El Perro Sanxe de Alcibíades

Al Espía Mayor ya saben que le gusta la mitología clásica más que darse a una reponedora siesta en pleno verano con la tele puesta y el aire acondicionado cargándose el planeta, o lo que son fábulas e historias de la Antigüedad, de esas en que iban todos con prendas que seguro que a uno se le caían al tercer doblez apareciendo cual Friné (¿recuerdan?) ante el Aerópago, pero ganándome la condena de este. Y una de esas era la de un tal Alcibíades, que tiene nombre novelesco como pocos, y de su perro. Porque un perrete siempre está bien, y si no que se lo digan al capitán Arturo Alatriste, que hasta en Pavía quedó retratado por don Augusto Ferrer Dalmau. Pero no nos vengamos a otras épocas también remotas. Estamos en Atenas, en el siglo V antes de Cristo. En una polis con más colorido que imaginamos, y que hoy día sigue siendo recomendable visitar pese a nosotros mismos, turistas de selfis que no sabemos admirar nada si no es en manada y para tenerlo en un celular para dar la barrila en las Corralas 2.0 de las Redes.
El caso es que este tal Alcibíades era un sujeto que tenía un hocico del tamaño del Partenón, y cuyos forma de hacer política era cuando menos, pelín controvertida. Y ya imaginarán cómo es una ciudad mediterránea por muy cuna de la civilización que sea. Que enseguida te ponen como digan dueñas y, claro, la cosa molesta. Ya ven Pericles, con todo lo Pericles que fue, y la gente ya hacía bullying en aquellos tiempos sin saber inglés, llamándole cabezón, cabeza pepino y, claro, serás todo lo strategos que quieras, pero jode. Y al final acabó pidiéndole a su amigo Fidias que le sacara guapetón, pero con el casco jónico tal que echado patrás en plan casual, para disimular un cráneo propio de Cuarto Milenio.
Conocedor del comadreo ateniense, y temiendo que acabara sus espuria manera de gobernar expuesta por ágoras y otras plazuelas dadas al chismorreo, ¿qué hizo nuestro Alcibíades? ¡Cortarle el hermoso rabo a su perro! Que me dirán que qué necesidad, y si es que era moda como fue con schnauzers y dobermanes. No. Para nada. Tamaña salvajada no tenía nada de estética (¿recuerdan de nuevo, mis fieles lectores de estas Notas?), sino de pillería. Toda Atenas se quedó comentando sobre las razones que habían empujado a este conocido dirigente a cortarle el rabo a su perro, y mientras tanto, ¡dejaron de hablar de sus turbios manejos! Lo que se llama, curiosamente en inglés, un «wag the dog» de libro, o lo que en castellano es una cortina de humo del nivel del perdido esmog de Londres o de la boina del bocho de Bilbao.
No sé yo si el presidente Pedro Sánchez es muy dado a las lecturas de los clásicos. Me da que se le debe de hacer bola hasta una cartilla Rubio. Pero el tipo es hábil. O nosotros gilipuertas, una de dos. Pero hacía tiempo que no veía una demostración tan palmaria de que la fábula sobre el perro de Alcibíades era más real que el que a todos nos espera estar más calvos que bola de billar. Y que el Perro Sanxe, como tan ufanamente le llaman sus propios acólitos seguidores y él mismo, es brillante a la hora de mostrarnos una cola cortada y quedarnos embobados con ella, mientras que el can se pone morado, y no precisamente a bolitas de pienso. El perro, la perra, y toda la camada sanchista. Que no es un partido. Es una jauría que está despedazando con ansia todo un Estado, trasegándose una nación como si fuera Purina, y todos como tontos esperando a comentar el corte de la nueva cola que se invente o se saque de la grupa, que a este perro le salen como si fuera la hidra de mil cabezas hercúlea. ¡Ay, Alcibíades, qué gran discípulo has tenido en este perro de mil colas! ¿Acabará un Plutarco repitiendo aquello que dijera sobre éste de que era «el menos escrupuloso y más imprudente de los seres humanos»? La Historia nos enseña que siempre acaba llegando alguien que supera a uno anterior. Q.E.D.
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