Pablo VI, el reformador de derechas que entró como Papa y no salió cardenal
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Antes del cónclave de 1958, convocado a la muerte de Pío XII, el cardenal Pizzardo preguntó al patriarca de la diócesis de Venecia, Giuseppe Roncalli: “Si usted llegase a ser Papa, ¿qué haría con Montini?”, a lo que este le respondió: “El nuevo papa, como mínimo, deberá hacer cardenal tanto a Montini como a Tardini, por sus servicios al Pontífice, teniendo en cuenta, entre otras cosas, que ya renunciaron a la púrpura”.
Lo cierto es que Giovanni B. Montini, futuro Pablo VI, había sido considerado como “papable”, antes de la muerte de Pío XII, sin ni siquiera ser aún cardenal, mientras que Roncalli, arzobispo de Venecia y que acabaría saliendo elegido en ese cónclave, adoptando el nombre de Juan XXIII, no entraba muchas quinielas y si acaso como papa de transición.
El obispo Giovanni Montini había sido de hecho un relevante ministro de Pío XII en el gobierno del Vaticano como Secretario de Estado, junto al también obispo Domenico Tardini. Conocía de arriba abajo la Curia de Roma, y había renunciado a la púrpura cardenalicia, al igual que Tardini, que en el lenguaje coloquial significa renunciar al poder y en el de la Santa Sede, a la posibilidad de ser papa. Cómo es lógico, Montini la acabó vistiendo, brevemente, antes de ser elegido Sumo Pontífice.
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Las palabras de Roncalli sobre Montini, que reveló su secretario Loris F. Capovilla al sobrino y cronista de Juan XXIII, Mario Roncalli, tenían aún otra llama: el “papa bueno”, como se le denominó entonces, por su afabilidad y cercanía, no expresó nunca explícitamente que considerase a Montini su sucesor, pero sí en el lecho de muerte, –Marco Roncalli, Juan XXIII, en el recuerdo de su secretario Loris F. Capovilla–. Capovilla fue el secretario personal del papa Juan XXIII y ordenado posteriormente cardenal por Francisco en 2014.
Es imposible no acordarse ahora a la muerte de Francisco I de la terna de papas que tanto han marcado el supuesto debate entre “conservadores y liberales”: si algo ha parecido encarnar el jesuita ha sido el espíritu de ese Concilio Vaticano II, convocado por Juan XIII, pero desarrollado realmente por Pablo VI, que además había sido fiel servidor de Pío XII, un papa considerado conservador.
Para rematar las cosas, cuando el cardenal Alfredo Ottaviani que era el encargado de dirigirse a la muchedumbre en la plaza de San Pedro, además de ser una de las principales voces en contra del Concilio, pronunció el nombre de Montini, la plaza se deshizo en aplausos y vítores con las primeras sílabas de su apellido. En un cónclave de tan sólo dos días, el que sería un gran reformador de la Iglesia, había alcanzado la mayoría necesaria en la votación, deshaciendo el célebre dicho, tan pronunciado estos días, de “quien entra papa en un cónclave sale cardenal”: Giovanni Montini era el favorito en todas las quinielas.
La figura de Pablo VI está estrechamente ligada a Pío XII y a Juan XXIII y es el espejo claro del difunto Francisco, que le canonizó en 2018
La historia del papa Pablo VI, estrechamente ligada a Pío XII y a Juan XXIII y espejo claro del difunto Francisco, –que le canonizó en 2018–, tanto por las comparaciones de analistas y biógrafos, como por las propias invocaciones del difunto papa, es sin duda ilustrativa de las profundas complejidades del papado. Si alguna de las contradicciones de Francisco pudo ser la de alabar la renuncia de Benedicto XVI, por abrir una vía y luego negar que él pudiera hacer algo semejante, la de Pablo VI, según Juan Pablo II fue profunda. Karol Wojtila, entonces arzobispo de Cracovia, se refirió a Pablo VI como “un signo de contradicción", por las críticas y el rechazo que recibió dentro de la propia Iglesia sobre la encíclica Humanae Vitae, que prohibía los anticonceptivos, según escribió Tad Szulc en Pope John Paul II.
