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Silencio, se lee

Silencio, se lee

Lasciate ogne speranza, voi ch’entrate , rezaba la inscripción que Dante encontró en las puertas del infierno. En las puertas de las 435 bibliotecas públicas de Catalunya y de los 16 bibliobuses para municipios menores de 3.000 habitantes debería rezar una versión de esa advertencia. Algo del siguiente tenor: Abandonad toda sexualidad quienes aquí entráis . Y es que uno, al entrar no es que se sienta ni mejor persona ni golpeado por epifanía alguna, pero sí que queda anulado todo deseo de fornicio, inclinación reproductora o mero goce carnal. Porque llevas dos pasos dentro y ya no eres un juguete de deseo sexual. En realidad, casi olvidas qué era aquello del placer del propio cuerpo y los ajenos. Porque todo eso quedó atrás y ahora eres otra cosa: Usuario de Biblioteca Pública.

Ese efecto es temporal ya que solo dura mientras estás dentro de una biblioteca pública. En cuanto vuelves al ruido y a la calle, tu sexualidad vuelve a ti y tu vida sexual (buena, mala o nula) también. Hay muchas semejanzas a bucear en el fondo del mar. El silencio, por ejemplo, algo más necesario que nunca en estos tiempos de gritos y parloteo constante.

El tener que dar ejemplo y la ausencia de cortejo hace que se abandone la rutina del trato con semejantes

Es el silencio el que diferencia una biblioteca pública de una librería, y es ese silencio elevado a categoría de verdad revelada lo que hace que los libros en una librería parezcan oportunidades de fiesta sin fin, y en una biblioteca pública lápidas en un cementerio donde solo el milagro de la lectura resucita al ejemplar que eliges, tomas y empiezas a leer. Entiéndanme, las bibliotecas públicas son logros maravillosos de nuestra sociedad y han permitido y permiten que la cultura llegue gratis a todos. Hay libros de cualquier índole, películas, juegos, cómics, discos y también ha servido para saber que quien piratea libros roba por pereza y narcisismo. Son, pues, el logro de la colectivización, de compartir las cosas, de que otro las aproveche, que nadie se quede atrás. El encontrar, por casualidad, en tu casa un libro de fotografía que debiste devolver el 6 de abril de 1998 te recuerda que también eres un ser moral. Moral y olvidadizo.

Todas las bondades del mundo para las 435 bibliotecas públicas y sus 16 bibliobuses. Con su aire acondicionado en verano, sus pantallas de ordenador liberadas, ronroneando para quién lo necesite, su zona insonorizada de juegos. Y su propia fauna autóctona. Ahora, mientras escribo estas notas ha entrado una señora con un carrito buscando a su marido.

Hay muchos hombres solos, porque aquí su soledad está normalizada; también personas excéntricas

Ya ha dado dos vueltas entre las mesas y estanterías y no lo encuentra. ¿Una infidelidad…? ¿Estará en el bar tomándose una cervecita y mirando la tele? ¿O en la entrada de la propia biblioteca, dónde están los periódicos, saboreando el placer machote de leer un diario de papel si no has pagado dos euros por él? Un placer extraño que también se puede dar en bares y trenes. Hay muchos hombres solos porque aquí su soledad está normalizada. También personas excéntricas que aquí son admitidas sin problema entre el apartado dedicado al nazismo y el de Leones, Tigres y otras Bestias Feroces. Y gente convencional buscando novelas y libros de poesía, por supuesto, y colonias de estudiantes más o menos numerosas depende de la estación. Solitarios o en grupo. La mayoría con música en los auriculares traídos del exterior para paliar el silencio que los asexúa.

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Silencio de iglesia, de sarcófago. Más extremo aún. A cualquier ruido (conversación, timbrazo de móvil, risas…) hay cabezas de Medusa que se levantan de su lectura y tratan de destruir con la mirada a los infractores. No hay flexibilidad al respecto. Silencio es silencio. El alborotador, el maleducado, el gritón puede ser reprendido por cualquiera y, quién sabe, si colgado de los pies de una estantería después de haber sido castigado con la lectura de una comedia de situación. El castigo puede venir de los usuarios y también de los bibliotecarios, hombres y mujeres abnegados que siempre imaginas que, al salir de su horario de trabajo, bajan hasta el mar y como Camarón se ponen a cantar contra las olas. Uno supone que deben hacerse bromas entre ellos, explicarse cosas, quizás reírse, pero yo no lo he presenciado.

El tener que dar ejemplo y la ausencia de cortejo hace que se abandone la rutina del trato con semejantes. En su defensa hay que decir que los usuarios pueden ser peculiares, que no saben buscar referencias ni les da la gana aprender. Quizás sea el silencio o la kriptonita sexual en sus puertas, pero de vivir mucho en bibliotecas y bibliobuses uno puede olvidar que se lee por deseo, que se sigue leyendo para volver a enamorarse de un libro y que no hay nadie más sexy que alguien leyendo.

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