Viaje a Portugal con Lorena Álvarez: «Sacrifico mucho para poder vivir de mi música, pero ya no sufro»

Hace unos seis años, Lorena Álvarez (San Antolín de Ibias, Asturias, 1983) tuvo una de sus crisis. «Otra más, porque he tenido muchas», reconoce la cantautora entre risas durante un viaje a Oporto junto a ABC Cultural. «No sabía muy bien qué hacer con mi vida. Me pasaba el día pensando: '¡Dios mío, no tengo nada! ¿Qué voy a hacer? Debería cantar mejor y aprender a tocar mejor la guitarra. Tendría que tener muchas más cosas de las que tengo a estas alturas de mi carrera'. En ese momento, además, tampoco contaba con el apoyo de una discográfica, como me ha pasado en los últimos meses desde que decidí irme de la última, ni dinero para grabar en un estudio», reconoce la asturiana.
En ese «momento de bajón», se fijó en un dibujo que le ha acompañado en cada casa que ha vivido de Granada, Madrid o Asturias: «Me lo hizo mi abuela hace años, antes de morir, cuando ella ya era muy mayor. Le insistí mucho y, al final, accedió. Es muy sencillo, como un monigote, porque ella no sabía dibujar. Aparezco yo tocando la guitarra, junto a un árbol, una flor y un sol. Lo observé de nuevo y, de repente, pensé: '¡En ese dibujo está todo lo que soy! No necesito nada de lo que creo que necesito. Tengo mi guitarra y es suficiente'», recuerda.
Aquella revelación ahuyentó todos sus fantasmas de un plumazo y le devolvió la inspiración. Como todo lo importante que le ocurre en su vida, bueno o malo, lo convirtió en una canción, 'La nube', de su disco 'Colección de canciones sencillas' (Elsegell) que los críticos de ABC eligieron el mejor de 2019. Cantaba: «Y con este sencillo dibujo / que lleva colgado en mi pared tanto tiempo / me hizo abrir los ojos / y entender lo que yo no entendía / Cómo pudo ella verme así / cuando ni yo lo veía».
Lo cierto es que Lorena Álvarez ha sido siempre esa chica de San Antolín con la guitarra española, desde que publicó su primer álbum, 'La cinta' (Sones), en 2011. En realidad, una casete con siete temas en una edición que incluía un libreto con los acordes de las canciones y un walkman para escucharlas. Toda una osadía para un debut que parecía boicotear su propia proyección. «A lo largo de mi carrera he hecho un montón de cosas que no son muy normales, la verdad», comenta y se ríe de nuevo, ahora por nervios, pues faltan solo dos horas para que salga al escenario del Auditorio de Espinho, donde va a organizar otra de sus locuras. De esas que algunos músicos de su entorno se preguntan cómo ha podido conseguir.



Con ABC Cultural como testigo, este verso libre dentro de la música tradicional española, que ha traspasado las fronteras del folclore y se ha ganado el corazoncito de una parte de la escena 'indie' nacional -«y no me interesa nada el 'indie', nunca me ha gustado»-, va a presentar su próximo disco junto a una orquesta de 65 niños: el Proyecto Benjamim. Y no en España, sino en esta localidad de Portugal a 40 kilómetros de la capital. Canción a canción y por orden del álbum, aunque en el momento de la actuación ni siquiera sepa dónde ni cómo lo va a publicar. Otra crisis, aunque poco antes de mandar este número a la rotativa, la cantautora nos llama y desvela que, finalmente, será en Montgrí, el sello montado por el grupo Cala Vento, en el que hay nombres como Lagartija Nick y Biznaga. Tras meses de retraso, saldrá por fin en otoño, «posiblemente en octubre».
«La música me ha traído en la vida muchas alegrías y también muchos quebraderos de cabeza, pero, sin duda, este concierto es lo más bonito que he hecho hasta hoy. Mis plegarias han surtido efecto», confesaba en Instagram antes de sus dos actuaciones en Espinho en días consecutivos con todo vendido. «Tengo la sensación de que siempre me tienen en mente para las ideas más extrañas, ideas para las que no contarían con otros músicos porque saben que siempre estoy abierta y me emociono. Para mí, el culmen de la música es compartirla con otros músicos», asegura.
—Los niños no paran de abrazarla y se acercan a contarle cosas, como si la conocieran de toda la vida...
