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¿El primer papa asiático? El cardenal Luis Tagle o el legado imborrable de España en Filipinas

¿El primer papa asiático? El cardenal Luis Tagle o el legado imborrable de España en Filipinas

Se decía en Filipinas poco antes de que Japón invadiera el archipiélago en diciembre de 1941, que el país se podía resumir como 300 años de convento y 50 de Hollywood. Luego entre el Imperio del Sol Naciente y EEUU acabaron por destruir los vestigios más notables de esa dominación española de las Islas que duró algo más de tres siglos. Manila, en marzo de 1945, después de la batalla por la ciudad, se redujo a un yacimiento arqueológico sin excavar, a un gigantesco solar de escombros. Intramuros, la ciudad amurallada en la desembocadura del río Pásig fundada por Miguel de Legazpi en 1571, cuando se estableció la capitanía española, fue barrida del mapa y con ella una parte de su historia. Los barrios residenciales de Ermita y Malate frente a la bahía, contiguos entre sí y a Intramuros, también fueron devorados por las llamas. La vieja Manila, con su pasado español, prácticamente desapareció entonces.

Lo único que realmente sobrevivió a los incendios ordenados por el vicealmirante japonés Sanji Iwabuchi y a los bombardeos y el fuego de artillería americano de Douglas MacArthur fue la Iglesia de San Agustín, fundada en 1607, que aunque tuvo grandes daños, se mantuvo en pie, al igual que durante los terremotos de los siglos XVI y XVIII. MacArthur, que se retiró de Manila el 24 de diciembre de 1942 declarándola Ciudad Abierta para que no sufriera daños durante la invasión japonesa, no tuvo remilgos en cambio a la vuelta, en febrero de 1945, cuando la infantería de Marina japonesa del vicealmirante Sanji Iwabuchi se quedó para luchar por Manila calle por calle.

Quedó en pie, también aunque muy dañado, el Hotel Manila en el barrio de Ermita, pegado al de Intramuros y cuyo ático había sido la residencia del general estadounidense cuando tuvo que rendir la ciudad en la Nochebuena de 1941 y retirarse a la isla de Corregidor. También quedó incólume el nuevo campus de la Universidad de Santo Tomás, en el distrito de Sampaloc, lejos de Intramuros. Aunque era propiedad de los dominicos españoles a los que EEUU había acusado de colaborar con los fascistas, se respetó y fue lo primero en liberarse en Manila, porque allí habían establecido los japoneses el campo de concentración con los presos estadounidenses. Sigue en su lugar en la Avenida de España.

Los dominicos no quisieron entonces compartir su flamante nuevo campus, con el precioso edificio central construido por el sacerdote e ingeniero español Roque Ruaño en 1927, para que se hacinaran los estadounidenses, porque habían dificultado un tanto su labor educativa, después de hacer todo lo posible por borrar la lengua española de Filipinas desde 1898, aunque se siguió utilizando incluso en el parlamento hasta los años cuarenta. De no haber acogido el campo de internamiento, seguramente el campus de la UST lo habría utilizado el ejército japonés y habría sido volado por los aires sin ningún reparo por parte de McArthur.

El verdadero legado español en Filipinas, al margen de un montón de vocablos en el Tagalo, y de ciertas costumbres, fue la religión católica

Después, el español fue languideciendo aún como lengua oficial en la universidad hasta los setenta. El verdadero legado español en Filipinas al margen de un montón de vocablos en el Tagalo, y de ciertas costumbres, fue la religión católica, que de hecho define en buena medida al país. El único de Asia con mayoría católica y el tercero en todo el mundo en número de practicantes. La UST de los dominicos, el colegio de San Juan de Letrán, el colegio Lasalle –convertida en universidad después– o el Ateneo de Manila fundado por los jesuitas fueron por ejemplo los centros de la educación de la nueva clase dirigente filipina, incluso a partir de 1898, en el periodo colonial de EEUU, que impuso su sistema educativo, pero que no pudo rivalizar entonces con la influencia de los religiosos españoles en las aulas y en las universidades.

El héroe nacional de Filipinas, José Rizal, hablaba español por supuesto, estudió en el San Juan de Letrán y después en la UST. El primer presidente de la Mancomunidad filipina previo a la independencia, Manuel Quezón, también con los dominicos. Luis Antonio Tagle, el cardenal de Manila, que suena ahora fuerte para suceder a Francisco en el cónclave, era alumno del Ateneo de Manila. Lo cierto es que la historia de España en Filipinas se define tanto por el galeón o Nao de Acapulco, que suponía una pieza clave del engranaje del comercio para la plata de América, como por la evangelización del archipiélago. De hecho, el Reino de Castilla llegaba hasta donde lo habían hecho los religiosos: allí donde hubiera un fraile estaba la administración.

