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Proveedor de felicidad para los lectores

Proveedor de felicidad para los lectores

He leído todos los libros de Mendoza, alguno hasta cuatro veces, por motivos profesionales y, sobre todo, por placer. Pero me costaría seleccionar los mejores pasajes de su bibliografía, que comprende una veintena de novelas. Acaso porque son muchos. Aun así, siento especial debilidad por aquellos en los que satiriza al poder. Por ejemplo, el pasaje de La ciudad de los prodigios en el que se atribuye al alcalde Rius i Taulet un peculiar resorte vocacional: “solo dos cosas me hacen sentir alcalde (…) gastar sin freno y hacer el bandarra”. O el de La aventura del tocador de señoras en el que un edil barcelonés del último cambio de siglo reflexiona así: “Acabamos de guardar los esquís y ya hemos de poner a punto el yate. Suerte que mientras nos rascamos los huevos la bolsa sigue subiendo”.

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Ante lisonjas de tal calibre, la pregunta surge automáticamente. ¿Por qué el poder institucional no se cansa de premiar al autor barcelonés? El Ayuntamiento le otorgó el Ciutat de Barcelona en 1987. La Generalitat, su Premi Nacional de Cultura en el 2013. El Ministerio de Cultura, el Cervantes en el 2016. Y la Fundación Princesa de Asturias le concedió ayer el premio homónimo en su categoría de las Letras, cuando por cierto se cumplen 50 años desde que Mendoza debutó en 1975 con La verdad sobre el caso Savolta

La magia de Mendoza radica en convertir su pasión por la escritura en goce para el lector

La respuesta a dicha pregunta podría sintetizarse en una de las ideas recogidas en la argumentación del jurado del Princesa de Asturias: “Por ser proveedor de felicidad para los lectores”. Puedo dar fe de que es así. En noviembre del 2023, cuando La Vanguardia desveló que Mendoza estaba a punto de romper un silencio de tres años y publicar nuevo título – Tres enigmas para la organización (2024)–, la web de este diario se inundó de comentarios. Por una vez no destilaban bilis ni vehiculaban los puyazos, dardos y demás expresiones cainitas que ensombrecen las redes, sino, por el contrario, muestras de satisfacción y de gratitud de los lectores hacia un autor que les ha procurado elevado solaz, hecho pasar muy buenos ratos e incluso auxiliado en momentos de depresión o adversidad.

La siguiente pregunta también cae por su peso: ¿y cómo se consigue eso? Aquí la respuesta es algo más compleja. Podríamos empezar a responderla diciendo que en Mendoza, lector voraz, confluyen numerosas tradiciones literarias: desde el Siglo de Oro español hasta autores más o menos experimentales como Donald Barthelme, pasando por Cervantes o Shakespeare, por los del 98 con Pío Baroja o Ramón del Valle-Inclán en cabeza, o por otros de la esfera anglosajona como Charles Dickens o Samuel Beckett. De todos ha sacado Mendoza enseñanzas y registros, que luego supo combinar con expresiones callejeras, pescadas aquí y allá, tejiendo una rica prosa que seduce a los más cultos sin discriminar a los que lo son menos. Y viceversa.

Eduardo Mendoza mostrando su alegría, ayer, en la biblioteca Jaume Fuster

Àlex Garcia

Consecuencia de esta diversidad de intereses lectores es su prosa polifónica, donde se juntan y embastan fragmentos estilísticos de diversa procedencia, que Mendoza sabe coser con la habilidad necesaria para que no se vean las costuras. Un don ciertamente único y sin duda una palanca del éxito, que en su caso suele ser además, y en paralelo, de público y de crítica. Otro logro infrecuente.

Todo ello viene sazonado con mucho humor. Ayer mismo, Mendoza tuvo ocasión de reivindicar sin ambages su predilección por el humor, que algunos identifican con sus novelas mal llamadas “menores” –las del detective majareta Ceferino, pongamos por caso–, pero que en mayor o menor medida ha calado en todos sus títulos, y es notorio, por ejemplo, en La ciudad de los prodigios .

Nueva prueba de su afición al mestizaje (de hablas, tonos y registros), este humor se mezcla a menudo con atinadas reflexiones sobre la condición humana, que pueden hacer fruncir el ceño al lector que en el párrafo anterior se sonreía o carcajeaba por una chanza, y así sucesivamente, en insomne vaivén.

En la rueda de prensa que concedió ayer, afónico y en­cadenando gallos, Mendoza ­devolvió el halago del jurado –“proveedor de felicidad para los lectores”– diciendo que había “dedicado la vida a escribir, que es lo que más me gusta, y a hacer el vago, y ahora me premian por ello, cuando fui un proveedor de felicidad para mí mismo”.

Esa es la magia de Mendoza: convertir su pasión por la escritura en goce para el lector.

lavanguardia

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