—Supongo que ven que me involucro mucho en el proyecto y que yo también me abro a ellos, lo que hace que se sientan cómodos. El otro día, una niña se me acercó en el ensayo, me preguntó si me podía abrazar y se puso a llorar. Le pregunté y me dijo que estaba pasando un mal momento y que mi música la había ayudado mucho. Que le hacía sentir muchas cosas y, sobre todo, le daba tranquilidad. Estaba muy emocionada y… En fin, eso le da sentido a todo.

La verdad es que Álvarez anda sobrada de aventuras curiosas. A lo largo de cinco discos y un epé, ha colaborado con varios coros, grabado con grupos del folclore español de lo más variapintos y girado con artistas como Julieta Venegas, Julio Bustamante, Soleá Morente o Nacho Vegas. Este último, incluso, compuso una canción sobre ella, 'Rapaza de San Antolín', que incluyó en uno de sus álbumes. En la letra la compara con Lola Flores y la describe llegando a una fiesta «silbando una cumbia villera con su look rústico tropical», seguida de una banda municipal con la que está «redefiniendo la modernidad».
Recuerda la compositora asturiana que, en 2013, ofreció un concierto para burros en la reserva de Adebo, en Córdoba, donde esta heredera de Vainica Doble y Gloria Fuertes les cantó uno de sus temas: «Si el amor que puse en ti / lo hubiera puesto en un burro / hubiera montado en él / y corrido mundo». Hace un mes, además, se marchó a Marruecos con Antonio Arias. El líder de Lagartija Nick y uno de los cerebros detrás del revolucionario 'Omega' de Enrique Morente estaba de gira con Mawlid, su proyecto con músicos gnawa inspirado en canciones religiosas y ritmos espirituales islámicos.
Cuenta Arias a ABC Cultural que, en un principio, la cantautora solo iba a ver un par de conciertos, el de Tetuán y el de Tánger: «Al final, se subió a la furgoneta para hacer toda la gira y aportó esa alegría y fuerza que nos faltaba. ¡Trajo todo ese desparpajo! Lo que más valoro de Lorena es el temperamento con el que lleva su carrera, ese compromiso tan fuerte con su manera de hacer las cosas… ¡Con su libertad! Y cómo se las apaña para meterse en proyectos de todo tipo. Es muy valiente, dentro de esa visión tradicional que la diferencia de otros artistas. Es un culo inquieto».
—¿Cuándo despertó toda esa pasión?
—De pequeña no pensaba «voy a dedicarme a la música», pero siempre tuve esa pulsión y consagré mi vida a ello. Recuerdo que de niña le pedí a mis padres una guitarra y aprendí de forma autodidacta. Me pasaba horas tocando dos acordes. La primera cinta que tuve fue de Joan Baez, pero más allá de eso no escuché nada, porque a mi pueblo no llegaba la cultura en general y no se oía bien la radio. Luego descubrí a Los Chichos, Los Chunguitos y Camela, pero también a Bob Dylan por mi tío. Mis padres tampoco se dedican a nada relacionado con la música, tienen un taller de coches.
—¿Y acabó marchándose de San Antolín?
—Sí, con 16 años, pero siempre termino volviendo. Me fui a Oviedo a estudiar en la Escuela de Arte, porque mi pueblo es muy pequeño y solo había bachillerato hasta esa edad. Es una aldea en la zona más incomunicada de Asturias, en la frontera con Galicia y León. Llegar allí es difícil, siempre hemos tenido carreteras muy malas. Esa incomunicación, que es un inconveniente, para mí ha sido un aliciente a la hora de regresar y establecerme allí, porque el pueblo se ha mantenido intacto. Desde la arquitectura tradicional a las costumbres. Para mí es como un santuario, alejado de todo.
—Nada de gentrificación…
—¡Nada! ¡Qué gentrificación va a haber allí! [se ríe con ganas] Qué va… Allí no va nadie. Somos menos de 200 vecinos. No tenemos esos problemas.-Pero si habría un momento en que tomó la decisión de dedicarse a la música.-Fue algo progresivo, aunque siempre tuve claro que no quería dedicar mi vida a algo que sintiera que perdía el tiempo y me deprimiera. Cuando me decidí, ya no quise trabajar en otra cosa, a pesar de las dificultades que pudiera encontrar, así que luché por hacer de esto mi modo de vida.
—¿Ha sido dura la lucha?