Por otra parte, a diferencia de América, la presencia española en Filipinas durante el periodo del imperio fue de hecho pequeña, se limitaba a poco más que Manila, Cavite y Cebú, porque no era como el caso México: el archipiélago solo servía como puerto de intercambio con los sangleyes chinos, las manufacturas como las sedas, y las porcelanas eran a cambio de la plata y provenían de China, porque apenas se producía nada que no fuera para el uso propio en el archipiélago. Muchos siglos antes de Trump, el imperio español ya tuvo que enfrentarse a una crisis de la balanza comercial y la producción.

placeholder Un antiguo mapa de Filipinas. (iStock)
Un antiguo mapa de Filipinas. (iStock)

La profunda penetración de la Iglesia católica en Filipinas se debió en parte a que esta tuvo también funciones de gobierno y que se llevó a cabo por órdenes religiosas que se mezclaron con la población y aprendieron los diferentes dialectos. En Filipinas para gestionar las provincias se crearon alcaldías mayores y corregimientos, delegando el poder puramente local en diversas instancias. En primer lugar, los encomenderos recibieron tierras y tributos a cambio de garantizar la seguridad y evangelizar a los habitantes, con el apoyo de los frailes. En segundo lugar, los jefes indígenas tradicionales fueron confirmados en sus cargos como gobernadorcillos, encargados de gobernar a su gente bajo el vasallaje de la Corona, —como fue el caso por ejemplo de Mariano Marcos, padre de Ferdinand Marcos, futuro dictador de Filipinas—.

Las órdenes se establecieron en cada "pueblo de indios" para adoctrinar e hispanizar a la población. La amplia presencia de estas órdenes, como explicaron María Elizalde y Xavier Huetz de Lemps en Un singular modelo colonizador: el papel de las Órdenes religiosas en la administración de Filipinas, Siglos XVI al XIX: “En contraste con la escasa representación del clero secular y de la Corona, que es lo que se había pretendido al principio, les permitió asumir diversas funciones en la administración local, más allá de su labor religiosa, como las de la justicia o las de notaría, los frailes eran además los que aprendieron los dialectos como el tagalo que se usaban antes de la irrupción española” .

Por otra parte, los conventos de monjas tuvieron un peso importante en la sociedad filipina en la época de la dominación española, especialmente entre las hijas de clase alta que a menudo se enclaustraban allí. Como fue el caso de las monjas clarisas que inmortalizaría José Rizal, en su novela Noli me tangere (1887) en el personaje de María Clara, que prefiere acabar "encerrada" en ese convento de por vida tras el asesinato de su amante, el independentista Crisóstomo Ibarra. La fundación del convento de Manila de la orden de clausura de Santa Clara, había sido una idea del mismo Felipe II, quien había encargado que se establecieran en Intramuros en 1620. Ya en sus inicios contaron con una benefactora, Ana de Vera, viuda de un capitán, Juan de Silva, que además de cederles una de sus casas en Intramuros, pegado al río Pásig, donde se estableció el convento, les otorgó otra encomienda en Sampaloc, a la que sumarían después la de Sulucan cedida por otra viuda Catalina de Guzmán, convirtiéndose en el convento más rico de todo el archipiélago.

Los conventos de monjas tuvieron un peso importante en la sociedad filipina en la época de la dominación española

La influencia de los religiosos en la vida filipina creó además a menudo tensiones con las autoridades de la corona, cuyas relaciones no fueron siempre buenas, si el Intelligence Service de EEUU señaló a los dominicos de Santo Tomás en la Segunda Guerra Mundial como a quintacolumnistas, la metrópoli había acusado en cambio a la UST, durante el siglo XIX de ser una fabrica de independentistas filipinos. Es verdad que en sus aulas se habían educado efectivamente los principales dirigentes de la revolución, como fueron Rizal, líder ideológico del nacionalismo filipino; Mabibi, ayudante de Aguinaldo y verdadero cerebro de la revolución, y otros más, como Hilario del Pilar, León María Guerrero, Rafael Palma, Mariano Ponce, Galletano Arellano. Pero la orden no participó en la revolución independentista. La idea de Felipe II de controlar a las órdenes con una iglesia diocesana no se produjo y su poder e influencia fue notable a lo largo del siglo XX. Si saliera elegido Luis Tagle como Papa sería de alguna forma un triunfo también de la evangelización que acompañó a todas las conquistas del imperio español.

El Confidencial

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