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El amor, de lo sublime a lo cruel y lo sórdido

El amor, de lo sublime a lo cruel y lo sórdido

Parece la escena de un crimen, pero en realidad es el retrato de un amante en cuya piel no me habría gustado estar. La cabeza es una diana y el torso, una camisa salpicada de pintura clavada sobre una pizarra. Lo imaginó así Niki de Saint Phalle en un momento en el que, enfadada con su novio de entonces, consumía lo poco que quedaba de aquella relación lanzándole dardos, buscando consuelo en un gesto infeliz de venganza y destrucción. El mundo está inundado de arte sobre el amor y, al igual que sucede en la vida real, abarca una amplia gama de emociones asociadas, desde lo sublime y espiritual a lo cruel y sórdido.

'Joven comiendo ostras', de Jan Steen

Wikipedia

“En ocasiones olvidamos que todos los retratos incluyen a dos personas. El modelo nunca está solo. En realidad, esos ojos que hoy pensamos que nos miran a nosotros estuvieron antes enfocados en el pintor que estaba junto al caballete. Cuando resulta que, además, el modelo y el artista estaban enamorados el uno del otro, de repente todo se complica”, escribe Nick Trend en El amor a través del arte (Cinco Tintas), volumen en el que el historiador británico trata de encontrar en los pequeños detalles la verdadera naturaleza de las relaciones que mantuvieron artistas de todos los tiempos, no tanto por los chismes que adornan sus biografías, como por la conexión, la intensidad, la lujuria, la ansiedad, la decepción o la ambivalencia con la que ellos y ellas pintaron a sus amantes.

“Cuando resulta que, además, el modelo y el artista estaban enamorados el uno del otro, de repente todo se complica”, escribe Nick Trend

Sylvia Sleigh retrató a su marido, el escritor Lawrence Alloway, recostado sobre una alfombra en el interior de un baño turco junto a otros cinco hombres desnudos. Hay deseo, pero a diferencia del cuadro de Ingres que replica, no se trata de la fantasía voyeurística de un hombre, sino una declaración de amor en la que salta la chispa sexual. A veces esta traspasa el cuadro y adopta la forma de una sonrisa coqueta y seductora, como la que Margriet le dedicó a su marido el pintor Jan Steen en el siglo XVII mientras se disponía comer una ostra.

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En otras, Trend pide que nos esforcemos en mirar debajo de la pintura para descubrir, por ejemplo, que la primera vez que Rembrandt volvió a mirarse a los ojos diez años después de su último autorretrato, el brillo en la mirada delataba que había vuelto a encontrar un propósito en la vida tras la muerte de su primera esposa, Saskia. Su rostro está envejecido pero el pintor se ha vuelto a enamorar de la que será su último amor, Hendrickje Stoffels, su ama de llaves y madre de su hija Cornelia, 22 años más joven que él, por la que fue reprobado oficialmente por la Iglesia. No hay amor sin complicaciones emocionales, y muchas de las historias están impregnadas de tristeza y crueldad, pero nada comparable a los enredos de Dora Carrington. Se enamoró de un hombre homosexual y de una mujer lesbiana que la rechazaron. Se casó con un hombre al que no amaba y acabó liándose con su mejor amigo. De todos ellos hizo retratos... antes de pegarse un tiro con una escopeta prestada.

lavanguardia

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