—¡Sí! [risas]. Se dice que, cuando una persona tiene una sensibilidad, a la vez tiene que tener mucha fuerza para conservarla y manejarse en este mundo, sobre todo en la música, donde es difícil hacerse un hueco. En realidad, lo que yo quiero es construir un espacio propio en el que esté a gusto, aunque sea pequeño, pero cuando quieres vivir de él, se complica. Adquirir ese compromiso no significa que todo vaya a ser maravilloso. Últimamente pienso en la imagen que transmiten muchos artistas de tener una vida ideal. Para mí no es así. Es una vida con un compromiso tan fuerte que es como si cada día tuviera que empezar de nuevo. Muchos músicos no soportan esa vida… Se pasa mal, claro.
—¿No todo es ideal en el 'underground'?
—No. Muchas veces, las discográficas independientes tienen peores condiciones que las multinacionales y, además, no disponen de los medios ni el dinero para hacer cosas. El mundo de la música está desbaratado. Creo que hace falta un relevo generacional, gente más joven en la gestión cultural, porque el mundo ha cambiado. Siento que hay muchas relaciones de explotación hacia los artistas.
—Es una declaración dura.
—Lo sé, pero el otro día vi el documental de Aitana, 'Metamorfosis', y me horrorizó lo que mostraba. ¿Cómo puede haber gente trabajando con artistas que no respeten su manera de hacer música y el descanso que necesitan para poder seguir creando? Hay muchos abusos por parte de la industria y eso tiene que cambiar.
—¿Por eso usted va casi a discográfica por álbum?
—¡Sí, la verdad es que sí! [risas]. Llevo toda la vida intentando encontrar un equipo de personas con el que esté alineada en la forma de entender la música, pero no he tenido suerte. No estoy dispuesta a comprometer mi arte por nada del mundo, por eso tengo que seguir buscando.
—¿Nunca se ha comprometido con las fechas que suele imponer la industria?
—Jamás. No saco un disco cada año, sino cuando tengo algo que decir. Necesito haber vivido cosas y tiempo para digerirlas y convertirlas en canción. Tampoco quiero comprometer eso, porque mataría mi parte creativa, que es sagrada.
—¿Qué le ha pasado desde su anterior disco en 2021 que necesite contar en el nuevo?
—Perder el poder sobre mí misma y recuperarlo. Un viaje desde lo más bajo a lo más alto. Es algo que a las mujeres nos pasa una y otra vez. Se lo entregamos a nuestras parejas, familias y amigos, para luego recuperarlo y perderlo otra vez. Y te quería decir otra cosa, pero se me ha olvidado… Ya me vendrá. En fin, habla de recuperar el poder sobre una misma para tomar tus propias decisiones. ¡Ah, ya me acuerdo! Iba a decir que estoy contenta porque es un disco en el que he encontrado un lenguaje un poco más femenino, algo que no me ocurría en los otros discos, en los que parecía que mis canciones siempre estaban reaccionando a algo, como enfadada y agresiva, aunque fuera a través del humor.
—¿Cuándo perdió el control?
—Hace cuatro años. Llegó un momento en el que necesité parar. Para mí, hacer música o arte tiene que ver también con regir el tiempo de tu vida. Hay que prestar mucha atención a lo que te pide el cuerpo y a mí me pidió desaparecer. En mi caso, a la naturaleza, por eso regresé a San Antolín.
—En una de las nuevas canciones que ensayaba hoy con los niños, cantaba: «Tuve que irme a mi pueblo a descansar, porque no podía más / tuve que, sintiéndolo mucho, los conciertos cancelar / tuve que olvidarme de beber y de fumar / tuve que olvidarme de todo». ¿Tan abrupto fue?
—Sí, lo dejé todo. Estuve una temporada dedicándome solo a meditar, pasear por la naturaleza y recuperarme. Recuperar la conexión con el propósito por el que hago música, que es algo que se puede perder con los años. En otras ocasiones que también lo perdí, seguí para adelante como pude, pero en ese momento dije que no. Continuamente veo a músicos a mi alrededor que no se encuentran bien, pero siguen y siguen cada vez con más presión. Eso es insano y causa depresiones y otras enfermedades relacionadas con la salud mental. Lo veo mucho a mi alrededor.
—¿Buscaba también la soledad cuando regresó al pueblo?
—Bueno, en realidad, crecí en San Antolín y he pasado mucho tiempo sola. Ahora he montado un estudio en una casa que me ha dejado una vecina, donde también paso mucho tiempo sola componiendo.
