a una Tori Amos anfetamínica. Esta chica ha capturado de alguna manera toda la historia del pop femenino en las venas y lo deja suelto a voluntad. «Ahora os vamos a enseñar a bailar» dijo y empezó a realizar la coreografía de 'Hot to go', otro de sus hitazos. Acto seguido, una versión de Heart, «Barracuda», de las hermanas Wilson. Con nueva indumentaria, vestida ahora de una reina de corazones escapada del Moulin Rouge, Chappell se puso rockera y demostró que también puede ser dura, aunque lo que realmente demostró es una flexibilidad única, de medalla de oro en las Olimpiadas por lo menos.
Unos minutos después, Chappell Roan pidió al público que levantase algo rosa y aparecieron diez mil abanicos, camisetas, pañuelos. Emocionada, empezó con la balada «Kaleidoscope» y siguió con el juego country al estilo Miley Cyrus de 'The Giver. Para el final, como no podía ser de otra manera, ‘Good Luck, Babe’ y ‘Pink pony club’ los himnos que la han convertido en estrella y que pusieron el broche de oro a una noche memorable.
El calor hizo mella en el principio de la tarde. La fascinante voz de Judeline recibía a los que entraban al recinto desde el escenario principal. Su hiperpop vanguardista con acento del sur está destinado a convertirse en fenómeno internacional. Porque el acento español dominó estas primeras horas, con los pamplonicas Kokoshca desarrollando su pop de guitarras con desparpajo. “Qué pesada es toda esta gente”, cantaban en “La juventud” y qué razón tenían, qué pesadas son, pero es que tras tres días en un festival tu tolerancia mengua.
A unos pocos metros, los estadounidenses Dehd…pues mehd. El heterogéneo trío recrean un noise pop lleno de entusiasmo para cantar sobre sentirse extraño y compartir historias de vagabundos. Mejor estuvo la veterana Kim Deal, que dividió el concierto a la perfección, las siete primeras canciones nuevas y las siete siguientes viejas. No hay que ser un genio para saber cuál fue mejor, pero es que si te cantan del tirón ‘No Aloha”, Safari”, ‘Invisible mano’ ‘Cannonball’ ‘Hapiness is a warm gun’ y ‘Gigantic’ la felicidad es completa.
Al acabar, los chicos de Black Country, New Road presentaron su art pop lírico y complejo como si de un minueto se tratara. El sexteto inglés parecen sacados de una clase de Julliard para superdotados donde está prohibido reírse. Sus innumerables influencias se mezclan milagrosamente en canciones de seis minutos que te sacuden en mil direcciones a la vez. Todavía echan de menos a Isaac Wood, su alma mater que abandonó la banda por un tema de salud mental. Aún así, conservan el poderío de sus canciones, cada vez más cercanas al mundo clásico. Ahora apuestan más por las armonías vocales y la fábula multi instrumentista, pero siguen tensos, hiperconcentrados, obsesionados en controlar todo y, a veces, como decía Tom Cruise en “Risky’s Business” hay que saber soltar lastre. “Basta ya de tanta sentimentalidas, vamos a algo más alegre”, dijeron y empezaron a liberarse un poco. Sólo sólo un poco, pero ya está, muy bien, todo es empezar. Hasta las gaviotas se acercaron para ver qué era aquello.
Cuando le tocó el turno a Fountains DC, el calor había desaparecido y también el sol y el cansancio y la buena voluntad. Los irlandeses se volvieron rocosos y esquivos en un principio irregular. 'Jackie down the line’, levantó el ánimo, pero su cantante, Grian Chatten continuaba distante y pasivo, como si de Liam Gallegher se tratase. El post punk con ínfulas new wave sonaba grandilocuente, pero algo vacío de alma. Algo que poco a poco cambió hasta que con ‘A héroes death’ ya era pura algarabía. Con 'Boys in a better land', su homenaje a Stiff Little Fingers aquello ya era lo que se suponía tenía que ser. Sólo es rock n’roll, pero nos gusta. “In another World” y “I love you” acabaron de forma sentimental y vulnerable un concierto que fue de menos a más.
La madrugada empezó con un Anhoni and the Johnsons vestido con una túnica blanca y llorando por un mundo que se muere. No fue un concierto, fue una misa, una hermosa y solemne, que cura el espíritu y eleva la conciencia. Cuando llegó su ya clásico “Hope there’s someone” no quedaba ni un ojo seco entre el público. Y así se volvió todo negro y despedimos al Primavera hasta el año que viene.
ABC.es