La belleza del silencio y de la oscuridad

En 1952 John Cage compuso 4,33. En la partitura figura una única palabra, Tacet (guardar silencio) y el pentagrama está en blanco. La estrenó el 29 de agosto de ese año en Woodstock, en un festival de música contemporánea, David Tudor, que se sentó frente al piano y, durante los minutos y segundos estipulados en el título, permaneció inmóvil, sin tocar ni una sola nota.
La pieza ha dado pie a diversas interpretaciones. Para algunos no es más que una boutade vanguardista, una provocación neodadaísta. Sin embargo, una lectura más sosegada la conectaría con el budismo zen que practicaba el compositor. Cage declaró: “No existe eso llamado silencio. Lo que el público creyó que era silencio, porque no sabían cómo escuchar, estaba lleno de sonidos accidentales”. Escuché la obra hace muchos años, durante un atardecer en el jardín de un museo de Nueva York y nunca he olvidado aquella experiencia. El tiempo se dilataba –los 4,33 minutos se eternizaban– y los sonidos cotidianos que nos envolvían adquirían de pronto otro sentido al pasar de ser oídos a ser escuchados.
⁄ “Guardar silencio se convierte en un trampolín para la creatividad. El silencio no es estéril, no es un vacío”Con 4’33, John Cage nos enseñaba a escuchar el silencio, de un modo similar a cómo lo escuchan los monjes budistas, los eremitas o los cartujos. Su pieza, más que una provocación, es una invitación. En un mundo contemporáneo en el que estamos permanentemente rodeados de ruido, redescubrir el silencio significa cambiar de perspectiva. Fue lo único bueno que nos trajo el confinamiento de la pandemia: de pronto descubrimos la ciudad con otros ojos porque no había circulación ni bullicio en las calles. Ahora coinciden en las librerías varias obras que reivindican el silencio y la oscuridad en un mundo repleto de ruido y de luz.
El arte olvidado del silencio, de la británica Sarah Anderson, es un ensayo elegante, a un tiempo íntimo y erudito. La autora traza varios senderos por el silencio. El recorrido se inicia con la experiencia personal del confinamiento por la pandemia y repasa sus propias vivencias con el silencio, mayormente positivas, aunque también hay alguna negativa, como la que vivió en un retiro en España para meditar, durante el cual la invadió una sensación de angustia incontrolable. En ocasiones, escucharse a sí mismo puede producir vértigo porque el silencio resulta atronador. Sin embargo, el silencio trae casi siempre paz. Y, tal como le escribe en una carta su amigo Richard Philp: “El silencio es necesario para pensar en profundidad y con tiento. La condición de guardar silencio se convierte en un trampolín para la creatividad. El silencio no es estéril, no es un vacío”.

‘El silencio del pensamiento’. Exposición de Jaume Plensa en el Museo de Arte Moderno de Ceret en el 2015
Jordi Play / ArchivoA continuación, Anderson explora el silencio en la naturaleza, con escenarios como los glaciares y el desierto, y busca los espacios de silencio en las grandes urbes. Conecta después el silencio con la espiritualidad, las religiones –anacoretas, cartujos, cuáqueros– y la meditación. En relación con las virtudes del silencio como vía de acceso a la trascendencia, podríamos hablar de un consenso universal, porque, tal como apunta la autora, “tanto la tradición monástica oriental como en la occidental consideran central la meditación silenciosa”. Pascal lo expresó de este modo: “En el amor, el silencio es más provechoso que el discurso. Hay una elocuencia en el silencio que es más incisiva que el lenguaje”.
Para completar el recorrido por el tema, dedica también un capítulo a aquellas formas de silencio no buscadas sino impuestas, como el que sufre un encarcelado en una celda de aislamiento, o el silencio aterrador tras una batalla. Podríamos añadir también aquí, aunque no aparezca en el libro, aquel “silencio de Dios” que exploraba Bergman en Los comulgantes, también presente en Silencio –la novela de Shusaku Endo y la película de Scorsese–, sobre los misioneros jesuitas perseguidos y torturados en el Japón del siglo XVII.
