Tengo 31.598 fotos en el móvil y no quiero borrarlas

La foto más antigua ni siquiera es mía. Apareció en un iPhone heredado. Ahí está la casa de los abuelos, el viejo fregadero de mármol, mi padre haciendo café de pota... Cómo iba a borrarla. Después llegaron al carrete 31.597 más. Todas mis amigas acumulan miles de imágenes; tengo íntimas que alcanzan las 100.000. Seguro que tú también guardas más de las que piensas. Seguro que acabas de pausar la lectura para ver cuántas.
¿Por qué almacenamos tantas fotos? ¿Por qué nos sentimos incapaces de borrarlas?
El mundo va demasiado rápido y guardar una instantánea nos parece la única forma de conservar ese momento. Comencé a pensar en ello mientras leía una reflexión sobre fotos ajenas: "La antigua forma peatonal de ver el mundo, que permitía caminar alrededor de un sujeto, estudiarlo y compararlo, parece haber sucumbido al progreso tecnológico. Lo que vemos del mundo nos llega como una sucesión de fugaces visiones caleidoscópicas, inconexas, inexplicables y no consumadas".
Lo escribió el director de fotografía del MoMA en 1968 -sí, 1968-, cuando el museo neoyorquino organizó una exposición de Joel Meyerowitz (estos días en PHotoEspaña). A Joel le habían dado una beca y se embarcó con su mujer rumbo a Europa. Durante un año, recorrió en coche diez países. Hizo 30.000 kilómetros, 25.000 fotos, muchas de ellas desde el propio auto en movimiento. Unos escolares parisinos, unos bañistas alemanes, un feligrés malagueño...
"Cartier-Bresson decía que los fotógrafos se ocupan de cosas que se esfuman continuamente. Ahora lo hacen más rápido que antes. También decía que no había ningún artilugio que pudiera hacerlas volver, excepto la fotografía", prosigue el texto del MoMA.
Hoy todo se esfuma con más celeridad que en los 60. Confiamos en las instantáneas más que en nuestra memoria. Necesitamos cosas que nos hagan sentir seguros en estos tiempos líquidos que vivimos, dice Bauman. Y ahí están: las imágenes reconfortantes. Fotos de platos que comimos, conciertos que vimos, amigos que abrazamos.
Pese a mis 31.598 fotos, no tengo ninguna de uno de los momentos más mágicos que he vivido en un viaje. Fue en el Hermitage de San Petersburgo. Entonces los móviles tenían teclas y las cámaras, carretes. No sé si es tan especial porque será difícil volver a Rusia, porque todavía no vivíamos en una constante crisis de atención, o porque solo tengo recuerdos. Ni siquiera soy capaz de visualizar el cuadro que más me emocionó. Sé que era Rembrandt, sé que aquella luz... Sé que me apena no tener ninguna foto.
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