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Odio viajar en vacaciones

Odio viajar en vacaciones

Esta es mi semana favorita del año. El verano acaba de empezar. Con sus promesas de lo que vendrá. Con la magia de la noche de San Juan, esa en la que quemamos lo malo que vino. Hace dos meses, una amiga cambió su contraseña a "adoroelverano2025". Lleva desde entonces contagiándonos su entusiasmo. Todo está a punto de pasar. Nuestro grupo de whatsapp se llama así ahora y me recuerda a diario las cosas que amo del verano.

Las siestas, los baños, las puestas de sol. Las sillas de playa, las lecturas estivales, los melocotones. Me gustan los veranos morosos: los de las películas de Rohmer en los que parece que no pasa nada, esos con un punto de nostalgia infantil que tan bien retrataba Marta Jiménez Serrano en Los nombres propios.

Hay cosas que extraño del verano. Las vacaciones escolares, las estancias en casa de la abuela... a mi abuela.

También hay cosas que odio del verano: el calor de Madrid, los mosquitos, los viajes. Sobre todo, los viajes.

Odio irme lejos en vacaciones y me gusta saber que no soy la única a la que le pasa. "El turista ha viajado tradicionalmente para convertirse en otra cosa, para olvidarse de lo que es, o para intentar descubrir quién es, siempre con resultados precarios", advertía Anna Pacheco en Estuve aquí y me acordé de nosotros.

Hay pruebas de que viajar no es tan apasionante como nos habían contado. No nos gusta que los demás nos relaten sus escapadas. Ni hacer "cosas de turistas" en nuestras propias ciudades, aunque siempre sucumbimos cuando estamos fuera. El viaje promete ser algo transformador, pero las que han cambiado realmente son nuestras ciudades.

Lo exponía un ensayo en el New Yorker publicado hace un par de años: "En contra del viaje". Según el texto, es difícil que un monumento o una pintura supongan esa revelación que nos prometían las guías. Tanta expectativa acaba llevándonos muchas veces a la decepción. Emerson, que bautizó el viaje como el "paraíso de los idiotas", confesó: "Busco el Vaticano y los palacios. Finjo estar embriagado con las vistas y sugerencias, pero no lo estoy."

Coda: Cuando conté a una amiga el tema de esta columna, me dijo que no podía escribirla sin aclarar que soy gallega. En efecto, no conozco a un solo gallego que viva en Madrid y que no prefiera pasar su verano en casa a irse de viaje lejos. El arquitecto Chipperfield dio una explicación en estas páginas: "En un principio creí que era por una cierta falta de aventura. Me preguntaba: ¿por qué no quieren pasar sus vacaciones en Japón o en Miami? Y pronto deduje que en su espacio están bien".

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