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Muere Stefano Benni, maestro de la sátira italiana

Muere Stefano Benni, maestro de la sátira italiana

Fue una de las plumas más hilarantes y lúcidas de Italia. Stefano Benni, maestro de la sátira y la fantasía tragicómica, ha muerto a los 78 años. El escritor, periodista y dramaturgo boloñés llevaba años retirado de la vida pública por una enfermedad que este martes ha puesto punto final a una de las voces más queridas y singulares de la literatura italiana contemporánea. La noticia ha desatado un coro de despedidas que hablan de gratitud y risa compartida.

Desde el debut de 'Bar Sport' (1976), radiografía cómica del bar de barrio convertido en planeta universal, hasta el aliento épico y alborotador de 'La compagnia dei Celestini' (1992), su literatura levantó un territorio propio: un mapa de lugares imposibles, criaturas memorables y un idioma travieso hecho de neologismos, retruécanos y parodias que desarmaban la solemnidad. En ese registro híbrido, entre farsa, fábula y sátira, logró algo raro: que lo popular y lo literario, lo infantil y lo político, caminaran de la mano.

Su imaginación nunca fue evasión. Bajo el chiste latía la conciencia cívica; tras el absurdo, la crítica social. 'Terra!' (1983) ensayó un apocalipsis cómico que hoy suena premonitorio; 'Elianto' (1996) dibujó un país controlado por una máquina central mientras grupos de resistentes defendían la alegría; 'Il bar sotto il mare' (1987) convirtió un café submarino en teatro coral de veintitrés relatos y otras tantas metáforas del vivir. En todos, la compasión por los perdedores y la alergia a la retórica. «No soy un chistoso ni un solemne», decía, reconociendo que su ironía «ayuda a soñar… y a realizar algún sueño».

Fue también periodista de colmillo fino -L'Espresso, Panorama, Il Manifesto, La Repubblica, Linus-, guionista y hombre de teatro. Escribió textos para el cómico Beppe Grillo, en su primera época, y llevó a pantalla, junto a Umberto Angelucci, 'Musica per vecchi animali' (1989) con Dario Fo y Paolo Rossi: otra travesura para recordar que la risa puede ser resistencia. En su biografía abundan las alianzas afectivas: la complicidad con Daniel Pennac, al que ayudó a desembarcar en Italia, los músicos de jazz, los actores que hicieron suyas sus piezas. También fuera de Italia se le reconoció la singularidad de su universo literario.

Nacido en Bolonia el 12 de agosto de 1947 y formado entre los paisajes de los montes Apeninos, eligió como talismán un apodo, «Il Lupo» (El Lobo), que remitía a noches de aullidos con sus perros y a una autonomía orgullosa. Esta anécdota, tan peculiar como sus historias, resume a la perfección su espíritu: solitario, rebelde e indomable. Su biografía, como él mismo confesaba con su habitual ironía, estaba en gran parte inventada, «un modo de defender mi privacidad». Sin embargo, lo que sí es cierto es que desde sus inicios como periodista su pluma afilada y su mirada satírica ya desvelaban las hipocresías de la sociedad. Ese lobo ejerció también como ciudadano obstinado: defendió la escuela pública, se peleó con la mediocridad, prefirió el margen al escaparate. El pasado junio, su ciudad le celebró con una maratón de lecturas de 'Stranalandia': prueba de que sus criaturas siguen vivas en la imaginación colectiva.

El adiós llegó en su Bolonia, tras una larga dolencia. Su hijo, Niclas, ha pedido recordarlo como a él le habría gustado: leyendo en voz alta, compartiendo cuentos con amigos, hijos y amantes, «un ejército de lectores» capaz de arrancarle «una gran carcajada desde allá arriba». No puede haber homenaje más exacto para un escritor que convirtió el idioma en parque de juegos y la risa en refugio contra la tristeza del mundo.

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