Una de las partes más sugestivas del libro es la panorámica sobre el silencio en la literatura, las artes plásticas y la música. Puede parecer paradójico hablar del silencio en la música, pero los grandes compositores y los intérpretes virtuosos saben que la fuerza de una partitura muchas veces está en las pausas, en el espacio entre las notas. Muy atinadamente, la autora pone el ejemplo de las exquisitas –y sigilosas– piezas para piano de Frederic Mompou, en las que los silencios forman parte esencial de la composición.

‘Capilla Rothko’. Espacio espiritual y de meditación con obras del pintor; desde 1971, en Houston (Texas)
ArchivoEn el ámbito de lo literario, lo buscaron el solitario Thoreau en su cabaña de Walden y el joven Mircea Eliade, que vivió un tiempo en una cueva entre los pinares del Himalaya. Ya lo dijo Pitágoras: “Aprende a estar en silencio. Deja que tu mente aquietada escuche y absorba el silencio”. Y en época más reciente y con un tono más acorde con la realidad contemporánea, sentenció Kierkegaard: “Si fuera médico y pudiera recetar un único remedio para curar todos los males del mundo, recetaría el silencio. Porque, aunque la Palabra de Dios fuera proclamada en el mundo moderno, ¿cómo podríamos oírla con tanto ruido? ¡Cultivad el silencio!” Obviamente, el ruido al que se refiere el filósofo no son solo los bocinazos, sino las distracciones inútiles que nos alejan de lo esencial, una suerte de white noise o ruido de fondo permanente que nos impide escuchar lo importante. Incide en el mismo consejo Emerson: “Guardemos silencio; solo así podremos oír los susurros de los dioses”. Muy diferentes son los silencios provocadores e incómodos de la incomunicación, que están en la base del teatro del absurdo de Samuel Beckett y Harold Pinter.
Hay también silencio en la pintura, desde la recogida intimidad de Chardin a la espiritualidad de Rothko en la capilla de Houston, pasando por la quietud contemplativa de las rückenfiguren –figuras de espaldas– de Friedrich y Hammershøi. El primero tiene una célebre anotación en su diario para explicar el sentido de sus cuadros que dice así: “Cierra los ojos físicos para ver primero tu pintura en los ojos espirituales. Y luego, lleva a la luz lo que has visto en la oscuridad”. Precisamente a la oscuridad están dedicados varios libros de aparición reciente.
⁄ Siempre rodeados de ruido, descubrir el silencio cambia la perspectiva; fue lo único bueno que trajo el confinamientoA diferencia del silencio, la oscuridad ha tenido históricamente una connotación negativa. El ser humano ha luchado siempre contra ella: con hogueras, velas, candiles y bombillas. En general se la asocia con lo negativo y lo terrorífico: desde los agujeros negros del cosmos a multitud de mitos arcaicos o contemporáneos como el señor oscuro Sauron de El señor de los anillos . No por casualidad se denominó Siglo de las Luces a aquel tiempo en que a través de la razón se combatió el oscurantismo.
Sin embargo, del mismo modo que el mundo contemporáneo es la época del ruido –reivindicado por algunos, como los futuristas o los punk–, también es la época del exceso de luz, en sentido real y metafórico. Tanta luz ha aniquilado el misterio y tanta contaminación lumínica altera la naturaleza. En este segundo aspecto centra su atención el científico sueco Johan Eklöf en Manifiesto por la oscuridad. El autor apunta una paradoja: “Nuestro deseo de iluminar el mundo nos ha permitido contemplar la fascinante imagen de la Tierra brillando en la oscuridad del espacio. De noche, nuestras ciudades se hacen visibles en la lejanía del cosmos (…). Y en cambio, quienes habitan en esas mismas ciudades apenas son capaces de atisbar una sola estrella en el firmamento”.

