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Yo era atea, pero ahora creo

Yo era atea, pero ahora creo

La verdad es que no daba un duro porque me fuera a gustar una película que le está gustando hasta al obispado. Pero aquí estoy, habiendo salido alucinada de ver Los domingos, la nueva película de Alauda Ruiz de Azúa y queriendo decirle a todo el mundo que vaya corriendo a verla. Aunque poca falta le hace, porque la cinta está siendo una de las más taquilleras del año. Y el hype está más que justificado.

Sería muy simplista decir, como he visto por ahí, que esta película va de la vocación religiosa de una chica. No va tanto de Dios, como del padre. De hecho, es una película sobre el fracaso de institución que es la familia, esa certeza en la que tenemos que poner nuestra fe al menos hasta que podamos salir de ella. Y qué bien narra Alauda su descomposición. Ya lo hizo en la magnífica Querer, que es también la historia de una huida, y lo hace ahora con una protagonista de 17 años, Ainara, que se enfrenta a su padre y a su tía tomando la decisión de meterse a monja de clausura.

Qué temón. Originalísimo. La historia de otra huida. ¿Y de qué huye Ainara? De una falta tremenda de amor. Porque su padre es un desastre y su madre está muerta (no hago spoilers, esto pasa en los primeros minutos de la película). Un narciso y una ausencia, ¿quién no va a querer escapar de ahí? Y, entre medias, en la vulnerabilidad de los 17 años, un cura le vende la moto de que va a estar mejor en un convento.

Lo más terrorífico es que, como espectadora, no sepas cuál de las dos decisiones es peor. Quedarse con ese padre incapaz de quererla o irse con ese otro Padre también incapaz de quererla. El personaje de la tía completa la narración intentando dar una voz crítica que solo consigue ser irónica.

La grandeza de Los domingos (y lo que está aplaudiendo todo el mundo, no me extraña) es que no te pone del lado de ningún personaje. Todos te desesperan y te emocionan. Narrativamente es perfecta. ¿Cómo hacer una película que cuente brillantemente una historia y no sea panfletaria? Así.

Y es que, en el fondo, lo único que está intentando hacer Ainara es comunicarse: con su madre muerta, con el otro chico, con su padre, con Dios. La película va de la búsqueda incesante de alguien que la quiera. Dice Judith Butler: «Sin el tú, ese pronombre indefinido, promiscuo y expansivo, naufragamos y caemos». Pues bien, esta es la historia de un naufragio. Ve a verla. Yo era atea, pero he vuelto a creer en el poder del cine. No volverás a casa pensando en hacerte monja, volverás pensando en el milagro narrativo que acabas de ver.

elmundo

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