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Aquel verano de los 80 que Bob Marley, Lou Reed y Los Ramones incendiaron España: "Lou Reed se dio de hostias con su equipo en el autobús por haberle traído aquí"

Aquel verano de los 80 que Bob Marley, Lou Reed y Los Ramones incendiaron España: "Lou Reed se dio de hostias con su equipo en el autobús por haberle traído aquí"

Estamos en el verano de 1980 y la neonata democracia española intenta dar sus primeros pasos. Hace apenas unas semanas que el PSOE de Felipe González ha intentado tumbar el Gobierno de Adolfo Suárez con una moción de censura que el presidente consigue salvar. Los efectos de la segunda crisis del petróleo se hacen notar en los bolsillos de muchos hogares españoles. Jordi Pujol se acaba de convertir en el primer presidente de la Generalitat de Cataluña ante el estupor del socialismo catalán. En la televisión, la radio y los periódicos, el asesinato de los marqueses de Urquijo aporta su dosis de crónica negra. Las imágenes de sus cuerpos acribillados en la cama y del interior de su lujoso chalet de Somosaguas están en todas las portadas imaginables.

En ese mejunje político-social empieza a somar las primeras escenas culturales nacidas en democracia. El concepto de tribu urbana se instala en nuestro país. El mensaje hedonista de la Movida madrileña se empieza a hacer notar en las noches de la capital. Pedro Almodóvar amplifica el fenómeno con las juergas nocturnas de Carmen Maura, Alaska y Eva Siva en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón -quién podría escapar de esa escena de la lluvia dorada en un país que cinco años antes apenas toleraba que el pecho de una mujer apuntara desde la pantalla a los espectadores-. En Barcelona crece una escena punk y hardcore que grita a los cuatro vientos su desprecio por su recién elegido president. De Estados Unidos y Gran Bretaña, como condimento, llegan los sonidos del rock, del punk, de la new wave... Y un hombre está decidido a que los españoles los puedan escuchar. Y no a través de un tocadisco o un radiocassete. En el más riguroso directo.

«Joder, no sé cuánto voy a recordar de aquellos años, que fueron muy duros», comenta al otro lado del teléfono Gay Mercader, el gran promotor de música de los primeros años de la democracia en nuestro país, desde una masía catalana en la que vive retirado. Él había sido quien había traído a Barcelona en 1976 -casi como una inauguración de los nuevos tiempos tras la muerte de Franco- a los Rolling Stones para celebrar el primer concierto masivo de rock en España. Y el verano de 1980 iba a ser la traca final: Lou Reed, la gran estrella maldita del momento, tocaría en el Estado Moscardó de Madrid; Bob Marley, el rey indiscutible del reggae, debía repetir en la capital y en Barcelona, y Los Ramones iban a debutar en nuestro país en la fiesta del PSUC en la ciudad condal.

Tres estrellas internacionales para inaugurar esos nuevos tiempos. Tres estrellas internacionales para incendiar un país. Casi literalmente. Porque los tres conciertos acabaron convertidos en eventos memorables para muchos de los presentes, pero también en una serie de batallas campales, de coches destrozados, de asaltos al escenario... Y esto no es otra cosa que el recuerdo, más o menos difuso, según los implicados, de todos ellos.

20 de junio de 1980

La circulación en Madrid estaba sumida en el caos -ahora no le sorprendería a nadie- por una huelga de transportistas. En el barrio de Usera, miles de personas, con algunas cervezas y no menos sustancias en su cuerpo, esperan la presencia de Lou Reed a las puertas del Estadio Román Valero, conocido por todos como el Estadio Moscardó. El cantante de Brooklyn había llegado justo antes de que se cumpliera la hora en la que debería haber arrancado el espectáculo, pero el equipo de sonido seguía perdido dando vueltas por la zona de Legazpi, al otro lado del río Manzanares. Pasan los minutos, pasa una hora y la gente sigue esperando a que en el escenario aparezca alguien. Pero hasta casi dos horas sobre la hora fijada nada. Primer cabreo y el show ni había empezado.

