Merche Mar, molinera permanente y genuina
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Merche Mar se convirtió sin querer en la imagen auténtica y representativa del último El Molino. Nunca lo pretendió, pero los azares de la vida la condujeron a adaptar su estilo artístico para encajar con los cambios sufridos por el histórico y tan querido café concierto.
Mi primer recuerdo se remonta a sus primeras actuaciones dándole al acordeón, lo que permitía a la quinceañera concentrarse en la música y no tanto en el meneo. Su aparición suponía entonces una novedad, pues mandaban la chabacanería, la poca categoría artística y el dejarse llevar por lo que gustaba al público de los años 50: enseñar lo poco que el régimen censor toleraba.
Tenía gracia, paciencia y recursos y no caía en el extremo de ridiculizar ni en la más vulgar escatologíaNo tardó en percatarse de que podía aprovechar una buena facilidad de palabra que le permitía la improvisación y dar con salidas inesperadas que encandilaban al respetable, amén de exhibir una dicción clarísima y potente.
Más que actuar como corista al principio o como vedette después, acabó ganándose un protagonismo en el difícil y comprometido terreno del diálogo con los presentes, sobre todo en las primeras filas del patio de butacas. Tenía gracia, paciencia y recursos. No caía en los extremos de ridiculizar ni de preferir el exabrupto o la más vulgar escatología, sino que optaba por brindar a manos llenas la simpatía, el humor, la ironía, la imaginación, la originalidad y un desparpajo contenido. Y esa imagen acabó por hacerse un hueco, imponerse y ser apreciada por la clientela más diversa en todos los perfiles sociales y generacionales.
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Merche Mar, en una de sus actuaciones, entre el público en El Molino
Agustí CarbonellEn el fondo le brotaba con naturalidad semejante estilo, pues respondía a cuanto llevaba dentro como persona: amable, generosa, amistosa, educada.
En los años 70 se me ocurrió dos salidas a El Molino con un nutrido grupo de colegas de la redacción de La Vanguardia que jamás habían pisado el local, en las que se apuntaron más de lo que sospechaba. Nada más llegar, me dirigí al camerino de Merche Mar, en trance de maquillarse para salir ya a escena. Le conté de qué se trataba y le propuse que escogiera a dos compañeros que le describí físicamente para subirlos al escenario, al asegurarle que le darían mucho juego.
Aceptó encantada la propuesta. Puso en práctica con ilusión toda su técnica depurada y el resultado fue de lo más divertido.
Merche Mar supo adaptarse a cada una de las etapas, cada vez más difíciles y arriesgadas. No me sorprendió que Elvira Vázquez, la última propietaria y valiente modernizadora del histórico café concierto, no dudara lo más mínimo en escogerla para representar el delicado papel de maestra de ceremonias entre los dos mundos: el histórico y el renovado. Lo llevó a cabo con excelencia.
En el estreno habido en el Coliseum hace solo unas semanas me encantó encontrarme sentado a su costado y charlar. Me pareció que seguía en plena forma, a tenor de su apariencia externa, tan cuidada como siempre. Su fallecimiento me ha resultado del todo inesperado. La recordaré siempre y con mucho afecto.
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