Del cielo al infierno: Denzel Washington no se acaba nunca (***)

Spike Lee, en según qué casos, da miedo. Este es uno de ellos. Hay una faceta de su filmografía que provoca cierto pánico. Y no tiene que ver con su más identificable registro reivindicativo, militante y amante de la confrontación, que siempre gusta, sino con el desenfado con el que desestructura clásicos de esos que en las escuelas nos dicen que son intocables. En Chi-Raq adaptaba Lisístrata, de Aristófanes, y se quedaba a gusto en su particular lectura de la huelga de sexo de la mujeres. Y en Pass Over ofrecía su propia versión de Esperando a Godot de Samuel Beckett en la calles del Chicago moderno. En ambos casos, salía contento y muy airoso. En esta misma clave, coge en sus manos El infierno del odio, de Akira Kurosawa, y convierte uno de los thrillers más peculiares y turbios de la historia del cine en un divertimento de secuestros, dinero perdido, música (mucha música) y un soberbio Denzel Washington, en la que es la quinta colaboración con el director, que rapea y del que es imposible no enamorarse.
Para situarnos, y para refrescar la memoria, estamos ante el dilema de un acaudalado hombre de negocios al que una banda de maleantes le secuestra presuntamente al hijo. O eso parece al principio. Nuestro héroe, que en la película original era el gigantesco Toshirô Mifune y en esta el no menos descomunal Washington, duda: paga el rescate, salva a la víctima y se arruina, o no. Es decir, no paga y deja morir al chaval (en verdad, ha habido una confusión. No diremos cuál), pero conserva el dinero que necesita para atender una de esas deudas que, de no cumplir, le dejan a uno sin vida. La mayor diferencia entre una y otra, además de casi todo (se conserva, eso sí, lejanamente el esquema en dos actos), es la ambientación. Ahora se trata de un gran productor de música (de música negra, claro) y es alrededor de este arte, que también es negocio y hasta manifiesto político, sobre lo que gira todo.
Del cielo al infierno se mueve por la pantalla con un ritmo pegadizo, juguetón, bromista y siempre iconoclasta al que, reconozcámoslo, no es fácil adaptarse de entrada. Los prejuicios son muchos (siempre) y hasta que se cae en la cuenta de todas las cosas que nos perdemos por culpa precisamente de esos prejuicios, cuesta entrar. Pero una vez superada la barrera de la propia estupidez, todo fluye. Y es entonces cuando surge pleno y brillante el ideario de Lee, cuando la reivindicación de la auténtica música negra rebate al rap más comercial, cuando el héroe entiende su papel como servicio a la comunidad y cuando Nueva York es de nuevo descrita con tanta ternura como crueldad. Y es entonces cuando Lee se permite que, de tanto en tanto, los actores miren a cámara sin motivo. O que esos mismos actores se abracen dos veces en la misma secuencia simplemente ofreciendo la misma acción desde dos planos distintos. O que el mismo Denzel Washington rapee y lo haga como nadie lo hizo antes. Es Lee.
El resultado es una de esas películas que disfrutan con sus errores porque son conscientes de ellos y porque en ellos se hacen fuertes; una película que, en verdad, es un joint. Es Lee. Es libre. Es divertido. Y con un Denzel Washington que no se acaba nunca.
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Director: Spike Lee. Intérpretes: Denzel Washington, Jeffrey Wright, Ilfenesh Hadera, ASAP Rocky. Duración: 133 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.
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