Convenientemente socialista

Si bien reconozco que los tiempos modernos exigen reformas, revisiones y la adaptación constante de lo heredado del pasado, sigo entendiendo que el socialismo es una matriz de justicia social, igualdad y solidaridad. Pero creer en ideales es una cosa; creer en las prácticas de quienes deberían representarlos es otra muy distinta.
Presenté mi renuncia al Partido Socialista por varias razones, pero una en particular me intrigó profundamente: la forma en que representantes de las estructuras socialistas, en particular las Juventudes Socialistas, apoyan a los movimientos independientes mientras siguen utilizando el peso de sus cargos para persuadir a jóvenes activistas hacia otras campañas políticas. Me refiero específicamente a Vizela.
No se trata de un asunto menor, ni de un mero detalle estratégico. Es una flagrante inconsistencia: ¿cómo puede alguien que se presenta como líder socialista poner sus recursos e influencia al servicio de proyectos que, en la práctica, compiten con el partido al que mantiene su afiliación? La respuesta es simple: conveniencia. Porque ser socialista, al parecer, ya no es tanto un acto de conciencia como una herramienta del momento, que se usa cuando conviene y se descarta cuando se vuelve inconveniente.
El problema no reside solo en la contradicción en sí, sino en lo que revela. Cuando los líderes se convierten en meros gestores de las circunstancias, el partido pierde su esencia. Cuando la lealtad ideológica se intercambia por la lealtad a intereses locales o personales, surge un vacío peligroso, donde la militancia deja de ser un espacio de debate para convertirse en un campo de maniobra. Es en este vacío donde prospera el oportunismo, y es en este vacío donde se desmorona la confianza de quienes aún creen que la política puede hacerse en serio.
Hay quienes argumentan que la política es el arte de lo posible. Acepto esa definición. Pero lo posible no puede confundirse con lo conveniente. La política, para ser...
Una vida digna debe estar ligada a valores que resistan las conveniencias del momento. El socialismo, en particular, solo tiene sentido como un proyecto de conciencia, una conciencia comprometida con la justicia social, incluso cuando es difícil, y que no se doblega ante los atajos fáciles de la incoherencia.
Abandonar el partido no significó renunciar a estos valores. Todo lo contrario. Significó no estar dispuesto a ser cómplice de prácticas que contradicen lo que el socialismo debería representar. Me niego a permitir que el ideal sea explotado por quienes prefieren la sombra de la conveniencia a la luz de la coherencia.
En Vizela, y en tantos otros lugares, es hora de que los partidos políticos se den cuenta de que la juventud no puede ser tratada como una fuerza de choque para los proyectos de otros, ni como peones de carreras personales. La juventud debe ser un espacio de educación, debate y participación, no un engranaje en un juego de conveniencia.
Mientras el socialismo se reduzca a un simple adorno, seguirá perdiendo su poder transformador. Ser socialista no es conveniente; es exigente. Y solo cuando esta exigencia vuelva a estar en el centro del activismo, el socialismo dejará de ser solo una bandera para unos pocos y se convertirá en una causa para todos.
observador