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Extracto de 'Personaje secundario. La oscura trastienda de la edición', de Enrique Murillo

Extracto de 'Personaje secundario. La oscura trastienda de la edición', de Enrique Murillo

Con motivo del lanzamiento de 'Personaje secundario. La oscura trastienda de la edición' y la entrevista en ABC Cultural sobre el mismo con su autor, el editor Enrique Murillo, extractamos unas páginas para disfrute del lector. El libro es una antología de los aciertos y los fallos de esta industria en España, a través de las incisivas memorias de una figura que ha conocido todas sus interioridades. En este texto, el que fuera brazo derecho de Jorge Herralde, fundador de Anagrama, cuenta cómo no fue despedido.

«Me veo obligado a contar despacio las circunstancias de mi salida de Anagrama. La versión que transmitió Jorge Herralde a través del relato que escribe Jordi Gracia en 'Los papeles de Herralde' contiene unas cuantas inexactitudes sólo atribuibles a la fuente que informó a Gracia. Para empezar, ahí se dice que yo no fui despedido. Indirectamente, pues Herralde afirma en el relato correspondiente a ese capítulo del libro que «nunca hubo ningún despido en Anagrama», asunto que a mí no podría haberme afectado jamás, ya que nunca estuve en nómina. Y que, en cambio, si afectó a una persona, que estaba en nómina y fue despedida, tal como mencionaré. En cuanto a mí, allí fui siempre un falso autónomo. Lo que ocurrió en 1989, cuando me fui, fue más bien lo contrario de un despido, ya que sólo decidí irme precisamente porque el editor se negó a hacerme un contrato.

Se dice en ese libro que dejé la editorial porque no fue aceptada por Herralde mi propuesta de «ampliar» mis competencias. Jamás le hice dicha propuesta. ¿Realmente, había alguna competencia más aparte de las que ya desempeñaba en la casa? Según la versión que evidentemente le contó el propietario de la empresa a Jordi Gracia, él, Herralde...

prefirió no hacerlo [ampliar las competencias del colaborador Enrique Murillo], tras varias discrepancias literarias y alguna tirantez personal, y Murillo inició entonces un itinerario nómada por distintas empresas periodísticas y editoriales, lejos de una Anagrama en cuya historia no ha habido, según Herralde, ningún despido de empleados...

Para comenzar por el final, Herralde sí despidió una vez a una empleada, Carme López, quien antes de que concluyera el periodo en el que colaboré en Anagrama entró en la empresa como jefa de producción (para reemplazar a Nuria Claver), y que al poco tiempo, y viendo su enorme capacidad, el empleador decidió que ejerciera ciertas tareas más bien relacionadas con la gestión empresarial.

En cuanto a mí, o la memoria del editor falla, o voluntariamente tergiversa la historia. Lo que ocurrió fue lo siguiente. Como contaba más arriba, trabajaba a destajo y un número de horas superior a mis fuerzas haciendo muy diversas labores para la misma empresa. En mitad de todo esto me llega la oferta de 'El Europeo', diez millones de pesetas anuales por trabajar como redactor jefe de esa revista mensual. Aunque era algo que nadie hubiese podido rechazar, no acepté de inmediato. Y no porque yo sea idiota o franciscano. Valoré, durante unos días, la posibilidad de contar con un contrato y un sueldazo, lo que incluía cotizar en el nivel superior a la Seguridad Social, aspirar tal vez a cobrar en el futuro alguna clase de pensión de jubilado. Pero eso suponía abandonar lo que me entusiasmaba hacer: trabajar en una editorial, seguir adelante con mi loca idea de cambiar la historia de la narrativa española como colaborador y como traductor de Anagrama.

En cuanto a esa versión publicada en nombre de Herralde, no hubo ninguna discrepancia literaria. ¿Cómo pudo haberla, si jamás Herralde y yo habíamos hablado de literatura, ni antes, ni entonces, ni después? Y no digo que el editor no hablase nunca de cosas literarias; pero, en caso de hacerlo, prefería no abordar el tema conmigo. Tampoco hubo tirantez personal por mi parte. En su momento, pedí sólo una condición para quedarme: un contrato. Ni siquiera hablé de sueldo, no le pedí, ni insinué tampoco, que igualara la oferta que me habían hecho. En absoluto. Porque, insisto, yo valoraba el trabajo de editor que estaba haciendo muy por encima del dinero. Dio lo mismo: Herralde no me hizo ninguna oferta, se negó a contratarme. Porque lo que sí le dije, sin enfadarme en absoluto, sino reclamando los derechos que en mi opinión me correspondían, fue una sola cosa: que quería seguir trabajando en su editorial, pero a condición de tener un sueldo y estar inscrito como empleado de Anagrama S. A. en la Seguridad Social. Porque eso suponía volver a cotizar adecuadamente, cosa apremiante a mis cuarenta y seis años y después de no haber cotizado desde 1974.

Le di tiempo para que se lo pensara. Y se negó a contratarme. Por cierto, la suya ya no era, como cuando comenzó a encargarme informes de lectura, una empresa a dos pasos de la quiebra, sino un negocio boyante, muy boyante. De hecho, saltó en muy pocos años de la ruina (hacia 1978-1979) a comprar, por diez millones de pesetas, las enormes oficinas con almacén que habían pertenecido a la editorial Crítica, entonces perteneciente ya a Grijalbo, según me contó el vendedor, Gonzalo Pontón, que mencionó esa cifra. Anagrama nadaba en la prosperidad, en parte quizás gracias a algunas de las cosas que yo había hecho ahí.

Pero el empresario no quería malgastar su dinero contratándome. Y esa negativa suponía que, si me quedaba en Anagrama, no iba a resolver jamás el problema de mi jubilación. Y esto último fue lo que me impulsó a hacer algo que yo sabía que sería complicadísimo y doloroso para Fe, y bastante triste para mí. Porque suponía que nos teníamos que ir de Barcelona y, por lo tanto, que ella dejara el análisis con Ramírez. Dejar Barcelona y dejar la edición, el oficio que me había cautivado. Que, encima, Herralde insinuara años después que no me había despedido, es algo que incluso hoy me produce estupor. ¡¡¡Cómo iba a despedirme si yo no era un empleado!!! No entiendo su necesidad de hablar mal de mí, como eso de dejar caer que luego llevé un «itinerario nómada», frase que rezuma desdén e ingratitud por parte de alguien que parece sentir la necesidad de ningunear a quienes le han ayudado, poco o mucho, a encumbrarse. Vaya por Dios».

abc

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