La obsesión veraniega que lleva del primer daguerrotipo al actual 'selfie'

Antes de que la fotografía se encerrase en los teléfonos móviles y acabase por ser un producto de consumo masivo de usar y tirar. Antes de que las personas tuviéramos la obsesión de registrar cada uno de nuestros movimientos. Antes incluso de que viajáramos, comiéramos o fuéramos a conciertos sólo para capturar el evento y mostrarlo a los demás, hacer una fotografía tenía tanta épica que parecía algo propio de una novela fantástica. Mucho ha pasado desde entonces, pero algo continúa igual, la fotografía siempre ha sido mejor en verano.
Louise Daguerre fue el padre del daguerrotipo, la primera cámara fotográfica que consiguió grabar imágenes y retenerlas para la posteridad. Aunque ya había realizado diferentes ensayos entre 1836 y 1838, demostrando su viabilidad, no fue hasta 1939 que se considera como el inicio real del invento, sobre todo cuando en julio el gobierno francés compra la patente para que todo el mundo pueda utilizar su propio daguerrotipo. Nacía así la fotografía. Ese mismo agosto, el grabador catalán Ramon Alabern, por aquel entonces en París, la usó para inmortalizar la plaza de la Madeleine. ¿El primer turista en hacer fotografías en su viaje de verano?
Alabern aprendió a utilizar la cámara gracias al propio Daguerre y se convirtió en su alumno aventajado. Lo cierto es que el shock ante aquellas primeras imágenes fue absoluto. «¡Mr. Daguerre ha hallado el medio de fijar imágenes que se pintan en el fondo de una cámara oscura!», anunciaba asombrado el 'Semanario Pintoresco Español' en enero de 1839. . El genial escritor Edgar Allan Poe, por su parte, no dudaba en afirmar que: «El daguerrotipo debe ser considerado indudablemente como el triunfo más importante y quizás el más extraordinario de la ciencia moderna». Baudelaire, en cambio, hablaba del «enemigo mortal del arte». Y ahora esa maravilla moderna se utiliza sobre todo para hacerse 'selfies'. Quizá Baudelaire tenía razón.
Después de su éxito en París, Alabern trajo el invento a Barcelona. Tras meses de preparación, la Real Academia de Ciencias y Artes organizó el evento como si fuera una final de la Champions. El grabador catalán trajo su cámara Daguerre-Giroux y se dispuso a fotografiar la Lonja y la Casa Xifré, cerca del puerto barcelonés. En aquellos tiempos, la exposición a la luz era tan larga que sólo se podían realizar fotografías de edificios. A las 11.30 horas estaba todo listo para que se hiciese historia, aunque la fotografía no se tomó hasta las 13.00 horas. Después del disparo definitivo, tuvieron que esperar hasta 22 minutos a poder sacar la placa con la imagen.
En el periódico 'El Constitucional' se pedía días antes a los vecinos que no estuviesen presentes dentro del encuadre del daguerrotipo para no estropearlo. «Si el tiempo lo permite, se sacará una vista de la Lonja y de la manzana de la casa Xifré... se previene a los vecinos de estos edificios que se retiren de sus balcones y ventanas durante los pocos minutos de la exposición... si algún espectador se desentiende de este ruego, quedará su indocilidad indeleblemente marcada en la plancha», se podía leer. Es lo que hoy día se llama 'photobombing'.
El historiador José Coroleu, por entonces un niño, recogió el testimonio de los testigos de aquel día asegurando que el daguerrotipo falló en su primer intento y tuvo que repetirse. «Aunque el tiempo estaba nublado y ventoso... se colocó la cámara oscura y a la acción de la luz con la plancha preparada. Sacáronla de la cámara a los veinte minutos... aparecía limpia, brillante y grabada en ella la hermosa vista», escribía Coroleu.
Lo cierto es que Barcelona se volcó con el acontecimiento, incluso una banda municipal amenizó la espera con un concierto. Los disparos de fusil de las fuerzas del orden local señalaron el inicio y final de la exposición del daguerrotipo. Se repartieron octavillas por toda la ciudad anunciando el evento y se realizó un sorteo entre los asistentes, que incluyeron 103 boletos, del que el número premiado fue el 56. El premio era la plancha y después del concurso ésta desapareció. Quien fuera el ganador o la perdió o la guardó sin que nadie más supiese de su existencia. El precio por boleto era de seis reales de vellón de la época, algo que no todos podían permitirse.
Ocho días después, el daguerrotipo llegaba a Madrid de la mano de los grabadores catalanes Graells, Pou y Camps. Esta vez, la imagen era del Palacio Real con una toma sacada desde la orilla derecha del Manzanares. Si 22 minutos de espera parecieron una eternidad en Barcelona, en Madrid tuvieron que esperar hasta una hora antes de que se grabara definitivamente la imagen debido al mal tiempo. La placa resultante sí que se conservaba ya que fue depositada en la Facultad de Farmacia de la Complutense. Sin embargo, en 1978 se perdió debido a unas inundaciones como si una mano negra siguiese a los orígenes de nuestra fotografía.
Nacía así nuestra obsesión moderna por hacer fotografías y mostrarlas al mundo entero. Alabern empezó a dar clases de cómo usar el nuevo aparato a las clases altas. En 1840 el daguerrotipo se mejoró reduciendo el tiempo de exposición a la luz para grabar las imágenes, lo que posibilitó dedicarlo al retrato. España se llenó así de los primeros fotógrafos profesionales. «La estrategia comercial del daguerrotipista era la de cualquier comerciante de lujo, anunciándose en la prensa y destacando su condición de extranjero (o inventándola)», comentaba la historiadora del arte María de los Santos García Felguera.
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