Masacre de San Patricio: Presentan proyecto para declarar la iglesia Monumento Histórico Nacional

La escena es la siguiente: es una madrugada muy fría de julio y en un living en el primer piso de la casa parroquial de San Patricio, en la frontera entre los barrios porteños de Belgrano y Villa Urquiza, hay tres sacerdotes y dos seminaristas, uno al lado del otro y despiertos. Algunos con pijamas, otros con ropa de salir. A muy pocos metros hay varios hombres que les apuntan con armas de fuego. En segundos, los religiosos son asesinados a balazos. Sus cuerpos quedan sobre una alfombra roja, algunos con sus manos en la nuca, la sangre comienza a formar charcos en el piso.
Bien podría ser la descripción de un fragmento de una novela negra o de un thriller. Pero sucedió en la realidad, en las primeras horas del 4 de julio de 1976, cuando un grupo de tareas de la última dictadura mató a los padres Alfredo Kelly, Alfredo Leaden y Pedro Dufau, y a los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti, en lo que quedó sellado como “la masacre de San Patricio”.
El quíntuple crimen, a fuego lento, reverberó con los años en libros, películas y obras de teatro y en el espacio público, con la colocación de placas, monumentos y nominación de calles y hasta de una estación de subte.
En esa línea, el lunes se presentará en el Congreso un proyecto para declarar al templo Monumento Histórico Nacional y la propuesta permite reconstruir un posible muestrario de cómo la cultura buscó representar esos homicidios, cometidos a metros del altar mayor de la iglesia, donde pocas horas antes una de las víctimas había celebrado un matrimonio.
“La iniciativa surge por el impulso de Palotinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia, en un trabajo que venimos desarrollando con el autor del proyecto, el diputado Eduardo Valdés, y con Mónica Capano, que hasta hace poquito se desempeñó como presidenta de la Comisión Nacional de Monumentos, el órgano competente en estas temáticas, que quedó recientemente disuelto”, señala Ramiro Varela, exalumno del colegio San Vicente Palloti, dependiente de la parroquia, exintegrante de la Juventud de Acción Católica (JAC) a fines de los 80 y referente de la organización promotora de la movida.
Después de un silencio de años, impuesto por censuras y miedos, la causa comenzó a visibilizarse en el espacio público. Por caso, en 1996 el vecino Pasaje Sancti Spiritus fue renombrado como Mártires Palotinos. En 2005 se realizó una obra arquitectónica junto a una de las entradas del templo, a cargo del arquitecto Roberto Frangella, feligrés de la parroquia y conocido de las víctimas. En 2011, en tanto, la Legislatura porteña declaró al lugar Sitio Histórico de la ciudad de Buenos Aires.
En 2016 la comunidad palotina pintó un mural en el cruce de Echeverría y Mártires Palotinos, que ocho años después fue declarado de “interés cultural” por la Legislatura. Y en 2018 se colocaron en la vereda de la iglesia tres “baldosas por la memoria”, que homenajean a las víctimas y en donde quedó plasmada una frase que en 2001 pronunciara el por entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio, durante la misa por el vigésimo quinto aniversario: “Las baldosas de este solar están ungidas con la sangre de ellos”.
Si hablamos de oralidad, ese mismo año León Gieco estrenó la canción “Todo está guardado en la memoria”, donde se mencionan a los padres palotinos y al obispo Enrique Angelelli, también asesinado por la dictadura en un falso accidente de auto, en La Rioja. Ya en 2023, se le agregó a la estación Echeverría de la línea B el nombre “Mártires Palotinos”.
Esta foto, tomada el 23 de marzo de 2013, muestra una obra de arte en forma de cruz con una de las balas que se encontraron en la iglesia de San Patricio tras la masacre de 1976, en Buenos Aires, Argentina. (Foto AP/Victor R. Caivano)
“Es una obligación del Estado nacional el tutelar y velar por la preservación de este bien inmueble, debido a la importancia histórica que tiene, porque allí transcurrió el mayor hecho de sangre cometido contra la Iglesia Católica argentina y uno de los crímenes más resonantes cometidos por el terrorismo de Estado”, agrega Varela, en relación a la iniciativa que se presentará en el Congreso el lunes a las 18.
Del crimen en sí se desprenden dos causas; una, canónica, que busca que los cinco sean declarados mártires por la Iglesia, y la otra, penal, a cargo del juez federal Daniel Rafecas, que pretende establecer quiénes fueron los responsables de la masacre, con indicios que por ahora apuntan más hacia policías federales que a marinos, que fue la hipótesis que se sostuvo durante muchos años.
Dos días antes del hecho, Montoneros había hecho explotar una bomba en el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal, matando a 23 personas. Las jornadas siguientes, grupos de tareas policiales cometieron crímenes especialmente visibles, en respuesta a ese atentado, como el fusilamiento de un detenido desaparecido frente al Obelisco y el haber dejado en un garaje de San Telmo ocho cadáveres atados y con heridas de bala. Al menos temporalmente, la masacre de San Patricio coincide con ese rosario de represalias.
“Si se aprobara en el Congreso la declaración de San Patricio como Monumento Histórico Nacional, como todos los otros homenajes, incluido el de patrimonio histórico de la ciudad, las placas que hay en la esquina, el Pasaje Mártires Palotinos y la estación Echeverría-Mártires Palotinos, ayudan a la causa canónica en lo que se llama ‘fama de Martirio’”, explica el padre Juan Sebastián Velasco, párroco de San Patricio y postulador de la causa canónica.
“Fama de martirio” quiere decir que una parte significativa de la sociedad considera a determinadas personas católicas como mártires, a causa de haber muerto en forma violenta por su fe.
