La era de la crueldad: ¿ser mala persona está de moda?
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Hace unos meses se estrenó la película italiana La gran ambición que cuenta la historia de Enrico Berlinguer, el secretario general del Partido Comunista Italiano en los años setenta y principios de los ochenta y cómo intentó llegar a acuerdos con los democristianos, es decir, la derecha. Lo hubiera conseguido si no hubieran secuestrado y asesinado a Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana. La cinta es muy buena no solo por su calidad cinematográfica (la pueden ver en Filmin) sino porque refleja algo que ahora no se ve: la búsqueda de acuerdos con el adversario, incluso el más frontal, por el bien común. No le fue nada mal al PCI con aquella estrategia: llegaron a tener casi dos millones de votantes. La llama solo se apagó con la muerte repentina de Berlinguer a los 62 años. Más de un millón de personas salieron a la calle a despedirle. No es posible imaginar que un político (ninguno) tenga hoy un funeral así.
Porque hoy las palabras que más se escuchan en el ámbito político (y social) no son acuerdo ni consenso ni bien común sino el lado de sus antónimos: odio, ira, desagravio, enfado… hasta crueldad. Puro sectarismo, pura división. Hay que pertenecer a bloques ideológicos y hay que estar completamente en contra del otro. Y, además, con rabia y con desprecio.
Esta es una temática que cada vez están ahondando más los intelectuales, politólogos, sociólogos, pensadores. Se puede leer en ensayos recientes como La edad de la ira, de Pankaj Mishra, en el que se pregunta “cómo podemos explicar los orígenes de la gran oleada de odios que parecen inevitables en nuestro mundo -desde los francotiradores norteamericanos y el DAESH a Donald Trump, desde un aumento del nacionalismo vindicativo en todo el planeta al racismo y la misoginia en las redes sociales” y que ahora tiene el reciente El mundo después de Gaza en el que rebusca en los odios en ese polvorín. También está el ya casi clásico aunque es de 2017, Contra el odio, de Carolin Emcke, donde señala cómo “el odio se fabrica su propio objetivo. Y lo hace a medida”. Pongan aquí el grupo que más odiable les resulte. “ Un odio que siempre es hacia un poder que amenaza o algo supuestamente inferior. Así el posterior abuso o erradicación se reivindica, no sólo como medidas excusables, sino necesarias”, escribe la autora alemana. En su país algo de odios también saben. Hay más, como La internacional del odio, del teólogo Juan José Tamayo, en el que argumenta que tras la crisis económica se fue generando “un fenómeno político mundial que ha exacerbado entre la población actitudes defensivas nacionalistas, excluyentes, antisolidarias, individualistas, propiciadas por las organizaciones de derecha extrema (...) La alianza entre la extrema derecha política y los movimientos cristianos fundamentalistas ha dado lugar al nacimiento de una nueva religión, la Internacional cristoneofascista, que se alimenta del odio, crece y disfruta con él, lo fomenta entre sus seguidores y lo inocula en la ciudadanía. Una correlación de fuerzas que está cambiando el mapa político y religioso”.
Hay, por tanto, un interés intelectual por el odio que en nuestros días parece muy legítimo ya que si a Berlinguer la búsqueda del acuerdo le dio votos… ¿por qué ahora la confrontación, incluso el insulto, parece que es lo que más estimula a los votantes? ¿Estamos en la era de la crueldad? ¿Está de moda ser una mala persona y sacar lo peor de nosotros mismos? Y si es así, ¿por qué?
El analista político Fernando Pittaro y el sociólogo Martin Szulman han intentado desmenuzar estos interrogantes en el ensayo
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? ¿En qué momento empezamos a tirarnos los trastos a la cabeza y que las posiciones más radicales -ahora mismo ciertamente es el populismo de extrema derecha- empezaran a tener éxito? Para estos autores hubo un catalizador muy importante que fue la pandemia, “un gran acelerador de lo que ya se estaba incubando en la sociedad”. Porque ya había cositas que estaban ahí a punto de explotar. Una muy relevante: la democracia había empezado a fallar a mucha gente.
