La sorprendente vida real de la artista Emilia Gutiérrez, que se esconde en la novela ‘La flamenca’

Tras la muerte de su padre, una mujer se encierra con un pájaro enjaulado en una casa a las afueras de Buenos Aires. Lleva consigo un óleo de Emilia Gutiérrez y una obsesiva fijación con el rojo del colgante pintado en ese cuadro. Ese gesto cromático es el detonante de La flamenca, la novela de Ana Montes publicada por Seix Barral, que convierte la sensibilidad en motor vital.
Emilia Gutiérrez, artista singular, tuvo una vida marcada por el aislamiento. En 1975, un psiquiatra le prohibió seguir pintando con colores porque le provocaban alucinaciones. Desde entonces y durante treinta años, se replegó en su departamento de Belgrano y produjo cientos de dibujos en blanco y negro. Sin embargo, en algunos de esos papeles, se colaban pequeños trazos en lápiz rojo.
Ana Montes vio en ese gesto una rebeldía: "Me inventé una teoría que nunca quise comprobar: ese rojo era una perdición, algo a lo que no podía resistirse". Desde ahí nació el eje emocional de la novela: una protagonista que persigue ese color como si fuera un estado de ánimo, una emoción perdida que busca recuperar.
Montes accedió al archivo de dibujos de Emilia a través de un coleccionista que conservaba parte de su obra. Revisó y catalogó esas obras, donde encontró las huellas de una rebeldía sutil que daría origen a su ficción.
La flamenca es una heredera venida a menos, que elige el encierro como forma de resistencia. En ese aislamiento, convive de manera obsesiva con el cuadro que posee y con una imagen mental de la artista que lo pintó, como si esa presencia le ofreciera una guía o un espejo emocional.
La figura del doppelgänger, el doble, estructura el relato: una mujer que detiene su vida en espejo con la de Emilia. "Siento que escribir cosas que en alguna vida paralela podrías haber hecho es una buena forma de encauzar una obsesión", resalta la escritora, quien construye un personaje que se fuga hacia la pintura como refugio emocional. Parte de su poética, como ella misma ha dicho, consiste en llevar los temas cotidianos a sus extremos.
La escritura es fragmentaria, compuesta por escenas que se interrumpen, fluyen, se bifurcan. Una mente atravesada por una obsesión no puede relatar de manera cronológica ni ordenada. Montes asegura que pensó la novela fragmentaria como la única forma posible de narrar desde ese estado mental: "Quise que fueran interrumpidas como los agujeros de la mente".
La escritora Ana Montes retratada por Alejandra López. Foto: gentileza.
Esa estructura dialoga con un tiempo contemporáneo signado por la interrupción constante: los videos breves de Tik Tok, la multitarea, la sobrecarga de información. En ese sentido, el tono poético y minimalista de La flamenca se presenta como una alternativa a la narrativa lineal y urgente. De alguna manera, es una forma de democratizar la lectura y que tenga un alcance mayor a todo tipo de lector. “Seamos sinceras, ¿cómo meteríamos hoy un libro de 500 páginas en nuestras vidas?”.
No es la primera vez que Montes trabaja con este tipo de formato. Su primera novela, Un poco frecuente (2019), ya tenía una estructura fragmentaria para abordar la adolescencia. Esta vez, el quiebre formal es más extremo. Cita al escritor chileno Gonzalo Maier para defender esa elección: "Escribo breve para no robarle tiempo al lector". La brevedad, entonces, como una forma de precisión y respeto.
La presencia de Emilia Gutiérrez como personaje ausente recorre toda la novela. Aunque su obra fue poco reconocida en vida, en 2023 tuvo la retrospectiva Emilia curada por Rafael Cippolini en la Fundación Fortabat. En esa muestra se exhibió buena parte del archivo que la propia Montes había consultado para su ficción. El dato que conmueve es que Emilia, cuando aparecía alguna nota sobre ella, la mandaba a traducir al inglés. Un gesto que revela su deseo de ser leída más allá, de trascender.
La autora plantea una reflexión sobre las artistas mujeres que quedaron fuera del canon. Emilia pintaba en los 60, pero su obra no dialogaba con el espíritu de la época. Mientras Marta Minujín presentaba "La Menesunda", León Ferrari realizaba obras conceptuales y el arte pop ganaba la escena, Gutiérrez mostraba paisajes atemporales, figuras encerradas, escenas desfasadas de su tiempo. Su pintura, sin tiempo ni lugar, quedó fuera de circuito. Y, al mismo tiempo, es precisamente esa disonancia la que hoy la vuelve fascinante.
El encierro de la protagonista de La flamenca remite inevitablemente a la experiencia de la pandemia. El germen de la novela fue un cuento breve escrito en 2020, durante el aislamiento, incluido en Meditación madre (2022). En ese contexto surgió la idea de una mujer que decide bajarse de la rueda de la productividad. "Fue algo que vivimos todos y que nos olvidamos rápido. Me preguntaba qué pasa si se bajan todos los estímulos de la vida y te quedás quieta en un lugar, como un experimento".
El pájaro enjaulado que acompaña a la narradora funciona como metáfora, pero también como compañía. Es el espejo de la narradora, de Emilia y del arte mismo: "Reafirma su existencia. Que siga piando, que siga comiendo, que le conteste". En ese vínculo se juega el deseo de seguir viva.
El trasfondo económico también está presente. La flamenca es una heredera desclasada, una figura reconocible en la Argentina actual. Montes se interesa por la tristeza de quienes tuvieron mucho y ya no: "Me interesa mucho la gente old money venida a menos, que se aferra a algo que le queda. Una tristeza ontológica de haber tenido y no tener más". Esa condición atraviesa a la protagonista: clase, dinero, herencia, pérdida y precariedad.
Ana Montes durante una lectura de su novela ‘La flamenca’. Foto: redes sociales.
El reconocimiento a la novela llegó rápido. La flamenca fue finalista del premio Todos los tiempos el tiempo de la Fundación PROA (Argentina), del Premio Hispanoamericano de Primera Novela Las Yubartas (Nueva York) y de otros concursos relevantes que ofrecieron, además de visibilidad, una red de trabajo y afinación.
Por haber sido seleccionada en PROA, Montes accedió a una clínica de obra con Ariana Harwicz y estableció un vínculo de trabajo con Alan Pauls, quien fue parte del jurado. "En los talleres de escritura, incito a mis alumnos a que se anoten en concursos. Es una buena forma de tener deadlines y construir un camino legitimado".
El arte visual sigue siendo parte de su vida. Montes pinta escenas figurativas, muchas de ellas ligadas al mundo doméstico: mujeres, gatos, casas, interiores. En paralelo al cierre de esta novela, escribe un ensayo breve sobre el cruce entre pintura y escritura, y ya trabaja lentamente en una nueva ficción en la que se va de la ciudad hacia la naturaleza. Algo del color, del encierro, de lo extremo y de lo sensible persiste. Como si seguir creando fuera su forma de sobrevivir a la intensidad del mundo.
La flamenca, de Ana Montes (Seix Barral).
Clarin