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Kenizé Mourad, escritora: “Cualquiera que tenga un mínimo sentido de la justicia debería ser propalestino”

Kenizé Mourad, escritora: “Cualquiera que tenga un mínimo sentido de la justicia debería ser propalestino”

A sus 85 años, se mueve con determinación y elegancia aristocrática cada vez que se levanta a recoger un retrato en blanco y negro o un documento. Sus tacones resuenan en el parqué del amplio salón, a través de cuyos ventanales se divisa el Palacio de Topkapi, la corte que habitaron sus antepasados. Bisnieta del sultán Murad V, hija de una princesa otomana y un rajá indio, nacida en París en 1939, huérfana al inicio de la ocupación nazi, criada en un colegio de monjas católicas, militante trotskista en la Sorbona de los sesenta, reportera de Nouvel Observateur en los principales conflictos de los años setenta, escritora superventas en los noventa con su De parte de la princesa muerta... Kenizé Mourad es memoria viva del siglo XX, dispuesta a seguir dejando su huella en el XXI. Esta primavera han llegado a las librerías españolas la reedición de El perfume de nuestra tierra: Voces de Palestina e Israel y una novela hasta ahora inédita en español: En el país de los puros (ambos publicados por M’Sur Libros).

Pregunta. ¿Cuándo descubrió usted sus orígenes principescos?

Respuesta. Conocí a mi familia otomana cuando tenía 19 años, en París. Yo era una estudiante sin un céntimo, trabajaba para pagarme los estudios, y entro a este apartamento estupendo donde me reciben dos mujeres cubiertas de perlas y diamantes que se refieren a mí como “princesa Kenizé”. Quedé anonadada. Pero en realidad siempre supe de mi origen. Cuando mi madre falleció [en 1942], el eunuco que la acompañaba me entregó a unas monjas porque yo estaba muy enferma, pero también se ocupó de mí la familia del embajador suizo, que me llamaban “pequeña princesa”. Sin embargo, tenía un gran complejo de inferioridad porque los otros niños [del internado] me decían “tu madre ha muerto y tu padre no te quiere”, así que me sentía abandonada.

P. Su padre, el rajá de Kotwara en India, ¿intentó ponerse en contacto?

R. Me escribía cartas, pero las monjas nunca me las entregaron. Después de la guerra, mi padre intentó recuperarme, pero ellas hicieron todo lo posible para que no lo consiguiera, escondiéndome y contándome todo tipo de cosas malas sobre él. En realidad no querían dar a una niña pequeña a un padre musulmán. Así que no pude conocerlo hasta los 22 años, cuando fui mayor de edad. Mi vida, desde el inicio, se vio afectada por los prejuicios contra el islam. Seguro que, de esta forma, mi vida ha sido más interesante, pero al principio fue muy dura.

P. ¿Cómo le ayudó esta mezcla de culturas en su carrera como periodista?

R. Cuando viajaba a Oriente Próximo, a India o a Pakistán, sentía que eran mi gente e intentaba entenderlos. Y la gente así lo percibía y se abrían conmigo más que con otros periodistas extranjeros porque notaban mi empatía. Durante toda mi carrera, mediante mis libros y mi trabajo periodístico, he intentado explicar mis países de origen a mis países de adopción como Francia. Lo he intentado, y a veces lo he conseguido. Por desgracia, muchos no entienden nada y los prejuicios se han incrementado. Una de las razones por las que ya no me siento a gusto viviendo en Francia es porque ya no puedo hablar libremente de mis opiniones. Si digo que soy propalestina me califican de terrorista y antisemita. Tras mi libro sobre Palestina se me vetó en las televisiones y en muchos periódicos. Cualquiera que tenga un mínimo sentido de la justicia humana debería ser propalestino, porque se ha sido muy injusto con este pueblo. Y, en cambio, en Francia, en Alemania, en Estados Unidos se están prohibiendo manifestaciones e interrogando a quienes protestan contra lo que está haciendo Israel.

