Morante revienta el cónclave de Sevilla y se proclama Papa del toreo

Morante de la Puebla se proclamó en la Maestranza Papa del toreo, reventando este cónclave de Sevilla de presuntos herederos. Obró el milagro del arte, el más gallardo, arrebatado y hermoso, y enloqueció a la Maestranza, de nuevo. Dios bendiga la lucidez de su cabeza y la pureza de su corazón. Un invierno de oscuridad y 18 electrochoques después, paseaba dos orejas entre gritos espasmódicos de "¡Jo-sé An-to-nio! ¡Morante de la Puebla!", como aquel bíblico 26 de abril de 2023 rabo en mano. Y se volvió a sentar en el trono que decían que ya no era suyo. Y lloró como un niño con todo el sufrimiento roto a sus pies.
El runrún de la riada de aficionados desbordaba horas antes las calles que desembocan en la plaza de la Maestranza. El sevillanísimo cartel con Morante, Juan Ortega y Pablo Aguado, dado en llamar del arte, aunque el arte es un don sólo de Dios, y Dios es de La Puebla, había agotado el boletaje a una velocidad de relámpago, a la que ninguno de los tres torea. De las taquillas colgaba el cartel de "no hay billetes" por segunda vez esta temporada; del reciente Domingo de Resurrección, pendió el otro con el nexo común de MdlP. Que regresó sin que en Sevilla se enterasen de que había vuelto.
A las 19.00 de este histórico jueves 1 de mayo el genio les concedía otra oportunidad -y no van quedando muchas- al lado de sus "hijos" y presuntos herederos que suele devorar. Como sucedió otra vez. La involvidada y redonda eclosión de Aguado en 2019 provocó un terremoto que sacudió a la Giralda y a Morante. Como el quite de Ortega en la tarde del hito del rabo en 2023 provocó una voracidad en él que únicamente su crítica salud mental ha podido frenar. En ese triste rellano de abril del 2024 levantó JO en Sevilla la faena de su vida.
A las 19.05 aparecieron los tres toreros sobre el redondel de este apasionado escenario de la Maestranza que las cámaras de Canal Sur proyectaban más allá de sus fronteras: Morante, vestido con un impresionante terno verde esperanza cargadísimo de oro, marcó una cruz con la punta de la zapatilla en el albero. De Papa del toreo. Cargado, pero de kilos, saltó el toro de apertura de Domingo Hernández, recogido de cara. MdlP, insuflado de ánimo, esperó su suelta salida, soltó su capote lacio y, de una en una, voló sabrosas verónicas que desembocaron en una larga portentosa. Nada para las dos verónicas que se le cayeron de las muñecas en el quite justo antes de que el toro pegase un volatín que contó como puyazo. La media a la cadera remató la obra de arte inconclusa.
Apuntaba el domingohernández una buena condición, una clase cierta, un fondo que faltaba en la misma medida que sobraban 50 kilos. Intervino por delantales Juan Ortega, enfundado en un merengoso celeste y plata. El Papa y el monaguillo. La lidia de Juan José Domínguez se antojó profusa y equivocada de terrenos. Morante lo tenía clarísimo, su expresión transparentaba la determinación, la actitud, el compromiso. El prólogo de faena en el tercio, en el lado opuesto a donde sucedió la brega, desprendió torería y esperanzas. Se fue el maestro a la misma boca de riego con él, y allí se embrocó en una serie de derechazos preñada de empaque. Y sobre la izquierda sopló un natural que adquirió categoría de sobrenatural antes de otros buenos, tan asentado, macizo y de verdad el torero, con más fondo que el toro. Que emprendió su decadencia a pesar de los tiempos y el aire conducidos. Una bella ronda a pies juntos sobre la derecha y otra de naturales enfrontilados, ya en el tercio como final, todo puro y ceñido. La espada errática -pinchazo, media y descabello- no impidió la ovación.