«Lou Reed era un hijo de puta, un amargado. Porque tener talento no implica no ser un hijo de puta. Nunca llegué siquiera a saludarlo y yo monté todos sus conciertos aquí. El cabrón buscaba cualquier cosa que encontraba para montarla y ese día estaba enfadado porque nada estaba yendo como esperaba», relata Gay Mercader, presente en las inmediaciones del camerino cuando finalmente el cantante se decide a salir al escenario para tocar sus temas. Aquel es el año de Growing Up in Public, pero, según las crónicas de la época, en el arranque del concierto sonaron Sweet Jane, I'm Waiting for the Man, Vicious, Walk on the Wild Side... Buena parte de sus temas míticos. Hasta que un objeto -aún por identificar 45 años después- sale volando hacia el escenario. La leyenda -que en este caso es casi evangelio- dice que el objeto es una moneda, un mechero, una lata... y entonces Lou Reed desaparece del escenario. «Él salió cabreadísimo, dijo que no volvía a subirse ahí arriba. Lo que a mí me contaron es que luego en el autobús se empezó a dar de hostias con quienes habían contratado su gira europea por haberle traído hasta aquí», remarca el promotor del concierto.

Después de aquello, Lou Reed no vuelve a salir y los técnicos de sonido se ponen a recoger el escenario. Con los ánimos ya calientes por el retraso en el inicio del concierto, el Moscardó se convierte en una batalla campal: los espectadores empiezan a invadir el escenario, a destrozar todo lo que hay sobre él, a llevarse lo que pueden, a enzarzarse en peleas entre ellos... Los agentes de policía se ven incapaces de contener a esa masa iracunda y acaban desistiendo. Porque ya antes de que arrancara el show habían tenido problemas para controlar a los fans del cantante que se intentaban colar en el recinto sin entrada. «Ese es uno de los días que más miedo he pasado en mi carrera. No me jodas, la policía tenía que haber intervenido de verdad. Yo estaba ahí pegado al escenario y solo escuchaba bombillas estallando contra el suelo, veía gente cargando con focos, con instrumentos, con pies de micro... Se llevaron de todo, fue un atraco de esos que se ven en las películas», detalla Mercader.

Cartel del concierto de Lou Reed en Madrid en 1980
Cartel del concierto de Lou Reed en Madrid en 1980E. M.

El caos del interior del estadio acabó llegando también a las calles del barrio de Usera. Espectadores cargando con todo tipo de material, coches con los cristales destrozados por los golpes, papeleras y bancos arrancados, avalanchas de personas por las calles y peleas en todas las esquinas. Unas horas después, la policía intercepta a un fan de Lou Reed con su batería en Plaza de Castilla, en la otra punta de la ciudad. La promotora decide denunciar al cantante por incumplimiento de contrato, pero la demanda no prospera. Las pérdidas, según la prensa, oscilan entre los cinco y los 10 millones de pesetas. «Perdí una fortuna, no te voy a decir cuánto porque no lo recuerdo exactamente, pero una fortuna. Porque además las compañías de seguros tienen la función de no pagarte nada», explica Gay Mercader, que decidió no devolver el dinero de las entradas a quienes habían acudido. «La gente nunca ha querido pagar por la música, se creen que es gratis hacer un concierto así y yo no tenía nada que devolverles por aquello», replica el promotor al teléfono.

Más allá de la historia -ya casi épica y bautizada como El Motín del Mosca- que dejó el concierto de Lou Reed en Madrid, la espantada del artista y los sucesos que le siguieron tuvieron sus consecuencias. Gay Mercader tenía programado para unos días después el primero de los dos conciertos que Bob Marley iba a dar en España en el mismo estadio. El gobernador civil de Madrid, Juan José Rosón, que además acababa de ser nombrado ministro del Interior por Adolfo Suárez, decidió que ese concierto no se iba a celebrar. «Rosón dijo que era un artista subversivo. ¡Bob Marley subversivo! Y que suponía un peligro para los ciudadanos hacer ese concierto. Pero qué peligro, coño. Yo lo tuve que pagar igualmente aunque no lo hiciéramos», detalla el promotor, que se niega a dar la cifra exacta de cuánto dinero tuvo que desembolsar en aquel momento. «Igual que yo no te pregunto lo que te pagan por tu trabajo, no te voy a decir lo que pagué yo por ese concierto», agrega. [Ni diciéndole el sueldo responde a lo que él pagó].

