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Paseando por los juzgados, contando la historia de una vida normal suspendida entre el bien y el mal.

Paseando por los juzgados, contando la historia de una vida normal suspendida entre el bien y el mal.

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Biblia

El nuevo libro de Yasmina Reza permitirá al lector devoto reencontrarse con la escritora querida, aquella que sabe mirar. Redescubrirá la agudeza de sus síntesis, la visión de ciertos destellos de humanidad y la inteligencia brutal de una simple mirada.

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¿Qué es la vida normal? ¿Es esto lo que ocurre entre un tribunal de lo penal y otro? No. No hay separación de carreras. La lectura de La vita normale (Adelphi, 193 páginas, 19 euros), el último libro de Yasmina Reza publicado en Francia con el título Récits de certains faits, permitirá al lector devoto reencontrarse con la escritora amada, aquella que sabe mirar. Redescubrirá la agudeza de sus síntesis («cara redonda, rubio rojizo»), la visión de ciertos destellos de humanidad («El abogado Thomas Bidnic niega con la cabeza varias veces. Jorobado, bata arrugada, aire resuelto y rebelde, hojea un papel tras otro, susurrando algo al oído de su asistente, se dedica en cuerpo y alma a su cliente. A medida que pasan los días, parece cada vez peor afeitado»), la inteligencia brutal de una simple mirada a una camiseta, a una forma de estar o de existir (todo el capítulo «El Sr. Louette»).

Para todos los demás, la sorpresa fue descubrir que la escritora rondaba por los juzgados –sus más fieles seguidores ya lo sabían– y quizá fue allí donde perfeccionó su principal virtud. Una virtud que ejerce en las entrevistas y en la escritura dramática, no sólo en las novelas, consiguiendo hacer interesante casi todo lo que dice. Un bien preciado, ya que hoy en día no hay muchos escritores que puedan decirnos algo que no sepamos. La mayoría ha tomado el pensamiento recurrente como modelo, confirma sus tics, adopta sus lenguajes y formas, y mientras tanto recoge consustanciales y seguidores ; de hecho, es mortalmente aburrido en todas partes, todos se detienen en las mismas estaciones, la gente se baña doscientas veces en el mismo río, los barqueros-escritores toman a bordo de sus ecobarcos a los mismos pasajeros que se complementan y luego se los pagan al barquero-escritor, que es cada vez más todos y cada vez menos él mismo, un conformista del agua y la tierra, flotante y galopante, un seductor y un representante moral, ubicuamente cuidadoso en adherirse a lo que Yasmina Reza, en un contexto completamente diferente (específicamente la Navidad, lea el capítulo "Canción de Navidad"), llama el "nosotros" federativo. Aludiendo a un “nosotros” en cuyo nombre se siente autorizado a hablar, pensar, escribir, un “nosotros”, escribe Reza, “que me ha parecido imprudente toda mi vida”.

Teniendo que dirigirnos tanto a los lectores habituales como a los no habituales, pero sobre todo a aquellos – los más afortunados – que aún les queda todo por leer, diríamos que Yasmina Reza es alguien que sabe contar la ambigüedad . Quién sabe describir, en cada uno de nosotros, la proximidad entre el bien y el mal, formas de lo banal humano. “El final es algo indefinible, en el origen puede haber un cielo gris, una noche de insomnio, nunca sabes donde vas a terminar”. No sólo eso: a través de este inventario razonado de reliquias emocionales, de calles venecianas, de fragmentos de historias, de nietas que no duermen por la noche, de mujeres traicionadas por desconocidos en las aplicaciones de citas –el capítulo titulado «Antony Laroche», que cuenta la historia de Jack Sion, un violador tembloroso de sesenta y seis años, es espléndido–, Reza nos ofrece una enciclopedia de existencias que podrían ser nuestras, y sin embargo no lo son. Pero sólo por un pelo, porque cada uno de nosotros es una versión improvisada de sí mismo de vez en cuando, una versión siempre dependiente del clima, voluble posprandial, condicionada por circunstancias risibles y, por lo tanto, cruciales. Reza sabe encontrar la vida –la vida normal– en lo que sucede así, por error, sin querer, no porque alguien lo haya elegido sino, muchas veces, por falta de otra cosa; o, por el contrario, a través de sacudidas enérgicas, impredecibles, inesperadamente, según impetuosas contradicciones de la lógica . En cualquier caso, la vida normal es la que nos sucede mientras no buscamos razones. Y mientras las razones no nos busquen, vivimos primero, con todos los imprevistos mal gestionados, y luego tratamos de darle sentido a lo que hemos hecho. Es a través de procesos –intenciones, hechos, motivos– que nos engañamos a nosotros mismos y pensamos que podemos rastrear todo hasta algo más, pero la indomabilidad caótica de la vida siempre está ahí, amenazante y burlona, ​​ante nuestros ojos. Y siempre hay algo que nos susurra al oído: “Nunca me atraparás”.

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