Otra escuchó Juan Ortega a las 19.57 tras agarrar una estocada muy segura. Esa seguridad del oficio aprendido, en el que tanto ha crecido, presidió también la faena con un toro de ir sin irse, o de venirse sin marcharse, siempre en falsete, durmiéndose y exigiendo más de lo que transmitía. Desde que salió cantó falta de ritmo. Y Ortega se empeñó en torearlo a compás en un motón de verónicas muy jaleadas pero que, en verdad, sólo una adquirió, por el izquierdo, el rango superior de lo extraordinario. No se puede torear a compás a un toro sin ritmo. Volvió a intentarlo en el quite, con más o menos el mismo éxito. Más ruido que nueces. El toro, de más cara que cuerpo, mostró en banderillas complejidades que pagó Jorge Fuentes al cruzarse. Y luego ya siguió como está contado.
Al montado tercero, siempre engallado, de contada humillación y desentendido de todos en los tercios previos, le faltó celo. Y también descolgar. Y, por supuesto, bravura. Casi toda. Pablo Aguado le dibujó carteles de toros, desde el inicio rodilla en tierra, con esa cadencia innata, cuando le cogió el aire. O, mejor dicho, cuando le sostuvo el pulso y lo retuvo en su muleta. Una trincherilla sublime, un ayudado formidable. Aguado sigue fiel a una naturalidad no estudiada, y salpicó de ricas cosas la forzosamente deshilvanada faena que no culminó con la espada. Lo sacaron al tercio por la belleza salpicada.
A las 20.28 Morante de la Puebla acabó con el cuadro a una mano, con el capote en una sorpresa mayúscula que volteó la Maestranza, puesta en pie con un temblor de siglos. Volaban las largas de mano a mano, con el pecho henchido de viejas tauromaquias, mientras la gente se agarraba la cabeza, loca de entusiasmos. Cuando libró el último lance, la plaza era ya un manicomio. Un pasodoble se alzaba desde la banda del maestro Tejera. La gallardía del genio, su valentía, siguió con la muleta. El toro, bien hecho y armado, tenía sus claves, sus terrenos, su puntito de genio. MdlP, el más valiente de los toreros, y el más sabio, y el más completo de su estirpe, desveló todos los secretos de la embestida ofreciendo las femorales. Allí en el sol. Como un tributo del que brotaban naturales increíbles, derechazos impensables, con el toro silbándole por los muslos. Y él aguantándolo todo, dándole el sentido último al toreo que es la entrega de la propia vida. Y así se tiró entre la testuz con la espada y los pitones en el corazón. Y enterró el acero empujando con el alma. Estalló la plaza, otra vez. Una explosión de dos orejas, un milagro tras la oscuridad del invierno. Dios bendiga la lucidez que embriaga su prodigiosa cabeza.

Valió el desgarbado quinto con su escaso aliento para que Juan Ortega prendiese verónicas en el aire, el tiempo detenido. Sonó la música también. Una catarata de oles con el eco puesto en un quite alado por chicuelinas. Replicó Pablo Aguado por el mismo palo y con el mismo son. El prólogo de faena de bonitos ayudados por alto careció de continuidad con la embestida pidiendo árnica. Una ronda de derechazos apenas. Intentos baldíos. Un desarme y una estocada baja.
El último sirvió poco. Pablo Aguado le voló el capote con ese aire antiguo de jugar los dos brazos. No había causa. Ni caso. Y ya era de noche.
PLAZA DE LA MAESTRANZA. Jueves, 1 de mayo de 2025. Quinta de feria. Lleno de «no hay billetes». Toros de Domingo Hernández; todos cuatreños; de sigual presentación, distintos tipos y remates; en general faltos de fondo, ritmo y entrega; de bravura en definitiva y poder.
MORANTE DE LA PUEBLA, DE VERDE ESPERANZA Y ORO. Pinchazo, media y descabello (saludos); estocada a topacarnero (dos orejas).
JUAN ORTEGA, DE CELESTE Y PLATA. Estocada (saludos); estocada baja (silencio).
PABLO AGUADO, DE NEGRO Y ORO. Tres pinchazos y estocada. Aviso (saludos); pinchazo y estocada atravesada (silencio).
PARTE: Jorge Fuentes fue atendido de una contusión leve el gemelo izquierdo.
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