Portada del libro 'El perfume de nuestra tierra. Voces de Palestina y de Israel', de Kenzié Mourad.
Portada del libro 'El perfume de nuestra tierra. Voces de Palestina y de Israel', de Kenzié Mourad.M'Sur Libros

P. ¿Por qué cree que en Europa hay este tabú a la hora de hablar de Israel y sus crímenes contra los palestinos?

R. Por el sentimiento de culpa. Alemania, por supuesto, pero también Francia, porque el régimen de Vichy ayudó a los nazis. Durante el Holocausto, muchos podían decir que no sabían lo que ocurría [en los campos de exterminio], pero ahora llevamos un año y medio viendo cada día masacres de civiles palestinos en televisión. Cada día. Y, aparte de unos pocos, ningún Gobierno hace nada. Es una mancha en la conciencia de la humanidad.

P. Han pasado más de 20 años desde que escribió El perfume de nuestra tierra, que retrata la vida de gente común en Israel y Palestina durante la Segunda Intifada y que ahora se reedita en España. ¿Cómo puede ayudar a entender el momento actual?

R. Porque la situación no ha mejorado, al contrario. La vida diaria de los palestinos era y es horrible. Por supuesto que nadie debería matar civiles, pero la erupción de octubre de 2023 es el resultado de lo que muestro en mi libro, de 50 años de terrible opresión. Incluso entonces, cuando yo me documentaba para escribir este libro, había un movimiento por la paz en Israel que ya no existe. Han convencido a los israelíes de que los palestinos no quieren la paz, de que son animales que solo quieren su destrucción.

P. Ha tenido una importante carrera como periodista, pero lo que le hizo conocida internacionalmente fueron sus novelas. ¿Qué le hizo cambiar de registro?

R. Ocurrió durante la Revolución iraní. Me di cuenta de que incluso con una página o dos páginas de un periódico no podía explicarme, porque había hechos que iban más allá de la razón política, hechos imbricados en la historia y la psicología del pueblo. Sentí que tenía que ir más al fondo. Y me dije: si no cambio ya y me pongo a escribir libros, me convertiré en una vieja amargada [ríe, demostrando que está satisfecha con su elección].

P. Aun así, hay mucho periodismo en sus novelas...

R. Nunca escribo nada de lo que no esté segura de que pudiera haber pasado. Paso mucho tiempo documentándome. Hablando con gente y leyendo miles de periódicos de la época. Son una mina, porque observas la reacción directa de la gente a los sucesos de entonces. Además, quiero que mis novelas no sean un mero divertimento, sino que pretendo dar un mensaje, denunciar las políticas actuales o el modo de pensar actual. Pero no lo hago directamente, porque no soy una teórica. Lo hago a través de novelas históricas que impactan no solo en la mente, sino también en el corazón.

P. Y las protagonistas son siempre mujeres fuertes, sea su madre o la begum que lideró la revuelta india contra los británicos en La ciudad de oro y plata o la intrépida reportera de En el país de los puros.

R. En la actualidad se dicen cosas terribles sobre las mujeres musulmanas, y quería mostrar que, al contrario, en los países musulmanes las mujeres son muy fuertes. Para resistir en la sociedad en las que viven tienen que ser muy fuertes y, muchas veces, son el poder tras los bastidores. En mi familia, por ejemplo, las mujeres siempre han sido más fuertes que los hombres.

P. ¿Qué le llevó a escribir esta última novela?

R. Yo he visitado Pakistán, que es muy querido para mí por mis lazos familiares, en numerosas ocasiones desde 1963. Es un país muy mal entendido. La gente lo imagina como un agujero negro de hombres barbudos y mujeres veladas, pero no es así. Hay mucha gente muy abierta, muchos contrastes que quería reflejar.

P. Pero tanto allí como en India, también en otras zonas del mundo, se han extendido versiones extremistas e identitarias de la religión en las últimas décadas.

R. Creo que tiene que ver con el colapso de las grandes ideologías que existían en el siglo XX. La gente se tiene que agarrar a algo. También tiene que ver con la ignorancia. Ya no se lee.

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