Odio el verano... en la ciudad

El primer verano que mi ex compañero de piso inglés pasó en Madrid, discutió conmigo los primeros días de julio porque, cuando llegaba a mediodía del trabajo, se encontraba todas las persianas a cal y canto. Al final de agosto acabó sellando las ventanas de su dormitorio con parasoles de los coches. También aprendió otros trucos para sobrevivir al calor siendo pobres y no teniendo para aire acondicionado: se compró un aspersor para rociarse el cuerpo desnudo en la cama, un ventilador que enchufaba al puerto USB del ordenador y se acercaba a los pies, y sandalias ajustadas para evitar la tentación de usarlas con calcetines. Le dije que tuviera cuidado, no fuera a verlo alguien de la embajada y lo expatriara. Me agradeció el consejo, pero me tranquilizó diciéndome que con el Brexit aquello era casi imposible. También le propuse dormir sin somier para poder sacar las piernas de la cama y extenderlas sobre el mármol del suelo, invento patentado por mi padre, que tiene soluciones prácticas para todo y, como decía Chiquito, es un fenómeno de la Galaxia A4, que todo lo que toca lo borda; pero mi compañero no llegó a ese extremo. Para eso, supongo, hay que tener el C2 en andaluz.
Oigo mucho lo de: “A Madrid lo que le haría falta es una playa”. ¡Dios nos libre! Mientras viva en Madrid, prefiero pasar calor a recibir cada día decenas de cruceros que vomitan hordas masivas de turistas que consumen la ciudad en dosis breves, erosionan los centros históricos y conllevan la homogeneización de los negocios y el aumento del alquiler por la proliferación de las viviendas turistificadas. ¡Qué os voy a contar, si están prácticamente todas las ciudades igual! Las costeras, las capitales de provincia o las que pertenecen a una red turística, como las ciudades Patrimonio de la Humanidad. Además, no me quiero ni imaginar lo pesada que se pondría Ayuso de tener playa Madrid y el rédito particular que le sacaría. O el alcalde de Madrid, de cuyo nombre nunca me acuerdo, quien este año pasado celebró las fallas valencianas en Madrid Río, una idea que debieron agradecer mucho las aves y los animales de la cuenca, que acogerían el ruido y el humo con mucha entrega.
“No quiero ni imaginar lo pesada que se pondría Ayuso de tener playa Madrid y el rédito particular que le sacaría”Durante el curso lectivo, lo que más me gusta de vivir en Madrid es lo bien que se desarrolla el panorama artístico, en especial el cinematográfico. Sus tantísimos cines me dan todo lo que necesito, la sustancia demimooriana para mantener mi espíritu joven, feliz y vivo. Sin embargo, en verano solo se estrenan películas familiares, las de Santiago Segura, blockbusters de CGI y, con suerte, la nueva de Nolan y alguna de terror que, hasta la mitad del metraje, quizás puede merecer la pena. Sin cines ni piscinas no abarrotadas —que comentaré en un par de días— y con las calles transitadas únicamente por turistas, pues el resto huye de la ciudad, solo nos queda el refugio de la noche. Madrid es una ciudad muy paseable. Por realizar una comparativa odiosa: de día, Barcelona es mil veces más mágica y espectacular, pero de noche, mientras que la montaña y la playa se retiran para coger fuerzas y se funden a negro, las calles de Madrid son escenarios. Sus barrios se unen grácilmente sin ningún barrio que desentone; sus arquitecturas se conjugan y el espacio es idílico. Y cualquier calle se erige perfecta para pedirle a un barrendero que te riegue, a lo Carmen Maura.
Pero ni las noches de ensueño hacen que quiera pasar el verano en Madrid: vivir tirado en una colchoneta sobre el suelo frío , con el gazpacho en vena, la Contessa derritiéndose y el ventilador ronco esperando que caiga la noche no tiene mucho fuste.
De pronto, me vienen a la cabeza las estrategias que seguí los veranos que tuve que pasar allí. Por ejemplo, me instalé la aplicación Yuka y me iba a hacer unas compras eternas a la hora de la siesta al Carrefour veinticuatro horas del barrio de Lavapiés. Me hice un experto en nutrición. Casi me convalida un módulo Marián Rojas Estapé, pues descubrí los diez alimentos que me están alejando de ser una persona vitamina. ¡Aquellos que no contienen vitaminas!
Otra estrategia: me instalé Tinder y puse en mi descripción que buscaba a un chico que tuviera valores, inquietud por las artes y suelo radiante. Pero eso era antes de ser conocido. Ahora mis amigos me prohíben tener la aplicación, y me entristece, porque el Tinder, si eres lista, ¡da dinero!
Y otra estrategia más: recorrer los parques, sus sombras, mojarme la cabeza en sus fuentes, tumbarme sobre sus colinas… Es cierto que el Retiro, ese pulmón neurálgico del país, es una buena opción para las tardes: leer, pasear, ver a guiris montados en barcas, a chiquillos correteando y gritando que te hacen comprender por qué elegiste no tener familia ni hijos; las zonas dedicadas a los músicos callejeros, el laberinto de setos enorme dedicado al cruising donde puedes irte a leer y salir prometido; grupos de amigos enseñando a curiosos a bailar tango o hacer yoga... Sí, los parques alivian el peso estival, y parques hay muchos en Madrid. La gigantesca Casa de Campo da buena fe de ello. Pero ya podría Dios darle un poco al aire acondicionado, porque el célebre refrán de la ciudad se invierte en verano, y va uno de Madrid al suelo… para buscar el deseado mármol frío.
¡Menos mal que el alcalde de Madrid, de cuyo nombre sigo sin acordarme, ha remodelado la Puerta del Sol y ha plantado una centena de plataneros de fresca sombra! Y no una unidad y media de toldo, como muchos dicen. ¡Que se informe bien la gente! Porque a veces dicen cosas que no son verdad.
¡Feliz verano, madrileños! Y feliz verano, ciudadanos de grandes urbes de la península. Aprovechad para hacer turismo rural. Por la noche, en el campo suele hacer más fresquito. Si no, siempre os quedará Carrefour.
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