“Las expectativas que la sociedad tenía de cierto estado de bienestar, de ciertas comodidades, de ciertos derechos, dejaron de naturalizarse y empezaron a faltar. Y la política se distanció también de esa realidad, con lo cual los discursos ultras se empezaron a hacer cargo de lo que nosotros llamamos ese vacío narrativo. Alguien se va a hacer cargo de ese enojo, de esa ira, de esa disconformidad”, comenta Pittaro. Por eso también entienden que ninguno de los líderes que recogió este enfado fue casual. “No, no es un accidente histórico la figura de Donald Trump en Estados Unidos, no es un accidente histórico la figura de Javier Milei en Argentina porque en esa crueldad hay una especie de catarsis, hay un líder que viene a vengarse, y que sobre todo envía a las periferias al centro, a las periferias de todo tipo”, añade Szulman.
"Las expectativas que la sociedad tenía de cierto estado de bienestar, de ciertas comodidades, de ciertos derechos empezaron a faltar"
De ahí que (y tienen bastante estudiado a Milei) este tipo de líderes empezara a fijarse en uno segmentos sociales muy determinados. Uno los jóvenes, un sector que en Argentina es muy determinante, ya que hay una alta tasa de población por debajo de los 30 años de edad. Otro aspecto, las periferias. “Empezaron a ganar en los segmentos suburbanos y rurales, como hizo Trump que nunca ganó en una metrópoli de más de un millón de habitantes”, insiste Szulman.
La otra gran herramienta fue la tecnología utilizada de una manera en la que el ser humano es incapaz de controlar. Porque, y aquí se tira bastante del filósofo y sociólogo alemán Harmut Rosa, aunque ahora dispongamos de móviles y de Inteligencia Artificial y de múltiples aplicaciones… nuestro cerebro sigue siendo más o menos el de una persona del Neolítico. A lo que se une que, como estudiaron también otros filósofos como (otro alemán) Schopenhauer, somos seres deseantes (y por lo tanto eternamente insatisfechos). “Y ahora estamos en la era del scroll, y de todo queremos satisfacerlo muy rápidamente, y también le pedimos a la democracia resoluciones rápidas, de procesos que son complejos. La velocidad y el vértigo es un elemento también muy a tener en cuenta en este mundo que estamos viviendo”, advierte Pittaro. ¿Cómo no decir que sí a alguien que te promete que acaba con las guerras en cuatro días o que mañana mismo te pone una fábrica en Detroit? Ya, es mentira, pero y qué.
“Se está produciendo una fricción entre el tiempo en el que vivimos, que es la velocidad de Internet, y el tiempo normal, natural, orgánico de nuestros cuerpos, que es el mismo que hace ciento y pico de años con la gripe española, o hace cuatrocientos años con la peste negra o como en el paleolítico. Podremos haberle inyectado tecnologías o demás, pero hay algo que fricciona con el tiempo físico que entra en colisión ahí. El Papa Francisco hablaba de eso. Y Byung Chul Han también habla justamente de esa ansiedad que nos devora como la gran enfermedad de esta época”, añade Pittaro. Ansiedad más malestar igual a resultados peligrosos.
Bien, esta esta la estructura filosófica de la era de la crueldad, según los analistas, pero otro aspecto no menos importante es por qué nos gustan las personas crueles, las que inyectan odio contra otros grupos sociales, las que nos excitan.
Esto también tiene que ver con el humor de una época, afirman Pittaro y Szulman. Cuando estás roto y estás mal te acercas a las luces negras, no a las más luminosas. “Por ejemplo, en Argentina entre rotos se entendieron: una persona que estaba desplazada, con mucha bronca, con mucha ira, logró conectar con un humor de gente que estaba harta de la inflación, de la incertidumbre, de no saber si iba a llegar a fin de mes, de que no podía planificar. Fueron muy hábiles en conectar con ese humor social del hartazgo, del insulto, porque la gente en su vida cotidiana también insultaba o se despachaba con el que tenía al lado porque realmente la situación económica lo apremiaba, o un montón de cuestiones. Entendieron muy bien el lenguaje de esta nueva era. Cómo hablan, cómo se expresan, no solamente las nuevas generaciones, sino también el lenguaje de las redes sociales”, dice Pittaro. El trolleo se hizo discurso institucional (y no solo usado por la extrema derecha).
