Seleccione idioma

Spanish

Down Icon

Seleccione país

Spain

Down Icon

¿Y si el amor hacia los hijos es solo culpa?

¿Y si el amor hacia los hijos es solo culpa?

Desde hace tiempo apuntalo buena parte de mis pensamientos sobre la idea de que la sabiduría no es verdad. Esto que suena tan florido no significa otra cosa más allá de que nada se aprende salvo por experiencia propia. Podemos saber, según dictan refranes y aforismos, que “los niños son la alegría de la casa”, que “el dinero no da la felicidad” o que “la vida son dos días”, pero sólo cuando se tienen niños, se tienen millones y se cumplen setenta años se entienden vivamente estas tres frases. Y ese “entender” vuelve casi ignorancia lo que creías saber antes, el tacto falso de las filosofías.

En medio de estos devaneos, me vino de pronto una nueva idea que aún me mantiene asombrado, pues arroja una luz nueva y no precisamente grata sobre el coloreado mundo del amor de padres a hijos. La idea es ésta: ¿y si el amor paterno es sólo una variante de la culpa?

Después de años como hijo sin hijos, de contemplar a otros hijos con sus padres, de ver también a padres en películas y en canciones de Eric Clapton y en cuadros de Sorolla y en anuncios de televisión, y también a madres por millares, la idea de la paternidad que yo mismo asumía hasta convertirme en padre, así como de la maternidad, no excedía los límites inocentes de esas cuatro letras que forman la palabra amor. Todo era simplemente amor; fino, nuevo, puro, la versión más atómica del sentimiento. Los padres aman a sus hijos, y ese amor es infinito y redondo y eternizable.

placeholder 'Tardes tontas con la chica que te gusta'. (Círculo de Tiza)
'Tardes tontas con la chica que te gusta'. (Círculo de Tiza)

Sin embargo, la rabia con la que a veces le tengo cariño a mis hijos, el sufrimiento extremo que vive uno simplemente porque la niña tuvo un mal día en el colegio (le robaron un lápiz, no la dejaron jugar a algo, perdió un dibujo) se me antojaban a menudo como demasiado violentos, sobreactuados y hasta penosos. Estaba el amor, en fin, lleno de insistencia, de angustia.

De este modo, he empezado a mirar las cosas que los padres hacen y dicen y proponen a sus hijos como una versión inaudita de la culpa. Admito que es una mezcla desconcertante, amor y remordimiento. Sin embargo, hay en el amor por los hijos demasiados instantes donde uno no se soporta a sí mismo, lo que -poniéndonos estupendos- corresponde más con las derivas centrípetas de la culpa que con las dinámicas centrífugas del amor. Nos preocupamos por nuestros hijos como quien tiene deudas. Queremos su felicidad constante como si se la debiéramos. Cuando el niño se cae al otro lado de la ciudad, en un parque donde estaba con sus abuelos, algo te señala a ti.

Nos preocupamos por nuestros hijos como quien tiene deudas. Queremos su felicidad constante como si se la debiéramos

No puede señalar a nadie más. Tú decidiste dar vida a ese conjunto de aire, a esa nada que por no tener no tenía ni nombre. Ahora crece y no sabe ni la u, y tú sabes demasiado, el alfabeto entero hacia adelante y hacia atrás. Sabes de los hachazos de la vida y del filo final de la muerte. Sabes que las cosas tienen precio, y no se lo dices. A los niños se los engaña alargando hasta lo indecible la felicidad sin factura. Lo triste del final de los Reyes Magos no es que no existan, sino que alguien tenía que comprar los regalos, alguien tenía que trabajar para tener dinero para comprar los regalos. Y alguien seguirá haciéndolo.

Alberto Olmos es crítico literario y escritor. Publicó su primera novela, A bordo del naufragio, en Anagrama (y fue finalista del Premio Herralde). Tiene nueve novelas, ha sido Premio David Gistau de Periodismo (2020) y también Premio Internacional Julio Camba (2025). Desde 2015 escribe para El Confidencial. Editó en 2023 Tía Buena con Círculo de Tiza. Tardes tontas con la chica que te gusta es su nuevo ensayo.

Que la vida les parezca mal a los hijos es lo más angustioso. ¿Para qué me trajiste del vacío al vacío? Quizá preguntarse por el sentido de la vida es preguntarse algo muy simple: qué estaban pensando tus padres para tenerte. Casi ninguno sabría contestar.

Estaban pensando, si acaso, en compartir una responsabilidad, la de la supervivencia; en pasar el relevo, en salvar la propia memoria. Es mucho el peso que ponemos sobre los hijos como para no sentirse culpables queriéndolos.

Desde hace tiempo apuntalo buena parte de mis pensamientos sobre la idea de que la sabiduría no es verdad. Esto que suena tan florido no significa otra cosa más allá de que nada se aprende salvo por experiencia propia. Podemos saber, según dictan refranes y aforismos, que “los niños son la alegría de la casa”, que “el dinero no da la felicidad” o que “la vida son dos días”, pero sólo cuando se tienen niños, se tienen millones y se cumplen setenta años se entienden vivamente estas tres frases. Y ese “entender” vuelve casi ignorancia lo que creías saber antes, el tacto falso de las filosofías.

El Confidencial

El Confidencial

Noticias similares

Todas las noticias
Animated ArrowAnimated ArrowAnimated Arrow