Lo cierto es que el controvertido papado de Francisco en cuanto a la supuesta división se vivió en realidad mucho antes: exactamente cuando la Iglesia entró en crisis después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces, una Iglesia agitada percibió que se había producido “una crisis de identidad, una crisis de fe, una crisis de vocaciones y un cuestionamiento de estructuras y disciplinas”, según el experto en la Iglesia católica Emile Poulat.
Como es de imaginar, los miembros contrarios al concilio encontraron que esto se debía a la propia intervención conciliar, aunque realmente eran problemas que existían de antes, según explicó el biógrafo del papa Montini, Yves Chiron, en Paul VI: The Divided Pope. Lo que ocurrió, según su tesis, es que el concilio estuvo lejos de arreglarlo, fruto de lo cual se habría repetido de alguna forma ahora la historia de Pablo VI con Francisco. Por su parte, el filósofo italiano Augusto del Noce ya hizo notar a finales de los 60 que el verdadero dilema era que a diferencia de sus predecesores, Pablo VI no tuvo que enfrentarse a un ateísmo agresivo "contra Dios", sino a un ateísmo de indiferencia: una sociedad occidental "sin Dios". Es decir, todas esas cuestiones que siguen presentes ahora y que tienen ya 60 años de recorrido.
Pablo VI no tuvo que enfrentarse a un ateísmo agresivo "contra Dios", sino a un ateísmo de indiferencia: una sociedad occidental "sin Dios"
En contraste con Jorge Bergoglio, Giovanni Montini no ejerció nunca de sacerdote en ninguna parroquia. Recién ordenado en 1919, estuvo al servicio del obispo de su diócesis, Monseñor Gaggia, quien sabía que su frágil salud –sufrió de niño y joven problemas de corazón– no le permitiría asumir la carga de una tarea de ese tipo. Montini, el gran revolucionario por desarrollar el concilio, no fue así nunca un cura del pueblo en sentido estricto, sino un sacerdote con querencia por el trabajo intelectual, volcado en los temas de gobierno de la Santa Sede desde muy joven y profundamente conocedor de la Curia Romana, en donde estuvo integrado 23 años desde 1931 hasta 1954.
Hijo de un acomodado empresario de Brescia, estuvo apadrinado primero por un amigo de la familia como fue el obispo Gaggia de esa diócesis y después por el cardenal Pizzardo –precisamente a quien confesaría después Juan XXIII sus planes para el entonces obispo de Milán–. Montini no llegó ni a entrar en el seminario por los mismos problemas de salud que después le alejaron de dirigir alguna parroquia y fue pasando instancias con cursos privados y recomendaciones. Antes de ser ordenado sacerdote había participado en actividades periodísticas en la revista El Tirachinas, fundada en la universidad de Brescia junto a otros amigos, en donde defendería las posiciones de los conservadores italianos del Partido Popular Italiano –PPI–, que sería la semilla de la Democracia Cristiana fundada en 1943.
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De hecho, compartía similitudes con quien llegaría a ser su gran amigo español, el cardenal Ángel Herrera Oria (1886-1968) a quién Pablo VI ordenaría cardenal. Ambos provenían de familias acomodadas, muy numerosas, profundamente católicas. Angel Herrera Oria promovió la creación del partido Acción Nacional, –después Acción Católica–, que sería el germen de la CEDA, el partido mayoritario de la derecha en España durante la Segunda República, donde tuvo un papel destacado en su origen, a pesar de las disputas posteriores con José María Gil Robles.
La familia Montini tuvo también intereses en la política: el padre de Pablo VI, Giorgio Montini, participó apoyó la fundación del Partido Popular Italiano –PPI– en donde fue elegido tres veces diputado y el propio Giovanni lo apoyaría totalmente. Ambos además ejercieron el periodismo; Montini de forma más anecdótica en El Tirachinas, mientras que Herrera Oria dirigió el periódico El Debate durante 22 años, de 1911 a 1933, antes de tomar los hábitos. El primer presidente de la Asociación Católica Nacional de Jóvenes Propagandistas, conoció a Montini en la embajada de España ante la Santa Sede en Roma en 1945, cuando este era sustituto de la Secretaria de Estado, tal y como escribió José María Legorburu.
