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La superventas Valérie Perrin homenajea el oficio de su marido, el cineasta Claude Lelouch

La superventas Valérie Perrin homenajea el oficio de su marido, el cineasta Claude Lelouch

Joan Manuel Serrat homenajeó en los sesenta a La tieta, ya saben: “La que no té més fills que el fill del seu germà. / La que diu: Tot va bé. La que diu: Tant se val”. Ahora, Valérie Perrin (Remiremont, Francia, 1967) le dedica Tatá (Duomo, traducción de Núria Viver), novela que eleva a 4,5 millones sus libros vendidos en Francia, cuatro novelas que han sido publicadas en 38 países.

Perrin, con quien hablamos en la sede de su editorial parisina, Albin Michel, asegura que es su novela más íntima, tal vez porque habla explícitamente del pueblo en que creció, Gueugnon, en la Borgoña, adonde llegó con un año porque su padre, futbolista semiprofesional, fichó por el equipo local –actualmente en la quinta división, su mayor logro fue ganar una Copa de la Liga frente al PSG en el 2000–. “Aunque hasta ahora le había puesto otros nombres, mis novelas siempre hablan de este lugar, porque me forjó y aquí hice amigos portugueses, italianos, españoles o argelinos, pues su importante industria metalurgia atraía a muchos trabajadores. Quise que el libro fuera también un homenaje a sus comerciantes y a sus calles, donde todo el mundo se conoce”.

“Preferimos hablar de Trump o Putin, que nos aterrorizan, pero el mundo está lleno de gente maravillosa”

Encierra también un homenaje al cine, oficio de su marido, el octogenario director Claude Lelouch –realizador entre otras de Un hombre y una mujer –: “Estoy casada con un gran cineasta y quería hablar de su profesión porque sé lo difícil que es y me maravilla”. La autora incluso pensó en dirigir la adaptación de su libro El secreto de las flores, que finalmente está rodando Jean-Pierre Jeunet y se espera el año próximo: “No tuve el coraje, prefiero quedarme en casa con mis pequeñas historias y que otros directores den vida a las mías”, insiste.

En su libro, Agnès, una cineasta de éxito que se acaba de separar de su marido y actor fetiche, recibe perpleja una llamada de la policía para que reconozca el cadáver de su tía Colette –en francés, tatá es una de las formas populares de llamar a las tías solteras–, lo que le parece imposible porque su tía había muerto hace ya tres años. A partir de aquí la historia se desarrolla en dos planos: por una parte la vida actual de Agnès, que vuelve al pueblo de la tía, donde se reencuentra con sus amigos de infancia y retoma lazos que llevan a una trama de pederastia en el club de fútbol –un caso real que la autora denuncia–; por otra, la investigación de Agnès descubre los claroscuros de la vida de Colette, con unos padres que no la quieren ni a ella ni a su hermano, pianista genial, y cuya narración atraviesa una posguerra con judíos exterminados o salvados por la generosidad del prójimo, los circos ambulantes de freaks y la falta de escrúpulos de un director cuya hija Blanche se cruzará con el resto hasta convertirse en un personaje crucial.

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Para la escritora, las personas tienen más facetas de las que muestran: “Lo que somos y lo que parecemos son cosas diferentes. Colette, soltera, es zapatera, un oficio muy simple, y parece llevar una vida sencilla, sin más que contar, más allá de que le encante ir al fútbol, pero su sobrina descubre que está llena de tesoros”. También encierra mucho sacrificio: “Es la historia de las elecciones de Colette, como decidir no vivir una historia de amor, algo por lo que al final no se siente tan mal. En realidad, lo más terrible de su vida es que su madre no la quería, pero ella es feliz a pesar de todo, y tal vez solo se pone triste cuando su equipo de fútbol pierde”.

La vida de Colette, es cierto, encierra muchas sorpresas, algunas muy duras, de abusos cercanos, pero también hay una cara luminosa: “Se puede querer a alguien como si fuera tu propio hijo, hay grandes historias de amor llenas de generosidad, porque a menudo solo oímos hablar de lo que va muy mal, pero siempre a pesar de todo, en el mundo hay gente maravillosa y generosa, gente muy discreta que nunca habla alto pero que es extremadamente buena, son muchos pero no los ponemos en el foco, preferimos hablar de Trump o Putin, que nos aterrorizan, porque nuestras vidas dependen de esta gente loca. Me gusta destacar a esos que no vemos y trabajan en las sombras”.

“Que descansi en pau, amén. I oblidarem la tieta”, cantó Serrat, pero como sus fans, los lectores de Tatá no la olvidarán.

lavanguardia

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