Así se llega a la segunda fecha importante de aquel verano de principios de los 80.

30 de junio de 1980

La Península nunca ha visto de cerca a Bob Marley -solo una actuación previa en Ibiza en 1978- y nunca más lo volvería a ver. Porque once meses después de aterrizar en Barcelona moriría de un cáncer que durante tres años el cantante se negó a tratar. Esa iba a ser la única posibilidad para disfrutar del gran mito del reggae en nuestro país después de caerse la fecha de Madrid. Y el lugar elegido era la Monumental, la plaza de toros que aún se mantiene en pleno barrio de L' Eixample, con 18.000 entradas vendidas. Bob Marley, en una plaza de toros. «Aquí sí que no hubo secretos, con Marley y su equipo era facilísimo negociar porque eran unos tíos de puta madre», relata Gay Mercader.

Las escasas fotos que se conservan de aquella noche -una la que ilustra la portada de este suplemento- las hizo Francesc Fàbregas, en aquel momento trabajando para la revista musical Vibraciones. «Yo iba a tope en aquella época de curro, es difícil acordarme de muchas cosas. Pero Marley era hipnótico. Y lo digo sin estar fumado, aunque igual iba un poco por lo que fumaba la gente de mi alrededor. Solamente verle, su postura, su forma de actuar ya te hiptonizaba. Era como un bailarín de danza contemporánea», apunta el fotógrafo, que ya le había fotografiado en Ibiza.

Pero los problemas aún tenían que aparecer antes del concierto y tenían que estar vinculados, por supuesto, a su cancelación en Madrid. Muchos de los que se habían quedado sin entrada para el concierto de la capital decidieron trasladarse desde otras ciudades de la geografía española hasta Barcelona con la intención de entrar a ver a Bob Marley en la plaza de toros. Aunque el aforo estaba previsto para 18.000, según los artículos de esa época, había mucha más gente. Hasta las gradas que estaban por detrás del escenario estaban llenas. A las puertas, la policía intentaba contener al público que seguía queriendo colarse o entrar legítimamente con su entrada mientras ya habían arrancado los teloneros Average White Band.

"Marley era hipnótico. Y lo digo sin estar fumado, aunque igual iba un poco por lo que fumaba la gente de mi alrededor"

Francesc Fàbregas, fotógrafo

Nuevamente recurriendo a la prensa de la época se describen disturbios, coches volcados en las inmediaciones del recinto y una fuerte acción policial. De hecho, ante la cantidad tan desmedida de personas que habían conseguido ingresar a la plaza de toros, los agentes se vieron obligados a cerrar las puertas dejando fuera a algunos que habían comprado su entrada para el concierto de Barcelona. «Yo de eso no recuerdo nada, pero sí que fue un concierto tremendo. Me pasé la mitad del espectáculo en el escenario con el equipo de Marley. Tenían una batería que parecía de juguete, que te la podrían haber vendido en El Corte Inglés. Pero a esos tíos les dabas una caja de zapatos y la hacían sonar igual de bien», asegura Gay Mercader.

Todos los himnos que había compuesto el jamaicano en su carrera sonaron esa noche en Barcelona. Consultando varias fuentes, Marley tocó No woman, no cry, Jammin, Is this love, I shot the sheriff, Get up, stand up y un Redemption Song que es recordado porque todo el recinto se quedó en silencio para escucharle a él solo, sin la banda ni sus coristas, tocando la guitarra al ritmo de ese tema. Así lo relató en el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón el experto en músicas modernas Juan José Blasco Panamá. Pero aún había un hecho que aumentaría la leyenda de la última vez que el jamaicano pisó suelo español.

El año anterior, en 1979, la marca de vaqueros Lois había popularizado un anuncio en la televisión española que decía «si se mueve tu Lois, déjalo bailar» mientras mostraba los culos de varios chicos y chicas en una playa embutidos en los pantalones de la compañía. El soniquete reggae que los acompañaba por detrás era el de Three Little Birds. Y Marley no iba a perder la oportunidad de tocarla ante el público español, en la que se dice que es la única vez que la interpretó en directo con The Wailers, su banda. «Como Marley había muy pocos, nunca había una mala cara para lo que fuera y el nivel estaba asegurado sobre el escenario», apunta Gay Mercader.