Compartía similitudes con quien llegaría a ser su gran amigo español, Ángel Herrera Oria, a quién ordenaría cardenal
Herrera Oria le definió como “un intelectual y un hombre de Gobierno que se vio obligado desde muy joven a emplear su tiempo en cargos de Curia”, pero que poseía “una honda formación teológica, sea en teología tradicional, sea en lo que hay de más sólido y científico en la teología moderna, según escribió José María Legorburu en El beato Pablo VI y el cardenal Herrera Oria (Fundación Pablo VI)–*.
Esta formación teológica es la que discutirían algunos de sus biógrafos, como Yves Chiron que destacaron en cambio su formación diplomática en la Santa Sede con su maestro el cardenal Pizzardo, quién ejerció de Secretario de Estado bajo el papa Pío XI. Montini, que no llegaría a ser arzobispo de Milán hasta 1954, –nombrado por Pío XII– y cardenal hasta 1958, sirvió desde 1944 hasta su destino en Milán en la Secretaría de Estado, junto a Monseñor Tardini como una dupla, puesto que Pío XII, “no quiso nombrar a ninguno para no ofender al otro”.
En sus años en Roma forjó lazos con la derecha conservadora italiana como ya había hecho de joven, y posteriormente una gran amistad también con el líder de los democristianos Aldo Moro. La idea de conservadores y progresistas en la Iglesia no tenía así una translación tan simple a la política, al menos no en el caso de Pablo VI, puesto que como arzobispo de Milán se le consideraba ya en cambio del ala progresista, favorable a las reformas.
En el caso de Pablo VI como arzobispo de Milán se le consideraba en cambio del ala progresista, favorable a las reformas
Sin embargo, a pesar de desarrollar prácticamente toda su carrera eclesial en la curia de Roma, el historiador Juan María Laboa explicó en Pablo VI, España y el concilio Vaticano II que “fue poco clerical y nada propenso al chismorreo, cotos clericales o ambientes cortesanos y aparentemente serviles o puramente administrativos” y que años más tarde “en su reforma renovadora de los estatutos curiales, estaba su decisión implícita de cambiar el talante y ritmo decadente de una organización que era más propia de siglos periclitados”, no lo consiguió como tampoco lo hizo Francisco.
Cuando Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II, el ya cardenal Montini estaba plenamente integrado en la labor reformadora, para acercar la Iglesia al pueblo y a la modernidad, por ejemplo con la liturgia, una de sus obsesiones desde que admirara con profundidad en su juventud la de los monjes benedictinos de Monte Casino, según Yves Chiron. Pero hubo otros muchos temas más en ese concilio que desconcertarían a quienes hayan querido ver en esa división a dos bandos tan diferenciados, al igual que ha ocurrido estos años con Francisco. El caso del control de la natalidad es quizás el más significativo, tal y como expresaría Karol Wojtyla al referirse a Pablo VI como un “signo de contradicción” en sus Meditaciones.
Sorprende recordar siguiendo a Chiron que Pablo VI retiró la cuestión del concilio por estar en contra. Previamente, se había creado una comisión presidida precisamente por uno de los detractores del Vaticano II, cardenal Ottaviani, comisión que se dividió rápidamente, pero con una clara mayoría que abogaba, de hecho, por la autorización de los contraconceptivos. Se consultó también a Karol Wojtyla que había escrito en 1962 al respecto Amor y responsabilidad. El futuro Juan Pablo II expresó claramente su visión en contra y publicaría después en sus Meditaciones la alabanza de la encíclica de Pablo VI Humanae Vitae, la misma que Francisco defendió durante su papado.
* El cardenal Herrera Oria creó la Fundación Pablo VI en 1968.
El Confidencial