Las madres de la rumba

En su libro de memorias El alma de un pueblo , Peret le cuenta a su sobrina paya Cèlia Sànchez-Mústich que de joven cogió una maleta y se fue a Sudamérica a vender trajes por las casas con la idea de hacer fortuna (“yo enredaba, y a mucha honra, pero no robaba”) y poder montar, a su vuelta, un puesto de frutos secos. Pero para entonces ya le había picado el virus de las palmas en El Salchichón, el bar del Raval donde cantaba y tocaba la guitarra con sus compadres gitanos. Había debutado con doce años junto a su prima, la Tía Pepi –se hacían llamar Hermanos Montenegro–, actuando para Eva Perón en el Teatro Tívoli, y con el tiempo sería coronado como el rey de la rumba catalana, “el último gran estilo de música popular con raíz que producirá la vieja Europa”, en palabras de Mingus B. Formentor, el crítico erudito y disfrutón que más suelas de zapato habrá quemado en el ejercicio de su profesión en salas de conciertos de medio mundo.
Grupo de mujeres gitanas vendiendo ropa en un país de Sudamérica
O.S.Alegre y sabrosa, la rumba catalana es fruto de la fusión fiestera del flamenco, los ritmos caribeños (cubanos), la poesía callejera y el rock (de Elvis Presley). Peret le aportó esa manera tan suya de rasguear la guitarra, utilizando el instrumento como percusión (el ventilador), la aceleración de los tiempos y unas palmas de precisión suiza. Fue el que la llevó más lejos, con éxitos tempranos como La noche del hawaiano , que en los sesenta empezó a sonar en Bacarrá, la discoteca de moda de la parte alta de Barcelona, o planetarios como Borriquito , compuesta mientras bajaba por la calle Urgell pisando rítmicamente el freno de un gran coche americano (“Borriquito como tú, tururú, que no sabes ni la u, tururú...”).
Lee tambiénPero la paternidad del género siempre ha estado en disputa con otro rumbero mayor, en este caso de Gràcia, el Pescaílla, solo o acompañado de su padre Antonio y su hermano l’onclu Polla . En el Ecomuseu Urbà Gitano de Barcelona (Emugba), uno de los museos más pequeños y hermosos que pueden visitarse en Barcelona, se recoge cuando no hay fiesta un capgròs del rey de la rumba. Tiene las patillas de Peret y la nariz del que fuera pareja de Lola Flores.
En los años cincuenta y sesenta, las mujeres gitanas se embarcaban solas a hacer las Américas y volvían con discos de música latina“La paternidad de la rumba catalana es compartida, un género no nace nunca de una sola persona sino de la una comunidad”, zanja el activista Sam García, Sam Mosketón en el arte, director de ese kilómetro 0 de la rumba catalana situado en el número 10 de la calle de la Cera, en cuyas paredes, forradas de objetos e historias personales de todos los colores, cuelgan fotografías de las mujeres gitanas que en los años cincuenta y sesenta, antes de que lo hiciera Peret, dejaban hijos y maridos y viajaban solas a Brasil, a Argentina, a México, para vender manteles, sábanas o cortes de vestido. Gitanitas y morenas valientes que regresaban con dinero para mantener a toda la familia en invierno, las maletas cargadas de discos de música latina y unos bailes prendidos en las caderas que aceleraron la puesta en marcha del ventilador.
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