Hongos psicodélicos: dos libros clave para entender la nueva ola

Surgieron hace millones de años, en la prehistoria, y existen cientos de miles de especies, de las cuales hasta hoy sólo se conoce un pequeño porcentaje. Se cree que desde antes de que apareciera el Homo sapiens los homínidos tuvieron visiones, experiencias místicas, placeres, terrores y revelaciones al consumirlos. El ser vivo más extenso de la Tierra es, en efecto, el hongo Armillaria ostoyae, conocido genéricamente como “hongo de miel”, que habita en Estados Unidos hace ocho mil años. En el otro extremo prosperan los hongos unicelulares, principalmente las levaduras.
"Catedral de hongos", fotografía de Peter Warne. /British Wildlife Photography awards
En un viaje de hongos por la selva de Palenque, un sitio maya en México, el ingeniero y crítico cultural Naief Yehya, tomado por la experiencia propia, vio cómo las plantas y la naturaleza que lo rodeaban, según sus propias palabras, eran los residuos vivientes de una civilización anterior a la humana, “escombros de un universo desaparecido a partir del cual habíamos surgido nosotros y que permitía nuestra existencia”.
Al desaparecer la especie humana, para Yehya, se dejará algo equivalente: un mundo vivo de sustancias químicas y plásticos, una nueva “naturaleza tóxica para nosotros pero ideal para nuestros sucesores”.
En el libro El planeta de los hongos. Una historia cultural de los hongos psicodélicos (Anagrama), el mexicano Naief Yehya, de origen sirio-libanés y afincado en Nueva York, sostiene que es un lugar común pensar que después del supuesto apocalipsis nuclear o climático, cuando la humanidad sea borrada de la superficie del planeta, las cucarachas dominarán la tierra y las aguas malas serán los amos de los grises y pestilentes océanos.
“Hoy creo que en ese escenario los hongos seguirán existiendo, casi como si nada hubiera pasado, transformando sustancias, limpiando el mundo de toxinas, venenos y materiales radioactivos que irán aprendiendo a procesar y eliminar. La función de los hongos es reciclar los desechos tanto en la tierra como en las mentes. Se multiplicarán caprichosamente los imperturbables micelios y seguirán produciendo psilocibina y otras sustancias psicotrópicas para los seres que lleguen a ocupar nuestro lugar. Es difícil cuestionar la certeza de que este es el planeta de los hongos y nosotros tan solo somos visitantes”, concluye el ensayista, que traza una historia del uso de los hongos alucinógenos y el LSD desde la edad de piedra hasta Silicon Valley.
No hay lugar del planeta en el que no crezcan: los hongos son omnipresentes. En otro libro de reciente publicación, El viaje interior. Peyote, hongos, psiconautas (Fondo de Cultura Económica), el doctor en Literatura Latinoamericana, el uruguayo Guillermo Giucci, plantea un amplio abanico histórico y cultural: desde la vivencia de Artaud con el peyote entre los indios tarahumaras hasta los encuentros de Robert Wasson, banquero y micólogo aficionado, con la chamana mazateca María Sabina y los rituales con “los niños santos”, y el viaje a México de los beatniks como rito liberador de sus manifestaciones artísticas y políticas, matizando con otras experiencias como las de Aldous Huxley, William S. Burroughs, Antonio Escohotado y Carlos Castaneda.
“Sin menospreciar o sobreestimar los riesgos enteogénicos, limitado por las exigencias analíticas de la historia cultural, disciplina académica a la cual le cuesta admitir los estados extáticos como modo legítimo de conocimiento, algo de tal sentimiento de aventura y de trascendencia pretendí transmitir en este libro”, escribe Giucci, que toma posición desde el arranque reivindicando el término “enteógeno” acuñado a fines de los setenta para sustituir términos considerados peyorativos, como “alucinógeno” o “psicodélico”.
El continente americano, en rigor, es el lugar de origen de cuatro quintas partes de las plantas psicotrópicas conocidas, que se concentran sobre todo en Mesoamérica y la Amazonia occidental.
“A diferencia de la alucinación, que es una percepción sin objeto en la que la credulidad personal se confunde con la realidad, con la ingesta de las drogas visionarias el sujeto discierne que está experimentando una visión. Esta característica visionaria permite suponer que, en el mundo tribal y preindustrial, las plantas psicotrópicas eran consideradas sagradas y tenían una significación sapiencial”, reflexiona Giucci.
Hongos. Foto: New York Times.
Y amplía: “El concepto moderno de droga es un concepto no científico, instituido a partir de las evaluaciones morales o políticas que implican la norma o la prohibición. De este modo, es importante prestar atención a las prácticas enteogénicas como canales de comunicación con lo sacro y lo medicinal, para contrarrestar la percepción de los rituales como una praxis de toxicomonía, individualista, profana y psicodélica”.