"Fueron muy hábiles en conectar con ese humor social del hartazgo, del insulto, porque la gente en su vida cotidiana también insultaba"
Por otro lado, como apunta Szulman, "la crueldad simplifica, canaliza frustraciones y anestesia la reflexión. ¿Y por qué gusta? Porque tenemos sociedades hipertensas, impacientes, aceleradas y una democracia fatigada. Entonces, hay falta de tiempo, hay falta de pedagogía, hay falta de atención, y falta audacia en los políticos, empresarios, sindicatos… Y para ser audaces necesitamos tiempo para poder desarrollar medidas a mediano o largo plazo”.
Aquí vamos con las recetas para acabar con esta edad de la ira y para acercarnos un poco más a la que vivieron Berlinger y Aldo Moro (no tanto Andreotti que estaba más bien en el otro lado) y que deberían poner en marcha los partidos tradicionales y democráticos:
Uno: hablar de los temores. Para los analistas, ningún partido debe sustraerse a debates que están en la sociedad (y que preocupan, sea una preocupación real o no) como el de la inmigración. “A los fantasmas se les pisa la punta de las sábanas para desmascararlos. Y eso necesita una nueva pedagogía. La política tradicional, ¿se volvió aburrida? Puede ser. Pero ese aburrimiento no significa que haya que copiar lo que hacen los otros, sino que hay que encontrar una nueva pedagogía. Es un ejercicio de creatividad, un ejercicio de innovación, un ejercicio de imaginación. Y en eso la política democrática está perdiendo”, sostiene Pittaro.
Dos: dejar de agitar el miedo a la ultraderecha “porque ya no funciona. Para mucha gente la extrema derecha dejó de ser un fantasma y empezaron a ser pares en sus pueblos, en sus ciudades”, señala Pittaro.
"Para mucha gente la extrema derecha dejó de ser un fantasma y empezaron a ser pares en sus pueblos, en sus ciudades"
Tres: acercarse a la gente. “Lo vimos en España con los incendios. Los partidos tradicionales no estaban… ¿Y quién estaba ahí? Así no se puede seguir diciendo, nosotros somos los buenos que defendemos el estado de bienestar y ampliamos derechos y ahí viene el miedo de la ultraderecha del fascismo. No alcanza con eso. Ya no están tan claras las divisiones ideológicas en los países. Hay que volver a acercarse a la gente”, explica Szulman.
Cuatro: recuperar el centro (que no es el centro político) como decía el filósofo (también alemán) Markus Gabriel sino que tiene que ver con el diálogo y el acuerdo. “Es una invitación a dejar de pensar en las cajas y en que todo es blanco-negro. Cuando hablamos del centro no necesariamente es una equidistancia ideológica. Es decir, no es que la virtud está en el medio. Hablamos casi de una forma de hacer política que despolarice y que entienda que la virtud está en el diálogo, en arribar a algunos consensos y entender hoy que las demandas son transversales. Con lo cual las soluciones eventualmente también van a ser transversales”, comenta Pittaro.
Y cinco: la izquierda debe reírse más. “La política democrática también tiene que volver a reírse de sí misma y tiene que saber recuperar el sentido del humor. Porque la izquierda en los últimos años, en un sentido muy amplio de la palabra, se ha quedado mucho en la corrección política. Se ha quedado en el señalamiento y en la cancelación, en lo que sí se puede y lo que no se puede decir. Y la derecha con eso ha ganado mucho. La izquierda tiene que volver a hacer humor sobre sí misma, a saber reírse de esa hipercorrección política. La izquierda se volvió muy conservadora, y de repente la rebeldía se volvió de derechas. Entonces ahí lo que está pasando es que la ultraderecha está usando mejor el lenguaje y está proponiendo algo distinto, renovado. Ha dicho para adelante, para adelante, para adelante. En este para adelante también significa arrasamos con todo, y arrasar con todo es incluso también con ser buena persona”, zanja Szulman.
Así que igual la receta para frenar a este era de la crueldad es tan sencillo como ser buena gente (y reírse más). Desde luego, es lo que debieron ser Enrico Berlinguer y Aldo Moro.
El Confidencial