—¿Su regreso a San Antolín no tiene nada que ver con la imposibilidad de vivir de la música en Madrid?
—Tampoco es que quiera vivir en la ciudad, pero es verdad que si te dedicas al arte y quieres disponer de un espacio donde trabajar y tiempo libre para no tener que forzar esa creatividad, en Madrid es muy difícil. Hay poco espacio disponible y es caro. Necesitas mucho más dinero y recursos. Por eso prefiero mi pueblo. Si hiciera trap, no me habría venido a vivir a San Antolín [risas]. Cada artista busca su inspiración en un sitio y yo, para encontrarla, necesito silencio.
—¿A costa de qué ha conseguido vivir de su música?
—A costa de… No sé cómo decirlo… [Hace un silencio largo, buscando las palabras más correctas]. Para poder vivir de mis canciones sin tener que hacer concesiones he tenido que reducir al máximo mis gastos y… No sé, hay muchas cosas que entrego por esta forma de vivir, pero otras no las considero realmente un sacrificio, la verdad. Están los viajes, estar muy cansada y pasar por muchos estados de ánimo, pero si hago un balance, ya no sufro tanto entregando eso.
—¿Es un sacrificio más material o espiritual?
—De ambos. Podría tener un trabajo más estable y ganar más dinero, que son cosas que no tengo, pero tampoco las necesito. Respecto a los estados de ánimo, también podría tener una vida más estable, porque paso por momentos de soledad y otros en los que me siento perdida y asustada. De repente, temporadas alegres y rodeada de mucha gente. Son estados extremos y cambiantes que, posiblemente, no tendría con otra vida, pero esos malos momentos son sacrificios que hago con gusto por dedicarme a lo que quiero.
—¿Recuerda la vez que más ha cobrado por su música?
—¡Sí, lo recuerdo muy bien! [risas]. No os digo cuánto gané, pero sí cómo. Hace unos años me llamó una empresa británica para que hiciera la banda sonora de un videojuego ['Alba, A Wildlife Adventure']. No solo fue, con diferencia, la vez que más he cobrado, sino la que he trabajado más a gusto, con un contrato muy legal. Es muy diferente a lo que ocurre en España, que cuando firmas un contrato solo les falta pedirte que les entregues a tu primer hijo varón. Son muy abusivos. ¡Jamás voy a cobrar ese dinero por un concierto!
—¿Nunca le ha machacado la idea de no poder vivir mejor de su música, si cada nuevo proyecto suyo tiene mucha repercusión en los principales medios de comunicación de España? Hasta la he visto en el Telediario de RTVE.
—A veces sí, la verdad. Lo que me obsesiona no es el dinero, sino tener más facilidades a la hora de trabajar. Cosas de las que ahora no dispongo, como alguien que conduzca en las giras, que cargue con los instrumentos o que pruebe sonido por mí para ir yo directamente al concierto, pero no puede ser. Da igual, es lo que hay. Quizás algún día pueda tener a alguien que cargue mis bártulos [risas], porque todo el día cargando y descargando, montando y desmontando, te machaca el cuerpo.
—Sus letras siempre cuentan experiencias personales y algunas son realmente duras, como 'Si tú eres mi hombre', que habla del maltrato.
—Sí. Todo lo que canto son cosas que he vivido. Hay una frase que me gusta mucho para definir eso: «Con la mano quemada, escribo sobre la naturaleza del fuego» [atribuida a Gustave Flaubert]. Pero intento no quedarme en los detalles, que a nadie le importan, sino buscar lo esencial para extraer la enseñanza que le pueda servir a otro.
—¿Y necesita que la herida se cierre para poder cantar?
—No. A veces, cantar a los traumas ayuda a sanarlos. Tengo la sensación de que el arte y la música te protege de sufrir heridas mayores, actúan como escudo protector.
—Siempre creí que su canción 'Alba' también hablaba de su abuela, de cómo la acompañó la noche que murió.
—Pues no, habla de las albadas, cantos que se entonaban al amanecer cuando los amantes se despedían. Es lo bueno de las interpretaciones [risas]. Es curioso, porque una vez me escribió un hombre contándome que su pareja había sufrido una grave enfermedad y, al final, había fallecido. Me dijo que en los últimos momentos habían escuchado mi música y se había convertido en algo especial para ellos. Esa canción en concreto le consoló mucho en aquel proceso.
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