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Dua Lipa: la victoria cantada de una reina con más talento que planificación

Dua Lipa: la victoria cantada de una reina con más talento que planificación

A veces en las giras más internacionales, multitudinarias y ultraplanificadas del pop mundial se adoptan decisiones tan insólitas que solo pueden conducir al estupor. Los conciertos de Dua Lipa comienzan con casi cinco minutos de anestesia pianística new age mientras asistimos a una proyección en bucle de olas marinas, más propia de un powerpoint de resultados en alguna junta de accionistas. Los 16.000 espectadores congregados ayer domingo en el Movistar Arena de Madrid hubieron de contener la respiración hasta que a las 21.16 emergió en ascensor la diva, rutilante y esplendorosa como no podía ser menos, presumiendo de brillantina y de esas piernas infinitas que le han otorgado los dioses. Quizá sea una táctica dilatoria para multiplicar nuestra avidez, pero asombra que una artista tan sobrada de virtudes como esta londinense de sangre albanokosovar se demore así en la conquista de un auditorio rendido de antemano.

Lipa es mujer rotunda de voz y movimientos, sabedora de que nadie la puede toser porque, a pocos meses de convertirse en treintañera, goza de todas las bendiciones que demanda la cultura global de masas a estas alturas del partido. La escolta desde el primer momento un cuerpo (o cuerpazo) de baile tan generoso en efectivos que cuesta un rato contar y recontar a sus 12 integrantes, y con todos ellos se mimetiza e interactúa como si la parte vocal fuera para ella, qué bárbaro, pan comido. Eso sí: todo esta tan pautado, calculado y medido que a veces tenemos la sensación de no estar asistiendo a un concierto, sino a la grabación de un videoclip.

Dua emprendía así el tramo europeo de su estratosférica gira renovando la fe en ese “optimismo radical” que sirvió para bautizar su aún reciente tercer álbum y la erige en lideresa de un discurso no sabemos si esperanzador o solo cándido y voluntarioso. Ella pone todo de su parte: el vozarrón, las coreografías, los cambios de vestuarios suntuosos y un ramillete de exitazos concebidos para el baile, la evasión y la sonrisa. Pero sorprende que en una década de carrera no haya sopesado ni por un momento la posibilidad de abandonar el carril central y afrontar algún riesgo que le suponga alejarse de obviedades y lugares comunes. En un cuarto de hora habíamos asistido ya a tres estallidos de confeti y una primera tanda de fuegos de artificio. Y hubo que esperar hasta el sexto título, ese temazo que responde al nombre de Levitating, para que un bajo de funk se elevara por vez primera frente a la espesa argamasa de sintetizadores y batería en dos por cuatro que hasta ese momento lo había acaparado todo.

Como en tantas otras producciones de vocación aparatosa, el repertorio del Radical Optimism Tour se ciñe a un orden inalterable, ya sea en Madrid o en Vladivostok. Por eso existía enorme curiosidad sobre cuál sería la versión de un autor español que afrontase nuestra reina del dance-pop en el único momento distintivo de la velada. “Soy muy emocionada y un poco nerviosa por cantar en español”, anunció Dua Lipa con un castellano todavía impreciso, pero esforzado y muy de agradecer. Y en esas no tuvo mejor ocurrencia que hincarle el diente a Héroe, de Enrique Iglesias, un “artista local” domiciliado a 7.000 kilómetros de distancia tras habernos legado todo tipo de experiencias musicales más propias del purgatorio que de la religión. Si pensamos que Lipa se decantó en Nueva Zelanda por Crowded House o en Australia por Tame Impala y AC/DC, existe algún ligero motivo para, ejem, sentirnos desfavorecidos en el reparto de bendiciones para con los talentos patrios.

La firmante de Future Nostalgia derrocha un encanto personal incontestable cuando desciende a saludar a los fieles más próximos, momento que Dani y Edu, novios en primera fila, aprovechan para hacerse un selfi con ella. Un extasiado fan con visera le entrega una réplica chulísima en forma de muñeca, un muchacho de 22 años le repite “Lo eres todo para mí” con un inglés impoluto y otra chavala le regala una boa de color crema que ella incorpora durante algunas canciones a su atuendo. Lo mejor de la noche acontece, en efecto, cuando no hay que hacerle tanto caso al guion estricto y se le abre un resquicio a la palpitación de las distancias cortas. De ahí que durante el segundo acto ―para el que Dua sustituye el primer vestido gris por otro en rojo pasión― funcione tan bien These Walls: no solo por su hechura clásica e impecable, sino porque la jefa se desplaza hasta el escenario pequeño, en mitad de la pista, y otorga protagonismo a sus siete músicos, que la rodean en círculo y demuestran que no tienen vocación de comparsas.

El tercer cuarto de la velada resulta ser el más liberador de toxinas e indicado para enviarle por wasap a tu monitor de zumba. De vuelta al gris plata, Dua arranca con un espectacular Physical, un chute de dance tan demoledor como su antecesor homónimo de Olivia Newton-John; y con el alborozo mucho más renovable que nuclear de Electricity, porque dar palmas y bailar en círculo durante una canción siempre es bien. Y en esas, el diseñador audiovisual vuelve a dar la campanada introduciéndonos el cuarto acto con imágenes a cámara lenta de purasangres al galope, un panorama que solo puede empeorar si intercalamos mensajes de primer curso de Paulo Coelho. Un ejemplo real: “La eternidad es imposible de medir”.

Nos sumergimos así en el tramo dedicado a las canciones de amor arrebatado, y de ahí que el estilismo vire hacia un precioso vestido de blanco deslumbrante, sospechamos que de superficie textil demasiado escueta como para poderlo aprovechar ante un eventual enlace con su pareja, el modelo y actor Callum Turner. Pero nuestro excelso poeta de la imagen aún no ha dicho su última palabra: Happy for You, que se escora hacia el pop encantador hasta que el epílogo de un absurdo solo de batería lo arruina todo, viene acompañada por un fondo de cirrocúmulos celestiales, acaso un descarte de los fondos de pantalla de Bill Gates para Windows 98.

Y así, en ausencia de alguien que aporte un mínimo criterio de planificación, podemos pasar con toda facilidad del horror al éxtasis. Love Again (que incrusta un maravilloso sampleo de My Woman, de Al Bowlly) tiene lugar con la reina rodeada por un inquietante anillo de fuego. Y eso no es nada ante su inminente proceso de levitación con túnica blanca sobre un columpio circular, una escenografía tan impactante, e inalcanzable para artistas aquejados de vértigo, que termina sembrando una mezcla de asombro e inquietud durante la interpretación (voz y piano, a ratos solo voz) del portento interpretativo de Anything for Love. Es lo más cerca que ha estado el ser humano durante el siglo XXI de emular a Whitney Houston.

Antes de los bises llega el falso final con la contagiosa e indisimuladamente ochentera Be the One, tan propicia para las palmas. Y al epílogo le corresponde indumentaria negra y cadenetas doradas, un tramo para regresar al club (o al after) con New Rules, a las tablas de gimnasia en Don’t Start the Night y al estribillo estático de Houdini, ese en el que a Lipa le sobran casi todas las 12 notas de la escala cromática. En realidad, lo que más le sobra a Dua Lipa es talento; ahora solo falta que se atreva a traducirlo en emoción.

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