“Porque no somos solo nosotros, los padres palotinos, quienes pedimos el reconocimiento del martirio a nivel canónico”, continúa Velasco, que también formó parte de la JAC de San Patricio en los 80, “sino que viene del pueblo, de la gente, de gobiernos. A lo largo de los años, el pueblo, la gente, con su fe popular, de alguna manera, va diciendo lo que nosotros sostenemos desde hace años. Eso sucede en muchas causas, en los que la gente reconoce a un candidato a santo o a mártir, como son los nuestros, antes de que se haga un reconocimiento oficial de la Iglesia. Y esto, a la larga o a la corta, termina ayudando”.
Por fuera de placas y monumentos, el primer libro que reconstruyó la matanza recién pudo publicarse en 1989. La masacre de San Patricio, del periodista Eduardo Kimel y publicado por Dialéctica fue el primer abordaje exhaustivo del crimen, y que señaló la responsabilidad directa de los grupos de tareas.
El autor fue llevado a juicio por el primer juez de la causa, Guillermo Rivarola, por considerar ofensivos los dichos sobre su accionar. Y fue condenado por el delito de “calumnias e injurias”. Durante años, la única persona sancionada judicialmente por el hecho fue el primero en haberlo investigado; ningún policía, militar o agente civil de Inteligencia.
Se realiza una misa en recuerdo de los padres palotinos asesinados durante la ultima dictadura militar en 2006. Foto: Martin Acosta
Cuando en 2009 el Congreso despenalizó aquella figura para los casos de interés público, la figura de Kimel y su obra se reinstalaron. A los pocos meses el periodista murió de cáncer..
El segundo libro en abordar el tema fue El honor de Dios. Mártires palotinos: la historia silenciada de un crimen impune de Gabriel Seisdedos (Editorial San Pablo), publicado en 1996. En la obra, entre otros aspectos, el autor cuenta la militancia del seminarista Barletti en Montoneros.
Veinte años después, el teólogo y catequista Sergio Lucero lanzó Juntos vivieron, juntos murieron. La entrega de los cinco palotinos, por Editorial Claretiana. Y en 2023 la misma casa editora publicó Testigos de la fe en Cristo con la palabra y con la sangre. Homilías 1964-1976, que compila esos textos de Pedro Dufau, otro de los asesinados.
Hacia 1997, Seisdedos dirigió una versión audiovisual de su libro, que se proyectó en la televisión estadounidense y que lleva el nombre The honor of god. A nivel local, se destaca el documental 4 de julio, de Juan Pablo Young y Pablo Zubizarreta, estrenado en 2007.
En el film, de algo más de una hora y media de duración, se reconstruye el crimen y aparecen, entre otros, los vecinos que vieron a los hombres armados antes de que ingresaran a la parroquia, los autos en los que llegaron y el móvil policial que los identificó, y que además escucharon la advertencia de un oficial al custodia Álvarez para que no se metiera si escuchaba tiros porque los ocupantes de los Peugeot iban “a reventar unos zurdos”.
Otra figura clave en la película es el ya citado Kimel, que narra tanto el crimen como la investigación que él llevó adelante y la persecución judicial a la que fue sometido, mientras los autores intelectuales y materiales de la masacre gozaban de libertad.
También resalta en el film la historia de Roberto “Bob” Killmeate, seminarista palotino cuando ocurrió el crimen, que en esa fecha sangrienta se encontraba en Colombia. Los realizadores siguen su historia, que sobrevive a la dictadura. Luego de dejar los hábitos, él se dedica a impulsar el cooperativismo y la economía popular en Dina Huapi, en las afueras de Bariloche.
Las tablas también reflejaron esta historia. En 2001 Carlos Salum, que en los 70 frecuentaba la parroquia y que había sido el productor de The honor of god, estrenó de su autoría la obra de teatro La voz que grita al cielo. En 2024, el teatro Tadron, en Palermo, alojó la obra El crimen de San Patricio, escrita y dirigida por Elba Degrossi, basada en el libro de Kimel. Este sábado desde las 17 se dará una nueva puesta, en la Casa de la Identidad, en la exESMA.
Parroquia de San Patricio. Archivo Clarín.
Por otra parte, y siempre dentro de las artes escénicas, Coghlan, uno de los barrios muy cercanos a San Patricio, también es el nombre de una obra de títeres, creada por Teresa Orelle y Sergio Mercurio, que se centra en el quíntuple crimen. La creación, además, tiene una versión gráfica.
Quizá porque fue el mayor ataque contra integrantes de la Iglesia Católica argentina en un mismo día; o por la saña del crimen, cometido ante víctimas indefensas, en su propio domicilio, en un predio lindero a un templo donde se habla de amor al prójimo y del mandamiento del “no matarás”.
O por detalles casi cinematográficos, como el haber sucedido en una madrugada invernal en un barrio de clase media alta, con disparos con silenciador y pintadas en las paredes “acusando” a las víctimas de sacerdotes tercermundistas y reivindicando “a los camaradas dinamitados en Seguridad Federal”.
O a lo mejor por el clima previo, de amenazas contra los religiosos, y con murmuraciones de algunos vecinos con poder, que detestaban a Alfredo Kelly por sus homilías y por haber dado demasiado espacio a las iniciativas de los seminaristas.
Por cualquiera de los motivos anteriores, o por todos ellos, esa matanza sigue dando que hablar, en murales, carteles, libros, obras de teatro, películas y en la propia presencia de la parroquia, ese enorme edificio de ladrillos, rematado en un campanario, que podría ser declarado Monumento Histórico Nacional. Otro eco podría ser a futuro, la publicación de los diarios del padre Kelly. ¿Sucederá?
Clarin