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'La muerte de Jus Belli': Cacciari da la voz de alarma en la Bienal

'La muerte de Jus Belli': Cacciari da la voz de alarma en la Bienal

«Nada vuelve a ser como antes cuando se han aniquilado los principios fundamentales de la cultura». Con esta frase, pronunciada con tono grave y lúcido, Massimo Cacciari habló esta noche en la Bienal de Venecia en una de sus conferencias más crudas y proféticas: «La muerte del jus belli. Guerras y paz». Presentado por el presidente de la Bienal de Venecia, Pietrangelo Buttafuoco, quien presentó este nuevo evento de la Biennale della Parola, y con un saludo del Patriarca de Venecia, Monseñor Francesco Moraglia, el filósofo entrelazó las reflexiones de Immanuel Kant («Por la paz perpetua») y Ernst Jünger («Paz: Una palabra a la juventud de Europa y a la juventud del mundo») en un discurso que fue a la vez un análisis político, un diagnóstico moral y un llamamiento cívico.

La tesis de Cacciari es clara: la guerra actual ha borrado toda distinción entre lo militar y lo civil, entre lo lícito y lo ilícito, entre la guerra y el exterminio. «Ya no existe el derecho a la guerra. Donde está el ejército, está la población civil. Y juntos son el enemigo. Es una guerra absoluta, una guerra de exterminio», afirmó Cacciari.

El filósofo veneciano ha denunciado una transformación radical del conflicto, que supone una ruptura histórica con todos los precedentes. Si bien en el pasado incluso las guerras más feroces reconocían, al menos formalmente, límites y normas, hoy —argumenta Cacciari— ese frágil baluarte se ha derrumbado por completo. Ya no luchamos contra ejércitos, sino contra pueblos enteros; no contra adversarios políticos, sino contra su propia existencia. De ahí la pregunta fundamental: ¿qué ocurre con el derecho internacional, con el «derecho a la paz», cuando la guerra se vuelve absoluta?

Para Cacciari, Europa está perdiendo sus raíces legales y morales, engañándose a sí misma al creer que todo puede volver a ser como antes, "el enemigo ha sido eliminado". Pero al hacerlo, advierte, "no solo se derrumba la ley, sino la propia civilización europea".

La última instancia recae en las nuevas generaciones. De ellas dependerá, según Cacciari, intentar reconstruir un tejido humano, social y cultural capaz de restablecer el derecho internacional. «Parece una tarea casi imposible, pero es necesaria. Las generaciones presentes y pasadas han fracasado: solo un diagnóstico implacable puede devolver la esperanza».

Y esa esperanza, admite el filósofo, no es de este tiempo: «La esperanza reside más allá del presente, más allá de las montañas más inexpugnables. Pero sin ella, sin la conciencia de lo que hemos destruido, no puede nacer la paz». Con «La muerte del jus belli», Cacciari no solo comentó la crónica de las guerras contemporáneas —desde Gaza hasta Ucrania— sino que cuestionó la propia conciencia de Europa, su fe en el derecho, en la razón, en la distinción entre humanidad y barbarie. Una advertencia que suena a sentencia, pero también a último recurso posible: «comiencen a pensar de nuevo en el derecho» antes de que sea demasiado tarde.

Al inaugurar el evento, el presidente Buttafuoco enfatizó que la Bienal de Venecia debe ser un laboratorio para la libertad de expresión, un obstáculo para la eliminación de temas que hoy están prácticamente prohibidos en el debate público, como la guerra y la paz. Buttafuoco evocó entonces con nostalgia al intelectual católico Giorgio La Pira y al parlamentario comunista Pio La Torre, dos figuras simbólicas de una Italia que supo unir fe y compromiso cívico, diálogo y conflicto. «Recuerdo la Italia de La Pira, que convocó a enemigos de todo el mundo a Florencia para hablar de paz, y la Italia del Comiso, con Pio La Torre y millones de personas movilizadas. Hoy, esas figuras serían tratadas como enemigas públicas, privadas del derecho a la palabra».

Un pasaje que resuena como una dura crítica al hermético debate contemporáneo, donde la complejidad y el debate parecen haber cedido ante la simplificación y la intolerancia. Por ello, Buttafuoco reafirmó la misión de la Bienal: salvaguardar la libertad de pensamiento y defender la palabra hablada como herramienta de conocimiento, no de propaganda. «La Bienal trabaja por la palabra hablada», afirmó, «y nos enorgullece lo que logramos cada día con nuestro trabajo».

En una época marcada por guerras y tensiones globales, el Patriarca de Venecia, Monseñor Francesco Moraglia, ofreció una profunda reflexión sobre el tema de la paz y la guerra antes de la conferencia de Cacciari, invitándonos a mirar más allá de la política y las instituciones para redescubrir la dimensión espiritual y moral de la paz. Moraglia recordó cómo el mundo actual está «dominado por el expansionismo y las nuevas tecnociencias aplicadas incluso a la industria bélica». Ante este panorama, el patriarca evocó la relevancia del proyecto de Kant, esbozado en el tratado «La paz perpetua», en el que el filósofo alemán vislumbró la creación de un organismo jurídico internacional capaz de poner fin a los conflictos mediante la fuerza del derecho. Pero la reflexión de Moraglia no se limitó a la teoría. «Podemos tener las mejores leyes y los mejores instrumentos, pero sin un líder, el viaje no puede completarse», observó, aludiendo a la crisis de organizaciones internacionales como las Naciones Unidas y a la falta de voluntad política y moral que impide que la paz se consolide. En su discurso, el Patriarca también recordó el concepto de «estructuras del pecado», esas realidades y dinámicas sociales que perpetúan la injusticia y la violencia, a menudo enmascarándolas con otros nombres. La guerra, dijo, «no siempre se llama guerra, sino que continúa bajo otras formas». Sin embargo, el núcleo del mensaje de Moraglia es antropológico: la paz no nace de las leyes, sino del corazón humano. Citando al filósofo ruso Nikolai Berdyaev, recordó que «la verdad cristiana presupone la libertad» y que el mal no se vence por la fuerza del Estado, sino por una victoria interior y espiritual. «El Estado puede limitar la violencia, pero no puede erradicar el pecado», añadió. Moraglia concluyó con un llamado a la responsabilidad personal y colectiva: «El bien no es resultado solo de las leyes, sino de la libertad que elige el bien. Debemos partir de nuevo de la humanidad, de su complejidad, de sus heridas y de su capacidad de renovación». Solo una humanidad reconciliada consigo misma —añadió— podrá encontrar «la gracia de vivir en la verdad y construir una paz auténtica». (por Paolo Martini)

Adnkronos International (AKI)

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