‘Dunas’. María Pagés y Sidi Larbi Cherkaoui evocaron el desierto con esta coreografía estrenada en el 2009
Agustí Ensesa / ArchivoSu libro aborda los peligros de la contaminación lumínica: altera los ritmos vitales de los animales, como sucede con las tortugas marinas recién salidas del cascarón que, con tantas luces, pierden la guía de la Luna. El autor propone soluciones y termina con un manifiesto para disfrutar de las virtudes y placeres de la oscuridad. Sin embargo, no se limita al aspecto científico, también dedica un interesante capítulo al Elogio de la sombra de Tanizaki y la distinta valoración de la tensión entre luz y oscuridad en Occidente y en Oriente.
La aproximación al tema de la noruega Sigri Sandberg en Oda a la oscuridad es más personal, ya que parte de su miedo a la oscuridad. El volumen está organizado como un curioso diario doble, en el que se alternan las experiencias y reflexiones de la autora con la historia de Christiane Ritter, una pintora y escritora austriaca que en 1934 viajó con su marido al Ártico, vivió en la noche permanente y lo relató en el libro Una mujer en la noche polar (hay edición en castellano en Península). Siguiendo los pasos de esta mujer, Sandberg aprende a superar el miedo que la atenaza y descubre las virtudes de la oscuridad.
⁄ A diferencia del silencio, la oscuridad tiene una connotación negativa, el ser humano ha luchado siempre contra ellaHay otro tipo de oscuridad más angustiosa y total: la de la ceguera. Como la que padeció temporalmente el esteta guerrero Gabriele D’Annunzio durante la Primera Guerra Mundial a causa de un accidente aéreo. Durante la convalecencia en Venecia, con los ojos vendados y cuidado por su hija, escribió en unos papeles que le iba proporcionando ella las reflexiones y evocaciones reunidas en Nocturno. La falta del sentido de la vista le potencia otros, como el tacto y el olfato, y lo propulsa a la evocación del pasado: “Trazo mis signos en la noche que está asentada entre uno y otro muslo como un eje clavado. Aprendo un arte nuevo. (…) Y tiemblo ante la primera línea que voy a trazar en las tinieblas”.
Por su parte, Vicente Monroy reivindica en Breve historia de la oscuridad las salas de cine frente al streaming hogareño. Porque la comodidad del mando a distancia y el sofá no puede sustituir la experiencia colectiva de una sala a oscuras que proyecta imágenes –historias, sueños– en una gran pantalla. Ya lo dijo André Breton en el Manifiesto surrealista: “¿El cine? Bravo por las salas oscuras”. Sin caer en la mitomanía ni la nostalgia facilona, el autor describe las salas de cine como santuarios de la imaginación y busca sus antecedentes en el teatro y sobre todo en Bayreuth y “las ambiciones inmersivas de Wagner”. También se adentra en algunas derivas algo más discutibles –por mucho que en tiempos de represión existiera en los cines la llamada fila de los mancos– al conectar la oscuridad del cine con el cruising, algo que acaso tenga algún sentido personal para él, pero resulta francamente descabellado.
El autor apunta en el libro que las “salas aspiraban a su propia universalidad: en Los Ángeles o Katmandú, aquel que se sentaba en una butaca abandonaba su gris realidad para convertirse en ciudadano de un quimérico país de tinieblas”. En efecto, necesitamos la oscuridad para soñar y el silencio para pensar.

