Tutto Alagna! ★★★★✩
Recital Puccini ★★★★✩
Intérpretes: Roberto Alagna, tenor. Jeff Cohen, piano
Lugar y fecha: Gran Teatre del Liceu, 30/X/2025
“¡Grande Roberto!”. Con esta exclamación recibió un espontáneo del público la aparición de un tenor estrella de los que ya no quedan. Casi dos horas de un recital íntegro dedicado a Puccini encumbró de nuevo a un cantante que el público del Liceu adora porque le reconoce una de esas carreras que marcan toda una generación lírica.
La voz, a sus sesenta y dos años, todavía luce presente, con una colocación in maschera de proyección abierta y generosa que llenó la inmensa sala liceísta sin problemas. El canto expansivo, la dicción pulida, el fraseo candoroso y ese carisma que solo poseen los elegidos dio como resultado un recital ambicioso regado de complicidad con un público rendido.
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Cantó un aria de todas las óperas de Puccini, de Le Villi a Turandot, ocho óperas en el programa oficial, y de regalo en los bises, las tres óperas que le faltaron para completar un Tutto Puccini inolvidable: La Rondine, Il Tabarro y Gianni Scchichi.
Si el timbre, todavía reconocible y de ribetes broncíneos, ha perdido esmalte y color, no restaron calidad expresiva a un tenor que debutó en el Liceu en el año 1991, como Rodolfo de La Bohème, junto a la mítica Mimí de la soprano italiana Mirella Freni. Un debut que quiso recordar emocionado antes de interpretar Che gelida manina. Por cierto, con un do de pecho todavía sonoro que quiso repetir en la versión original escrita por Puccini, donde el sobreagudo no está en la partitura. Un guiño al público, con el que mantuvo empatía, risas y cariño durante todo el recital.
De la primera parte sobresalió un Donna non vidi mai pleno de un fraseo ígneo marca de la casa, donde la elegancia de la palabra y la melosidad de la articulación se acoplaron como un guante. A su vera, el acompañamiento del pianista Jeff Cohen, dejó todo el protagonismo a la única estrella del recital.
Roberto Alagna, un divo de los que ya no quedan
Antoni BofillLa segunda parte, de una exigencia solo al alcance de los grandes, tuvo en momentos como E lucevan le stelle, de poética expresión a flor de piel, o en un Addio, fiorito asil desbordante de candor, dos puntales coronados con un Nessun dorma final medido al milímetro y de una sinceridad interpretativa desarmante. El público, de pie, lo ovacionó con ese calor que los liceistas solo conceden a sus favoritos.
En su última salida al escenario, después de los cuatro bises finales, entre los que cantó un Non piangere Liú ab imo pectore y un Firenze è come un albero fiorito, el aria de Rinuccio, ideal para un tenor lírico-ligero, que Roberto sentenció con la maestría de un divo de los que ya no quedan.
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