Sin salir de Barcelona, ni de la empresa promotora de Gay Mercader, la tercera fecha sería el cierre del verano. Y en un escenario imprevisto.

19 de septiembre de 1980

El Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) celebra la tercera edición de su Festa del Treball. El día grande de los comunistas catalanes ese año va sonar al rockabilly de Los rebeldes, al rock clásico de Los rápidos -el primer grupo que formó Manolo García, luego líder El último de la fila-, al folk de Mike Olfield, a la guitarra flamenca de Diego Cortés y, por supuesto, al punk de Los Ramones en su primera experiencia española. En la explanada de Montjuïc, frente a la fuente que Carles Buïgas había construido para la Expo de 1929, iban a hacer acto de presencia los cuatro integrantes de la banda, con el inmenso Joey al frente, en pleno momento de expansión de la new wave.

«Recuerdo que el PSUC nos pidió que le montáramos la fiesta a lo grande y les hicimos la mezcla diabólica. Mike Olfield, Diego Cortés y Los Ramones. Lo piensas ahora y es una puta locura. Pero nunca habían metido tanta gente ahí», asegura Gay Mercader, que no recuerda si la entrada era gratuita, pero sí que había «una barbaridad» de gente. «Unos 100.000 podría haber, pero no lo sé seguro», apunta el promotor. Las crónicas de la época van incluso más allá y cifran el aforo en 150.000. Precisamente a esa salvaje presencia de personas achacaba el programa de Televisión Española Musical Express que su sonido no fuera «todo lo agradable, lo entonado y lo decente» que debería haber sido. «Eso sería lo que hoy es el Primavera Sound, los comunistas catalanes montaron los primeros festivales importantes que se vieron aquí. Imagínate lo que ha cambiado la cosa», apunta Francesc Fàbregas, que también estaba de fotógrafo en aquel concierto al aire libre.

El concierto de Los Ramones en Montjuïc en la fiesta del PSUC
El concierto de Los Ramones en Montjuïc en la fiesta del PSUCFrancesc Fàbregas

Lo que buscaban los aficionados al punk que acudieron a la fiesta de los comunistas catalanes no era el sonido nítido de Los Ramones. Era saltar, berrear... y, por qué no, liarla. Después de lo de Lou Reed y Bob Marley, el cierre de ese verano musical no podía ser menos. Era tal la cantidad de gente viendo a Los Ramones que el público acabó rompiendo el cordón de seguridad, llevándose por delante las vallas de protección sin oposición de los agentes, subiéndose al escenario y provocando un corte eléctrico que dejó a oscuras todo el escenario. «Antes de que saltaran las barreras el personal estaba muy deprimido y cuando las han saltado han disfrutado mucho. Hay que ser menos restrictivos», declaraba el propio Joey en un micrófono de TVE justo al finalizar el concierto. «Aquello fue todo un acontecimiento, yo recuerdo aquella explanada llena de gente. Lo que no recuerdo es si todo era gratis, si había una zona interior para quien había pagado... allí solo había gente, gente y más gente», detalla Fàbregas, que aún conserva su primera impresión del grupo. «Eran muy impresionantes: un cantante de dos metros, un tío con un bajo que llegaba al suelo...».

Esa ingente cantidad de personas pudo, sin embargo, no haber existido. Cuenta una leyenda -que tampoco importa demasiado si es cierta- que Johnny Ramone no sabía dónde iban a tocar en España, que ni siquiera sabía que iban a participar en una fiesta de un partido comunista español. Pero que el resto de integrantes del grupo había acordado no decirle nada por el odio que emnaba hacia esa ideología. Poco antes de empezar Joey decidió contárselo como una broma, para que todos se rieran antes de pisar el escenario de Montjuïc y fue tal el enfado que el concierto estuvo a punto de suspenderse.

Y así ese verano pudo haber sido diferente.

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