Vivieron intensamente hasta que el sida lo jodió todo

Mi acompañante se removía en la butaca. ¿Se aburrirá, no le gustará...? En realidad, lloraba. No era un momento climático, no era el final de la película. Y aún así, no podía parar de llorar. Fue hace un par de años, viendo 120 pulsaciones por minuto, un filme francés sobre un grupo de chicos azotados por el sida en los 90. "Me conmovió lo intensamente que vivían, la pena de que la enfermedad cortase aquellas ganas de vivir tan fuertes", me explicó al salir. Era tristeza, frustración, un "por qué a ellos".
He tenido esa misma sensación viendo Romería, la película de Carla Simón que cuenta la historia de sus padres, muertos por culpa de la heroína y el sida. Amaban su juventud, amaban el mar, se amaban. Apenas empezaban a vivir. Y todo se jodió.
El relato de Romería es también el de Xulia Alonso -vida perturbadoramente paralela a la de los padres de Carla Simón- en Futuro imperfecto: "Habíamos viajado juntos al infierno (de la heroína) donde estuvimos encerrados unos años. Nos costó salir, pero dejó huellas: éramos portadores del VIH". Su pareja, Nico, también murió de sida.
Para quienes crecimos en los 80 y los 90, el VIH era entonces algo muy desconocido, de lo que no se hablaba, que daba mucho miedo. Han sido los libros y el cine los que nos han descubierto a aquella generación perdida.
Así ocurre cuando las memorias de Patti Smith (Éramos unos niños) o André Leon Talley (En las trincheras de la moda) te trasladan al Nueva York de los 70 y 80. El sida también se cebó allí con jóvenes bellos, disfrutones, talentosos. Robert Mapplethorpe, Tina Chow, Halston...
"Su amor a la vida no podía salvarlo. Fue la primera vez que supe que iba a morir", escribe Patti Smith sobre uno de sus últimos encuentros con Mapplethorpe. La portada del libro de la cantante, junto a su amigo del alma, tiene ese brillo de las fotos de juventud. También el de Xulia. Son las sonrisas, las miradas, la ligereza de los cuerpos. "Yo quería ser libre y, sobre todo, feliz".
Me recuerdan las fotos ochenteras de mis padres. Tan jóvenes, tan guapos, tan felices. También ellos conocieron historias frustradas por la droga. En su quinta, todos conocen alguna. El otro día, en una comida familiar, mi tío recordaba a su amigo A. Todo prometía para aquel chaval privilegiado de la aldea. "Cuando nosotros teníamos 500 pesetas, a él le daban 5.000". Y entonces, la heroína lo jodió todo.
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