Ambos ensayos repasan una abundante bibliografía sobre la llamada “inteligencia” del hongo; trazan claves en la relación entre psicoactivos, divinidad, terapia y academia; lo legal y lo prohibido, lo biológico, lo filosófico y lo neurológico del vínculo entre hongos y humanos; hay relatos sobre chamanes, brujos y científicos, aventuras de antropólogos, químicos y artistas en busca de la “magia”; Albert Hofmann como el padre de la psicodelia sintetizada y la primera revolución del LSD; las diversas revelaciones de la mente, los viajes existenciales y unos apuntes sobre la “corporativización psicodélica” y nociones acerca de la realidad virtual, realidad aumentada y realidad psicodélica; y, además, la centralidad de México como territorio de espiritualidad y camino hacia las “setas sagradas” y “la experiencia enteogénica”, diferenciada del uso de las denominadas drogas recreativas.
Tal como se narra en el capítulo “Cuernavaca, 1960”, cuando Giucci reconstruye la aventura de Timothy Leary en esa ciudad, ubicada a 80 kilómetros al sur de Ciudad de México, capital del estado de Morelos. Leary era un promisorio profesor de psicología, en una de las mejores universidades del mundo, cuando tuvo su primera experiencia con hongos alucinógenos en Cuernavaca, en agosto de 1960.
Aunque estaba por cumplir 40 años, se trataba de la primera experiencia psicodélica de su vida. Ni siquiera había probado marihuana, únicamente alcohol. “Nadie podía imaginar que pocos años después se convertiría en el gurú de la contracultura, en el adalid de los beneficios terapéuticos y espirituales de las drogas psicodélicas”, dice Giucci, y en el contexto histórico cita que en junio de 1960 se había aprobado formalmente en Estados Unidos la pastilla oral anticonceptiva, catalizador de la revolución social y sexual junto a las manifestaciones antibélicas, el regreso a la vida comunitaria, la apertura y tolerancia a la diversidad racial o la justicia social de clase.
Hongos mycena, vistos en Recarei, Paredes, Portugal. Fotografía de Antonio Coelho. / World Nature Photography Awards
“Podríamos asumir que el principio unificador de los diversos consumidores de estas sustancias era la libertad”, se lee en El planeta de los hongos.
En tanto para Naief Yehya, y lejos de aquel sueño hippie y lisérgico de los sesenta-setenta, la investigación reciente en el campo de las sustancias psicodélicas arroja una característica peculiar en la época denominada ciberdelia: se ha distanciado de la visión contracultural del pasado y ha adquirido un tinte pragmatista, individualista y en cierta forma derechista.
“El regreso de las sustancias piscodélicas también contiene un elemento libertario en el sentido en que lo utiliza la derecha, es decir, como una expresión de rebeldía en contra del Estado pero también de la comunidad, como una ideología conservadora”, escribe Yehya, dando algunos datos para corroborar su hipótesis, como la fundación de la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos o MAPS, de Rick Doblin, que lideró un movimiento para legalizar los tratamientos para veteranos que padecían de estrés postraumático con psicoactivos, y recibió fondos de la extrema derecha.
En ese sentido una de las principales donantes de la campaña de Donald Trump, la accionista Rebekah Mercer, donó por los menos un millón de dólares a MAPS. También varios grupos europeos proalucinógenos se han vinculado con fuerzas ultranacionalistas y la alt-right.
La revista tradicionalista radical TYR: Myth, Culture, Tradition, que lleva el nombre de un dios nórdico de la guerra, publica traducciones del fascista y místico italiano Julius Evola y del filósofo Alain de Benoist, junto a artículos del etnofarmacólogo alemán y gurú de los drogas Christian Rätsch y una entrevista con el compañero de trabajo de Timothy Leary, el psicólogo y escritor Ralph Metzner, sobre las tradiciones chamánicas en la Europa primitiva. Dos lecturas en profundidad y en debate, sin certezas ni idealizaciones, sobre la cultura de los hongos.
Tanto El planeta de los hongos como El viaje interior son dos textos de análisis cultural, de transmisión de experiencias y de divulgación científica, dos ensayos que a la vez que acercan un minucioso acervo de pesquisa e interpretación sobre el mundo fungi y su vínculo con la percepción y las funciones mentales, el desarrollo de la cultura, la tecnología y las religiones, no deja de estar disociado de las épocas en los que se consumen, explorando los prejuicios e imaginarios, los discursos políticos en pugna y hasta sus hallazgos científicos, ya que pueden contribuir al éxito de tratamientos de trastornos mentales.
Desde la antigüedad y en el desplazamiento de los hongos por todos los continentes a lo largo de grandes distancias, y ante el interés creciente sobre el maravilloso mundo de los hongos en documentales, ficciones y literatura reciente, ambos libros son una nueva oportunidad de conocimiento para dar cuenta de su insólito recorrido, su aparente desaparición y su “redescubrimiento”, de la explosión cultural que provocaron en la segunda mitad del siglo XX y del impacto en el presente con los cambios de ideología, en la era de la inteligencia artificial y del “pos humanismo”, de esos seres que no son bacterias ni plantas ni animales sino que tienen su propio reino, el fungi, uno de los más desconocidos para la ciencia.
El planeta de los hongos, de Naief Yehya (Anagrama) y El viaje interior, de Guillermo Giucci (FCE).
Clarin