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Haciendo amigos

Haciendo amigos

No es la ley de Godwin, pero se parece. A medida que las consideraciones sobre el arte de negociar de Trump se multiplican, la probabilidad de que aparezca una referencia irónica a Cómo ganar amigos e influir sobre las personas (1936) tiende a uno. El clásico de autoayuda de Dale Carnegie prescribe que, para aumentar la influencia, conviene ofrecer una imagen amable de uno mismo. Y Trump, que, de acuerdo con Maquiavelo, cree que, en un cambio de régimen, es preferible ser temido que amado, es el anti-Carnegie. Sus disruptivas dramaturgias diplomáticas, donde los líderes extranjeros solo pueden actuar como bufones, aduladores o cómplices por cobardía, excluyen deliberadamente la puesta en escena de la amistad para exhibir con crudeza la capacidad presidencial de someter tiránicamente.

Narendra Modi, flanqueado por Vladimir Putin y Xi Jinping

SUO TAKEKUMA / EFE

No hay que ser muy aficionado al teatro para darse cuenta de que, estos últimos días, se ha representado otro tipo de obra. La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái y la conmemoración de la victoria sobre Japón y del fin de la II Guerra Mundial han servido precisamente para que China, además de lucir poder militar, pusiera una vez más en escena el ensanchamiento imparable de su círculo de amistades.

Como Xi Jinping se encarga de recordar con cualquier excusa citando siempre a Confucio, desde hace años este ensanchamiento es el gran objetivo de la diplomacia china.

Aunque Xi no cite a Plutarco, es un maestro en el arte de aprovechar los enemigos

Es una apuesta hábil. En primer lugar porque, en cuanto la amistad pasa por ser una relación mutua basada en el reconocimiento del otro como igual, que requiere compartir ciertos valores y se mantiene practicando determinadas virtudes, permite presentar su política exterior como no fundada exclusivamente en los intereses, sino también en principios que cuentan con toda la fuerza de la vaguedad.

En segundo lugar, porque permite desvincular estos principios de una ideología, la comunista, ahora sin demanda, y arraigarlos en un discurso poscolonial en que la relación amistosa, que fomentaría colaboraciones win-win , resulta fácilmente oponible al supremacismo y la explotación que, a menudo, han alejado la realidad de Occidente de sus ideales.

Y finalmente, porque permite conectar estos mismos principios con una cultura milenaria que estaría predispuesta a la amistad desde las Analectas confucianas, un aspecto más relevante de lo que parece porque, como sabían los norteamericanos antes de olvidarlo, el poder blando que la diplomacia pública promueve se nutre de los valores que supuestamente se expresan en la cultura de la potencia que busca acumularlo.

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Aunque Xi no cite nunca a Plutarco, es un maestro en el arte de aprovechar los enemigos que este enseñó en un famoso tratado. En un momento en que el anti-carnegianismo de Trump acelera el tránsito hacia un nuevo desorden internacional, el ensanchamiento del círculo de amistades chino se orienta hacia una política de equilibrio de poder, la más vieja de las estrategias antihegemónicas.

lavanguardia

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