La escritora británica Sarah Anderson
Sebastian LatalaM. BachSarah Anderson fundó en 1979 la librería especializada en literatura de viajes Travel Bookshop en el barrio londinense de Notting Hill. Seguro que los más cinéfilos la recuerdan: sí, es la librería que aparece en la célebre comedia romántica con Hugh Grant y Julia Roberts. Anderson estudió chino y psicología de la religión, ha enseñado a escribir sobre viajes en la City University, dedica todo el tiempo que puede a viajar y en esos recorridos por el mundo busca el silencio. Ha publicado recientemente El arte olvidado del silencio.¿Lo único bueno del confinamiento durante la pandemia fue que redescubrimos el silencio? Ciertamente, durante la pandemia había más silencio en el mundo exterior: menos aviones en el cielo, menos tráfico en las carreteras... pero también la gente estaba más tiempo en sus casas y tenía que convivir con más silencio del que estaba acostumbrada. ¿Cuándo perdió la humanidad el contacto con el silencio? ¿Realmente había más silencio en el pasado? Sí, en el pasado había más silencio, ya que, hasta hace relativamente poco, si estabas solo no podías romper el silencio. Ahora podemos pulsar un botón en nuestros teléfonos, portátiles, etcétera, y escuchar toda la música o hablar todo lo que queramos, probablemente más de lo que necesitamos. ¿Existe una relación entre el silencio, la espiritualidad y la religión? Diría que sí hay una conexión entre el silencio y la espiritualidad... Las palabras son inadecuadas cuando queremos conectar con algo que está fuera de nosotros. El silencio puede proporcionarnos este vínculo, armonía y conexión.¿Es diferente la conexión con el silencio en las civilizaciones occidentales y orientales? Creo que el silencio está en el corazón de todas las religiones –tanto occidentales como orientales–; en ese sentido el silencio es universal. ¿Es el silencio una forma de autodescubrimiento, un modo de reconectarse con uno mismo? El silencio de la meditación puede llevarnos al autodescubrimiento, y si podemos acallar y aquietar nuestras mentes ocupadas, eso puede llevarnos al autodescubrimiento. ¿El silencio está esencialmente relacionado con la naturaleza? Aunque la naturaleza no sea silenciosa, podemos silenciar nuestra mente cuando estamos en ella. Por ejemplo, si nos sentamos a contemplar el mar o un río, el agua puede ser ruidosa, y si paseamos por un bosque probablemente habrá muchos sonidos, pero podemos apreciarlos en silencio. ¿Cuál es el silencio más bello y perfecto? La nieve que cae, el del desierto... El sonido de la nieve al caer –para el que existe una palabra especial en japonés: shinshin– significa la ausencia de sonido donde antes lo había: un silencio profundo. La nieve amortigua el sonido, al igual que la niebla, lo que produce un tipo especial de silencio. También escribe sobre el lado negativo del silencio. Por ejemplo, su mala experiencia con la meditación. El silencio puede ser negativo... El confinamiento solitario, así como las personas que son silenciadas por sus creencias. Personalmente, he tenido momentos difíciles con la meditación silenciosa, pero creo que es importante persistir y no juzgarse a uno mismo con demasiada dureza.Hay una parte de su libro dedicada al silencio en la literatura, el arte y la música. ¿Quién es el autor que mejor entiende la importancia y la belleza del silencio? Sería imposible elegir al autor que mejor entiende el silencio. Escribo sobre varios autores que han escrito sobre el silencio en inglés, ya que lamentablemente no hablo español. Por ejemplo, los poetas románticos: Wordsworth, Shelley, Keats y escritores posteriores como D.H. Lawrence y T.S. Eliot. Creo que los cuadros pueden ser un camino hacia el silencio... Si contemplas con atención los cuadros, por ejemplo los maravillosos bodegones españoles, las palabras son innecesarias. Y la música: a menudo son las pausas entre las notas las que hacen la gran música. El pianista austriaco Alfred Brendel escribió: “El silencio es la base de la música. Lo encontramos antes, después, dentro, debajo y detrás del sonido”. ¿Dónde podemos encontrar silencio en grandes ciudades como Londres o Barcelona? En todas las ciudades suele haber lugares tranquilos, en los parques, en las iglesias y en los cementerios. ¿Cuál es su mejor experiencia con el silencio? ¿Dónde sucedió? Mi gran experiencia personal con el silencio fue en la Antártida. Había dejado el barco y estaba en un pequeño bote con motor, navegando entre icebergs. El piloto apagó el motor y todo quedó en silencio, entonces empezó a nevar y el silencio fue total. Es ese silencio el que intento recuperar desde entonces.
BibliografíaSarah Anderson El arte olvidado del silencio Kairós Johan Eklöf Manifiesto por la oscuridad Rosamerón Sigri Sandberg Oda a la oscuridad Capitán Swing Vicente Monroy Breve historia de la oscuridad Anagrama Gabriele D’Annunzio Nocturno Fórcola
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