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Task: la fe superheroica en un mundo que quita las ganas de vivir

Task: la fe superheroica en un mundo que quita las ganas de vivir

Parece que fue ayer, pero hace más de 11 años que se estrenó True Detective. Su primera temporada tuvo tal impacto que lastró las dos siguientes, consideradas, por orden de llegada, un hazmerreír y la nada. Finalmente, el año pasado, con Noche polar, su cuarta y bastante reseteada entrega, la serie recuperó parte de su prestigio. Con su combinación de suciedad hiperrealista y misticismo facilón, True Detective siempre caminó por el filo del ridículo. Y claro, cuando haces eso, lo más normal es que te cortes. Todas las émulas de la serie de Nic Pizzolatto y Cary Joji Fukunaga se cortaron. Cuando en 2021 se estrenó Mare of Easttown, las comparaciones con True Detective se desactivaron automáticamente: la serie de Brad Ingelsby sólo podía emparentarse con la de Pizzolatto y Fukunaga a través de la suciedad hiperrealista. Pero de qué otra manera podría hacerse un relato policíaco ambientado en la Norteamérica menos glamourosa. Mare of Easttown, protagonizada por una imperial Kate Winslet, también arrasó y también se lo puso difícil a sí misma en su siguiente temporada. Brad Ingelsby juega al despiste con esa potencial nueva entrega de la serie. Task, su nueva serie, no lo es. O sí lo es. Porque Mare of Easttown y Task no solo tienen en común el mismo creador y la suciedad hiperrealista.

El primer episodio de Task, que llega esta semana a HBO Max, coloca las piezas del juego que desplegará a lo largo de sus siete episodios: unos delincuentes de poca monta, un policía con una familia dislocada, un atraco que sale mal y un niño. A grandes rasgos, ese es el desolador panorama que plantea la nueva serie de Brad Ingelsby. El tono narrativo que el guionista utiliza es, para sorpresa de nadie, francamente deprimente. Ingelsby también vuelve a recurrir a una idea-concepto habitual en este tipo de ficciones y, sin embargo, siempre efectiva: la infancia mancillada. Pocas cosas más devastadoras que un niño solo en el mundo, un niño que ha visto demasiado, un niño al que nadie ha querido de verdad. Ese niño está en Task.

Una de las preguntas trascendentes que propone la serie es si ese niño es salvable. Porque quizá no y, aunque él, inocente, no lo sepa, ya es el siguiente eslabón de una cadena hecha de delito, abandono y miseria. En Task, Mark Ruffalo es un agente del FBI encargado del caso que implica a ese niño, un asunto enrevesado y sórdido que, además, no ocurre ni en la sofisticada Nueva York ni en la soleada Miami, sino en el territorio suburbano anónimo, cutre y aparentemente infinito que es la Estados Unidos menos fotogénica. Ese entorno rural pero nada bucólico es uno de los campos más fértiles para la narrativa sobre la destrucción (si es que alguna vez existió) del sueño americano. En la tierra de las gasolineras inquietantes, los malls desangelados y los abrigos feos se han desarrollado últimamente series y películas que nos muestran lo peor del ser humano. Casi ninguna apostó por la trascendencia, aunque fuese oscura y abismal, de True Detective, porque casi ninguna lo necesitó. Sólo siendo pesimista-realista, Task ya tiene suficiente abismo. Su primer episodio pinta un panorama negrísimo de personajes condenados y redenciones imposibles. Y sin embargo Brad Ingelsby no deja de creer nunca en el ser humano. La suya es una fe casi superheroica en un mundo (el real y el que él dibuja en sus series) que le quita a uno las ganas de vivir. Pero hay que vivir. Hay que creer en que el niño tiene futuro. Si perdemos eso, lo perderemos todo.

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